Con el penetrante aroma de la marihuana pegado como una garrapata al hoodie, Freddie Gibbs se ha paseado en los últimos años por la escena rap como un pívot dominante en la pintura; en este juego, el rapper de Indiana se ha forjado una reputación a prueba de fakers, siendo fiel a algo muy sencillo de encontrar, pero tremendamente difícil de mantener: la esencia. Ahora mismo, la voz lobuna y los crudos pareados de este MC son poco menos que la panacea con cebolla para los headz que ya estamos hartos de tantos raperos de cartón piedra que cantan en falsete, riman con el culo, van de sensibles, visten como gilipollas y crean pasos de baile ridículos para alimentar millones de memes.
Nah, Freddie Gibbs es hip hop rabioso, indomable, quillo; pura droga sin cortar. Su currículum no deja lugar a la duda: después de encajar sus rimas en los puzzles sampladélicos de Madlib en el magnífico “Piñata”, su álbum más vendido, Gibbs retoma su particular novela de gangstas y chuloputas, para bañarse en los sonidos street en los que tan cómodo dice sentirse. Cuando se cumple un año del tiroteo que casi acaba don su vida en Brooklyn, el MC mastica a cara de perro sus historias callejeras de tráfico de drogas y supervivencia en el cemento, acompañado de una legión de productores y raperos afines a la causa.
Da igual que haya sido padre o que publique vídeos en Instagram con su retoño vomitando la papilla en su calva. Cuando coge el micro y se deja envolver por beats gomosos, bajos perineales y sintetizadores amenazantes, pocos pueden sonar tan creíbles y duros; pocos pueden ponerse a la altura de su metralleta de rimas, su flow martilleante y su contundente verborrea. En las antípodas de “Piñata” en concepto y sonido, “Shadow of a doubt” es un compendio de historias crudas en marcos musicales crudos, que no retrógrados. Al mismo tiempo, es la cúspide musical de la madurez del rapper de 33 años. De hecho, el beat cósmico y asfixiante que Mike Dean le sirve en “Cold Ass Nigga” –una de las catedrales del disco- podría ser perfectamente la mierda más experimental que ha catado el tipo en toda su carrera.
En su tercer álbum de estudio, Gangsta Gibbs densifica todavía más sus ya de por sí apretujadas páginas de notas, ceba sus raps a cascoporro, pero lanza sus relatos con la precisión de una Parabellum: adicción a las pastillas, tiroteos, miedos, pasado como traficante, cuentas pendientes, reflexiones de un hustler postpaternidad; el diario de guerra es apasionante y el rapper de Indiana los desgrana con la seguridad de los grandes MC’s. Incluso cuando cede al Auto-tune y a les melodías R&B más dulcificadas se saca de la manga hitazos de la magnitud de “Basketball wives”. Se le ve en forma.
Eso sí, es en la épica gangsta de nueva generación donde Gibbs consigue los minutos de mayor intensidad. Hablo de la caja de ritmos reptante y los samples fumados de la magnífica “10 Times”, con Gucci Mane y E-10. Del breakbeat ultradenso con revestimiento de jazz de “Extradite”, con Black Thought. De los sintetizadores de ultratumba y la caja de ritmos en forma de áspid de “Narcos” –temazo muy serio-. De la bronca al más puro estilo Araabmuzik que encierran los graves y los esqueletos rítmicos blindados de “Lately”. Definitivamente, “Shadow of a doubt” es la prueba de que puedes sonar street sin sonar anticuado, de que el género puede encontrar vías de renovación y dignificación que se alejen de los tóxicos estereotipos que ha impuesto el mainstream negroide actual: esto no es R&B digital para pijos, tampoco trap comercial, es algo mucho más antiguo y poderoso. Tres letras: R-A-P.