Desde sus inicios, Arcade Fire siempre han buscado el baile comunal, pero esto se ha vuelto más explícito a partir de su tercer disco y ese monstruoso hit llamado “Sprawl II: Mountains Beyond Mountains”. Los otrora héroes indie ahora se codean con James Murphy y Daft Punk, responsables de sus dos últimos discos. Repasamos su relación con la música de baile antes de sus shows en Barcelona y Madrid del 21 y 24 de abril, respectivamente.
Como toda fecha de este siglo, 2004 parece un recuerdo engañosamente cercano. Un pequeño ejercicio de contextualización, sin embargo, nos pone en nuestro sitio: Myspace y eMule, dos herramientas que ahora suenan prehistóricas, todavía formaban parte del día a día del consumidor de música más curioso, que ese año empezó a saber de unos tal Arcade Fire, una panda de canadienses salidos de no se sabe muy bien dónde. Su primer álbum, Funeral, llegó el 14 de septiembre, listo para convertirse en uno de los debuts más impresionantes de las últimas décadas y, de paso, sacudir el ánimo del ya extinto indie de a pie, que por aquel entonces vivía preso de la melancolía, todavía poseído por la mohína actitud noventera, tan dada a la depresión: el horizonte terminaba en la desgastada puntera de tus Converse. Arcade Fire llegaron con sus coros de Premier League y sus percusiones napoleónicas para descolocarle el flequillo a más de uno.
Su explosiva irrupción coincidió en el tiempo con el inicio de la edad dorada de los clubes indies, ese concepto ya caduco, protagonizada por Razzmatazz y Ochoymedio en Barcelona y Madrid, respectivamente y reproducida en otras ciudades españolas como toda moda que se precie. No era raro que el dj de turno despidiera la noche con Wake Up, Rebellion (Lies) o Neighborhood #3 (Power Out), clásicos instantáneos siempre recibidos con el puño en alto. Los himnos principales de Funeral llamaban a la cofraternización sin excusas: aquello de “everytime you close your eyes (lies, lies!)” había que entonarlo pasando el brazo por encima del hombro del de al lado, por más que no lo conocieras de nada. La pista, convertida en taberna irlandesa. Tres años después, en 2007, Win Butler, Régine Chassagne y compañía repitieron fórmula en Neon Bible. No Cars Go y Keep the Car Running tomaron el relevo como infalibles generadores de celebración colectiva, pero bailar, lo que se dice bailar, no era sencillo con los hits de la banda. Hasta entonces, la discografía de Arcade Fire se movía en coordenadas bastante alejadas de la música de baile canónica. Los teclados y los sintetizadores apenas asomaban la cabeza entre la catarata de arreglos barrocos.
La tendencia cambia ligeramente en The Suburbs (2010), un tercer trabajo en el que sueltan lastre: sus composiciones se aligeran y se simplifican. Los oídos respiran y, por primera vez, los pies se mueven empujados por un impulso casi clubber en Sprawl II (Mountains Beyond Mountains), una maravilla de inspiración disco que podría venir firmada por New Order, una continua referencia para Butler: “Me volvían loco ya en el colegio. Tal vez se refleje en alguna canción” (Rockdelux, abril de 2005). En su momento, al escucharla, algún despistado pudo pensar que a Soulwax (que terminó por ocurrir) o Erol Alkan les había dado por remezclar alguna vieja canción de Funeral o Neon Bible. Sorprende que fuera elegido ¡sexto! single promocional de The Suburbs, aunque la distinción le llegó con honores. Su videoclip, dirigido por Vincent Morriset, se presentó en dos versiones diferentes: una convencional y otra interactiva en la que el usuario podía idear una coreografía a través de su webcam. Definitivamente, Arcade Fire abrazaban la música de baile. O, al menos, algo que se le parecía bastante.
Escondido en el penúltimo lugar de un tracklist kilométrico, Sprawl II (Mountains Beyond Mountains) se acabó destapando como una especie de spoiler de mucho de lo que ocurriría después en el universo de los de Montreal. El siguiente paso en su carrera llegaría de la mano de James Murphy, elegido productor de Reflektor (2013) no por casualidad. Murphy confesó que la colaboración no se gestó de la noche a la mañana: “Hemos estado hablando sobre trabajar juntos desde ‘Neon Bible’. Siempre estamos en contacto, así que no fue como si recibiera una llamada inesperada de repente” (Rolling Stone, noviembre de 2013). Varios de los cortes incluidos en el cuarto LP de Arcade Fire no desentonarían en el repertorio de LCD Soundsystem, el proyecto principal de Murphy. La canción titular es, posiblemente, el mejor ejemplo de esta redoblada apuesta por el ritmo, aunque parezca más un medio que un simple fin. “El ritmo es casi como un vocabulario. Estábamos interesados en hacer ritmos híbridos que pudieran traducir cosas que conozco de mi entorno familiar en Haití”, confesó Chassagne (The Guardian, octubre de 2013).
En Reflektor, una épica odisea cosmic-disco en la que no dejan de pasar cosas, hay ecos de Daft Punk, Giorgio Moroder, Kraftwerk o The Human League, pero, a fin de cuentas, hablamos de una canción que es puro Arcade Fire. Como hicieran Talking Heads o los propios LCD Soundsystem, ellos consiguen que rock y música de baile se den la mano y hasta terminen magreándose detrás de alguna columna de la discoteca. Lo mismo ocurre, a grandes rasgos, en It’s Never Over (Hey Orpheus), Afterlife y otros pasajes del álbum: la frontera entre guitarras y sintetizadores es difusa o directamente invisible. “Regine es de ese tipo de personas que baila”, dijo Butler (Rolling Stone, octubre de 2013). “Si baila, estás en el camino correcto. Creo que sólo queríamos grabar un trabajo con el que ella pudiera hacerlo”.
Hay cierta unanimidad al considerar al sucesor de Reflektor, Everything Now (2017), su último disco hasta la fecha, como la pieza menos inspirada de su carrera. Nadie podrá decir, eso sí, que no estemos ante un conjunto de canciones interesante, incluso cuando patina. Empezando por el contraste entre concepto y sonido, entre fondo y forma: Arcade Fire lanzan un alegato anticapitalista con la que, por simplificar, podría ser su obra más comercial, si es que eso significa algo a estas alturas. En los créditos de Everything Now no vuelve a haber rastro de James Murphy, pero Thomas Bangalter, 50% de Daft Punk, sí aparece entre la nómina de productores. Se cierra el círculo: el robótico dúo galo pasa de estar situado en los márgenes junto a otras posibles influencias a colocarse en el corazón del quinto trabajo de los de Butler y Chassagne. El nombre de Bangalter va adosado al de los que son, quizá, los tres temas más abiertamente bailables de la historia del grupo, Everything Now, Signs of Life y Put Your Money On Me, todo hedonismo disco-funk. Una puerta a nuevos territorios aún más afines a lenguajes electrónicos o, quién sabe, el final de una etapa en la que, poco a poco, Arcade Fire se han arrimado a la pista de baile más de lo que muchos esperábamos. Incluso, quizá, más de lo que nunca esperaron ellos.