El narcótico fluye por las venas de 32 Levels como lava tibia. Es una solución anestésica que Clams Casino lleva perfeccionando desde hace diez años; el dulce potingue que ha alimentado algunos de los mejores minutos de A$AP Rocky, Vince Staples, FKA twigs o Lil B, entre otros. La contribución de Michael Volpe al beatmaking de los últimos años es colosal, de hecho las escrituras le atribuyen ni más ni menos que la creación de la etiqueta cloud rap. Lo que para este estudiante de fisioterapia era un pasatiempo se convirtió en alimento de los dioses: sus constructos saturados de capas de sintetizadores, efectos líquidos, vocales hipnagógicas y bpms reptantes cayeron como agua de mayo en la era del rap con jarabe y abrieron nuevas puertas en una escena necesitada de sonidos opiáceos.
Hasta ahora, Clams se había mantenido en la sombra, sirviendo solo mixtapes instrumentales con sus mejores producciones y algunos beats inéditos. Su huella no se correspondía con el modo low profile que gastaba. Pero con 32 Levels se revindica como productor estrella y dios cohesionador de un tapiz de sonidos que, a pesar de altamente reconocibles, culebrean hacia terrenos más eclécticos, incómodos y vaporosos. El amo y señor del cotarro. Este es SU disco.
Quizás por eso 32 Levels no se ciñe estrictamente a lo que los adictos más hardcore esperaban del productor, parece como si por momentos buscara sacar a la audiencia más inmovilista de su zona de confort. El álbum está claramente dividido en dos partes. En una, Clams se acompaña de algunos de los MCs que más han brillado con él, para destilar ese rap en slowmo que se nutre de beats oníricos y muchos calmantes. Be somebody, con A$AP Rocky y Lil B, es una nube de voces superpuestas y sombras espectrales. All nite, con Vince staples, es un espinazo formado por un breakbeat y un sintetizador que consigue que los fraseos del MC brillen con fuerza. Lil B suena grande en las brumas de teclados giallo y cajas de ritmos acolchadas de Witness. En la pastosa 32 Levels, con Lil B y Joe Newman es donde Clams pone más a prueba la elasticidad del horizonte de sucesos del oyente: parece una melodía de Twin Peaks ralentizada, es emo rap siglo XXI.
Pero no todo es consistencia en este álbum: su otra mitad es un descenso arriesgado e irregular a profundidades pop en las que hasta ahora Clams Casino solo había mojado los dedos del pie. Las alianzas son tan variadas como desiguales. En Ghost in a kiss convierte a Samuel T. Hearring, cantante de Future Islands, en el Tom Waits del rap a golpe de pianos siniestros, tamborileos oscuros y silencios. Desconcertante. Aburrida. Thanks to you con Sam Dew es un intento fallido de aunar el universo Clams con el R&B electrónico más funkoide. En Into the fire, con la voz adictiva de Mikky Ekko, uno tiene la sensación de que el fantasma de Prince le ha pasado una balada inédita del 88: es un hit incontestable. Finalmente, A Breath Away, con Kelela, es otro intento de pop etéreo entre dimensiones que tiene su gracia pese al exceso de sacarosa hipnagógica.
La producción es extraordinaria, pero la sensación es extraña. No es que esperáramos más de 32 Levels, el problema es que esperábamos otra cosa. Porque más que un bautismo de fuego, el primer disco oficial de Michael Volpe es la declaración de principios de un productor cuyo corazón y cabeza aparecen vivir un conflicto. Veremos cómo se resuelve esta tensión en sus próximos discos. Los mundos de Clams Casino empiezan aquí y ahora.