
“LUX” rompe con las expectativas y atemoriza a partes iguales: Rosalía continúa fiel a su “espíritu” transformador.
“LUX” es el nuevo trabajo de Rosalía. Cuarto en la descendencia de la artista
catalana, este es un disco que arriba con un hype sin parangón, sólo a la altura de su predecesor “MOTOMAMI”. Y con tan afamado y anterior progenitor, precisamente, tiene sentido empezar comparándolo. Dicho disco, todo explosividad femenina, cortante objeto de arte cibergótico reggaetonero, oveja negra de las raíces Junts per Cat del árbol genealógico Vila Tobella, supuso el amasado definitivo del icono de su autora. Una transformista de aúpa, que utilizaba unos grandes medios escandalosamente bien gestionados para dar forma a sus proyectos, en los que nunca (como creemos, es consabido) inventó nada, pero en los que es capaz de dejar un sello personal, una quirkyness propia que explota dichos medios “universales” dándoles un acabado original, globalizado y sin embargo, no poco cute; muy enraizado en algo íntimo e individual.
En “LUX“, en cambio (sólo hay que ver la portada), Rosalía utiliza sus recursos para crear un negativo total de su hijo anterior, como bien decía nuestro amigo Diego Rubio. Una transformación que funciona por contraste aunque reimaginando de manera muy acertada, una vez más, elementos de
música tradicional que nos resultan viejos (y reprimidos) conocidos. Como ella misma decía en los prolegómenos de “Saoko”:
“Yo soy muy mía, yo me transformo
Una mariposa, yo me transformo
Makeup de drag queen, yo me transformo
Lluvia de estrellas, yo me transformo
Como Sex Siren, yo me transformo
Me contradigo, yo me transformo”
Rosalía puede ser ya reconocida como la transformista por antonomasia del pop español (y seguramente del internacional) en la última década. Sus virajes estilísticos pueden ser comparados con los de Björk o Madonna y en tal aspecto, tiene sentido ver este “LUX” como una nueva metamorfosis en la que ya no está ausente L’Escolania de Montserrat, o en la que vuelven aquello que llamamos raíces, pero lo hacen de una manera peculiar. Si compararla con Miss Louise Ciccone tiene sentido por esa mutación intravenosa y la iconografía religiosa que comparten, lo cierto es que la cantante estadounidense, cuando ha referenciado tan explícitamente al cristianismo como Vila lo hace en esta obra, lo ha hecho en un tono crítico, meta artístico y hasta profanatorio. Si tiene sentido comparar “LUX” con los efluvios orquestales y experimentales de Björk a comienzos de la década pasada (que lo tiene, con aquel desangelado y emotivo “Vulnicura” producido por Arca y The Haxan Cloak o sus sucesores), los níscalos de la cantante islandesa aquí apenas parecen unas trufas de kit de cultivo de Zamnesia para la realización de una ceremonia mística privada y personal en la que desengancharse de los vapers de sabores frutales o del apego intermitente de un ex narcisista.

Y no queremos que se nos malinterprete, “LUX” es un disco conceptualizado y producido de manera extraordinaria, con un despliegue vocal hermosísimo… Y seguramente termine reconocido como uno de los trabajos más importantes del año y de la década; ya lo tenemos claro. Pero cojea de los mismos sitios que los anteriores álbumes de Rosalía, esto es: un discurso absurdamente individualizado/envasado al vacío de la subjetividad, una malísima gestión de los momentos hablados/espontáneos y en la línea del primer punto, una incapacidad crónica para conectar con la actualidad desde el afuera. Trataremos de explicar este último comentario. El álbum de Rosalía, expresa una serie de inquietudes universales (la necesidad de puntos anímicos de apoyo, el desamor, la confusión, la feminidad…) sin aludir jamás a un problema que sea de ámbito general. Por contradictorio que suene. Siempre es un ex, o una serie de hombres, o el marido en “El mal querer”, o la mala vida llevada por la propia persona. Pero nunca se señalan ni se ponen sobre la palestra cuestiones como el patriarcado, el capitalismo o, qué decir, los estados totalitarios y genocidas como actores que vierten y provocan el sufrimiento en los sujetos de sus canciones. Del mismo modo, “LUX” lo que propone es una salvación individual: nuestra Mystical mommy se ceba de coros, un ambiente meta-cristiano, plurirreferencial y auto salvífico para salir adelante en un mundo complicado. Agárrate al crucifijo y deja de perrear. “Novia robot” pero nada de ciberfeminismo, arrodíllate y reza. Buena cuenta de ello es el carácter polifónico en las lenguas que usa en el álbum (hasta 13 idiomas), convirtiendo este disco en un trabajo ecuménico para hacer propaganda del cristianismo en todos los idiomas que pueden tener anclaje con la fe occidental y totalizadora (incluido beef árabe); una vuelta a las raíces ya pochas al árbol genealógico para una generación que ya no es nihilista y que por eso mismo apenas necesita estímulos para volverse definitivamente reaccionaria.
El nuevo disco de Rosalía seguramente despertará una ola todavía mayor de fe individualizada y posiciones artísticas y creativas conservadoras, recuperadoras de una tradición pasada y falseada por el agua bendita de la iglesia virtual de cada habitación desordenada en un piso compartido. Mientras la catalana declara “me pongo guapa para Dios” una hilera interminable de fans cantarán en tono recto sus canciones en un tour que se parecerá cada vez más a la gira evangelista de Daniel Alves o a una Boiler Room de Hakuna. No obstante, imaginamos que para cuando en 2030 llegue el próximo disco, el quinto, Vila será otra. Porque es lo que hace con su obra, lo que mejor se le da y porque precisamente en esa transfiguración (no la del cuerpo en pan) es donde reside la gracia (no divina) del proyecto de la artista catalana. Si en algún momento fue algo serio o demasiado personal, no quisimos saberlo y si en el caso de “LUX” lo es, nos remitimos a lo dicho anteriormente. Slowlife y new age de advenedizos, como ya hizo Lorde, se queda corto para pensar en un proyecto que realmente resulte trascendental y prominente para la época en la que llega. Si no podemos bailar mientras protestamos, si no podemos unirnos en un lugar común que no sea el de la fe y el de agachar la cabeza postrados; no importa demasiado lo bonito que suene. Tal vez “LUX” funcione como healing music, pero lo cierto es que como pináculo de la década musical (que es como será entendido) deja algo que desear. Más que una iluminación divina, resulta un exorcismo que metaboliza los fantasmas generacionales que vamos a presenciar. Y que no les engañen las vidrieras, los violines y el glitter, esta líder carismática da bastante miedo. Aunque sea una de las mejores productoras del planeta y producto nacional.



