Poco tiempo ha tenido que pasar para tener al británico presentando en Barcelona su flamante Providence. Ese mismo en el que, por si andabas despistado, se ha divorciado de Border Community, por otro lado, consolidado un bodorrio anunciado con otro sellaco: Ninja Tune. La presencia del de Norfolk –simpático detalle el suyo al actuar con una camiseta con el nombre de dicha localidad- el pasado sábado en la sala Razzmatazz 2 se preveía optimista, al menos en cuanto a número de asistentes. Y muy intrigante por descubrir qué tal defendía sobre las tablas un nuevo disco que, todo hay que decirlo, es muy sentido pero sigue cargando sobre sus espaldas el peso de aquel mágico Drowning in a Sea of Love de 2006. Lo primero se cumplió a medias; lo segundo, he de decir, que me sonrió la cara al descubrir cómo cada canción de Providence se crecía bajo su mando. Cómo no, entre medias, algún caramelo, de esos cuyo sabor ya te puedes imaginar… ¿o no?
Huma-reda color sangre
Pero antes no pintemos la noche sin dedicarle unas palabras a la propuesta de Huma –de Hedonic Reversal– quien tuvo la fortuna de ejercer de maestro de llaves de la velada con Fake explicando sus Tres fases del movimiento. El gallego Andrés Satué arrancó sobrio y desde lo más sombrío de su alma. A medida que evolucionaba su set también lo hacían los paisajes gélidos, abrasivos y draconianos. Perfecta elección la suya en los visuales que le escoltaban detrás, erosionados, místicos y de eterno color sangre. Sobre todo disfruté con la descarga a partir de su segundo embiste, algo menos de cosquillas en su comienzo y conclusión. Excéntrica (Reacción) brutal. Menuda faena a medio camino entre el Niflheim nórdico y las alucinaciones con el Yellow-Eyed Devil de la serie Legion. Sea como sea, su misión la cumplió con creces y el público ya estaba rondando el punto de ebullición. Ese que se obtuvo minutos después con la salida a escena de Nathan Fake.
El capitán de barco y su pulgar en alto
Uno que no es precisamente de la familia Gasol, ni calza cuello de jirafa, hizo todo lo posible mientras Nathan conectaba su laptop y su –aparentemente- par de herramientas, para ver si nos honraba con la presencia de un Korg Prophecy, alma mater de este nuevo LP. Pero no, el cacharro plateado de perfil caprichoso se debió quedar en casa. A Fake le bastó con un par de controladores midi para disparar sus algoritmos sintéticos e infinidad de arpegios. Mini-consolas de una sola mano gobernadas por un laptop, lo que suele ser sinónimo de subibajas de pistas y algún que otro efecto descarado. El caso es que, y tras un inicio un tanto renqueante, el artista nos conquistó. Sí, apostaría mi alma (bueno, esa no que ya la perdí con don diablo, pero sí mi honra) a que todos los allí presentes así lo sintieron. Solo había que mirar de reojo alrededor. A partir de su segundo asalto (HoursDaysMonthsSeasons) surgieron los primeros aplausos a conciencia. Luego, poco a poco y con la progresión justa, éstos se volvían cada vez más ruidosos al tiempo que nuestras cabezas se balanceaban buscando eso llamado ‘baile’. Un tema que en su versión original es bastante soñador aquí rozó la épica. Anecdótico gesto de Nathan Fake con su lata de birra en una mano y el pulgar levantado de la otra para dejarnos claro su agradecimiento. Sabedor también que durante el resto del concierto nos tendría flotando a su merced.
Caramelo caído del cielo
Lograda la conexión con la sala, momento perfecto para interpretar piezas como Degreelessness –primer single en ver la luz el año pasado donde tenemos participando a Prurient, pero donde lo mejor son sin duda los clavicordios del tramo final- o RVK. Esta última fue de las canciones que sonaron más fieles a cómo lucen en el disco, respetando de principio a fin el canturreo björkiano de la canadiense Raphaelle Standell-Preston (componente de Braids y Blue Hawaii). Fue un momento idóneo para a continuación seguir metiéndonos en pendientes más recias a través de producciones techno con sus siempre bienvenidas pinceladas ácidas y envolventes. E incluso salió a relucir su vena más shoegazer. Buena vía esta última para encaramarnos a esa cima archiconocida por todos como es The Sky was Pink. Mucho más acelerada y nervuda de cómo la conocimos por primera vez en 2004.
Si bien durante todo el concierto las canciones iban fundidas, sin interrupción, al acabar este clasicote la música se paró, los visuales también (por cierto, paisajes digitales muy bonitos, tonos pastel en su mayoría y usando como punto de partida la portada del 12” de Degreelessness) y Nathan Fake volvió a alzar su pulgar, en plan emperador romano vencido por la modestia. Le sumamos a esto también un amago de sonrisa. Tras repasarse una decena de canciones, el ahora piloto de Ninja Tune cerró con una versión vitaminada, cómo no, de Connectivity. Correcto, otro de los cortes incluidos en el nuevo trabajo. Dejó bien claro que era lo que verdaderamente venía a presentar y a defender en sociedad.