El vasco-francés hace del pop una confluencia de estilos que van desde el folk al rock pasando por un seductor manto electrónico para envolver una propuesta tan onírica como psicodélica.
Rüdiger ya indicaba por dónde iban sus intenciones del que sería su segundo álbum The Dancing King. Editado en una join venture entre los sellos Forbidden Colours y Usopop Diskak, cada uno situado a un lado de la frontera entre España y Francia, se nos presenta una sensibilidad sonora desbordante y frágil. Tan extravagante como conmovedora con el objetivo claro de dejar huella en el oyente. Algo que consigue sobradamente.
Ese talante fronterizo, también propio del músico vascofrancés residente en Bera (Navarra), se traslada a este segundo trabajo en solitario en cuanto a amalgama de estilos se refiere. Es obvio que evidencia una querencia pop pero Felix Buff no duda en regarla con sonidos rock, folk y una electrónica omnipresente que a veces pasa desapercibida pero que está ahí. Lo que desvela una riqueza de texturas sonoras donde los instrumentos y sintetizadores casan de manera natural con las letras y voz de un artista que apuesta por lo onírico y lo psicodélico.
Parece una quimera aunar sonidos que podrían ser marca de la casa de Radiohead, Neil Young, Aphex Twin y The Beatles. El atrevimiento de Rüdiger consigue que esa idea loca tenga coherencia y sentido. Nueve canciones que se mueven en diferentes espectros de forma y fondo jugando con el factor sorpresa en composiciones plagadas de evolución y progresión. Nunca sabes por dónde puede salir.
Desde un escapismo lisérgico -‘The Dancing King’, ‘Once I was away’ y ‘The Receiver’ como ejemplos- hasta la conciencia social ‘Memories’ y ‘Breathe’ pasando por temas más intimistas y personales como la pérdida de un amigo, la familia y la infancia; reflejado en ‘Spot on’, ‘Where I Belong’ y ‘Savage days’ respectivamente. A todo ello ayuda la participación de artistas como Egyptology, Pierre Loustaunau (Petit Fantôme) e Iban Urizar (Amorante), Vincent Bestaven (Botibol), Joseba Irazoki y Antoine Philippe para conformar una propuesta consistente y reveladora para los oídos más abiertos.
The Dancing King confirma a Rüdiger como un solista con luz propia gracias a una música resplandeciente embutida de detalles técnicos que es una delicia descubrir en cada nueva escucha. Su triunfo es el de traspasar límites estilísticos y salir indemne en el intento. Mucho más allá del gran baterista que ya ha demostrado ser con Willis Drummond, ahora el foco lo ilumina a él como el rey del baile.