El señor mayor del indie ya se cargó el trap y ahora viene con todo para derribar otro mito contemporáneo, un Kanye West megalómano cuyos últimos delirios incluyen escribir un tuit-libro a lo Coelho, incorporar versos onomatopéyicos y mongolos en sus nuevas canciones e insistir en su apoyo inquebrantable a Donald Trump.
Este es el mensaje que la NASA ha grabado en un disco de oro y ha enviado en una cápsula las profundidades de la galaxia Yeezy, a 300 millones de años luz del sentido común. Escuchad:
“Toc, toc, toc. ¿Hay alguien en casa? Kanye, ¿estás ahí? A ver si hablando tu idioma, me entiendes: scoop diddy whoop. Socio, nos tienes preocupado. ¿Puedes volver a la Tierra de una poopty vez? Kanye soy una simulación de la voz de Carl Sagan: ¿Por qué no dejas de tratarnos diddy whoop como gilipollas? We got love. Bzzzzz”.
Se pitorrea de nosotros. Pero somos sus mascotas y se lo compramos todo. Hasta esas chirucas a 300 pepinos el par que parecen zurcidas por los monos tití de algún futurólogo pedófilo. De un tiempo a esta parte, Kanye West ha decidido testar el respeto de sus fieles (o tratarlos como imbéciles, sin el eufemismo). Se acerca su nuevo álbum (álbumes) y Ye agita las aguas del jacuzzi con un concepto de marketing cada vez más surrealista, tosco, mesiánico y alejado de la cordura… Ah, y con una dentadura forjada en la misma cantera de mármol en la que Jürgen Klopp esculpió su nueva piñata equina.
La deriva autopromocional y egomaníaca de Kanye ha rebasado su horizonte final en el último mes. El rastro de sus últimas declaraciones y tweets es esperpéntico. Si antes se percibía una fina línea separando la genialidad de la gilipollez, ahora ya no existe tal frontera. El meme de Kanye se ha comido al Kanye músico; no hay liposucción ni opioides que lo salven.
La nueva encarnación del divo parece empeñada en minimizar el impacto de su música, ponerla incluso al servicio de sus extraños jueguecitos dadaístas. Ejemplo: colgar la porción de una canción nueva, Lift Yourself, y aniquilar el hype de golpe y cocazo, con unos versos mongolos a modo de troleo: “Scoop diddy whoop. Whoop di scoop di poop. Poop di scoopty, bla, bla, bla”. El preciado arte de Kanye, su música, convertido en un chiste de bodorrio. ¿Todo es una broma, no? Pues hala, a reír.
Escudado en el ridículo concepto de “mente libre”, Kanye también se autodenomina filósofo. Dice que quiere escribir un libro profundo. Algo le hace pensar que el mundo será mejor con esa obra publicada, como Laura Escanes. Kanye Coelho afirma que ya no quiere ser el número uno, que quiere ser agua, como Bruce Lee. Incluso lanza proclamas profundas que parecen sacadas de los libretos de los CDs new age de la colección de Ramón Trecet. Y mientras su imagen se deteriora a velocidad de vértigo, su salud mental se pone en entredicho y medio mundo se pregunta dónde se depositaron los excedentes de lípidos de la liposucción que le enganchó a los medicamentos, su música se va diluyendo como suave ruido de fondo, scoop diddy woop, cada vez más bajita.
Como admirador confeso de su arte, no puedo dejar de preguntarme si Kanye necesita convertirse en un bufón decadente cada vez que toca promocionar nuevo proyecto. ¿Por qué se empeña en rebajar la trascendencia de su música dibujando un personaje tarado, autoparódico y profundamente inculto? Apoyar a Donald Trump e insistir en ello, por si no ha quedado claro, no es más que una fotocopia tosca e infantiloide de lo que ya hiciera Eazy-E hace casi 30 años. El troleo del cantante de N.W.A. a los republicanos todavía se recuerda como un hito en la historia del rap, la obsesión pro Trump de Kanye solo ha fabricado memes y alimentado la patochada.
Por otra parte, asegurar en TMZ que la esclavitud fue una elección para los negros, poco tiene de gracioso u ocurrente. Es la verborrea de un attention whore nivel cateto que confunde falta de pensamiento con libre pensamiento. En cierto modo, el rapper me recuerda a los opinadores de Intereconomía; no importa lo que digan ni a quien ofendan, solo la polvareda que levantan.
Dicha pulsión autodestructiva fuera del ámbito musical está generando una burbuja inestable. La calidad de su música se incrementa a cada nuevo disco, sin duda, pero la progresión es inversamente proporcional a la calidad de su mensaje. Esa tensión acabará rompiendo al fan. Por mucho que intente minimizarla en Twitter, la boutade de la esclavitud ya ha conseguido que las otrora risas nerviosas se conviertan en recriminaciones. El bufón está perdiendo la gracia.
Me remito, por ejemplo, a la bronca viral a grito pelado que Kanye se llevó de parte de un periodista en las mismas oficinas de la cadena TMZ, a raíz de las declaraciones sobre la esclavitud. Desconozco si el numerito estaba preparado, seguro que algún listillo de los que siempre te gorrean tabaco te dirá que es otra genialidad de marketing del rapper, pero la escena es digna de esos capítulos de The Office en los que David Brent (Kanye) era humillado y aleccionado por algún subalterno, después de decir alguna soplapollez.
El mayor logro de Kanye es que, incluso después del poopy poop, de su bromance con Donald Trump y de insultar a la comunidad negra con la estupidez de los esclavos, todavía hay gente que le ríe las gracias. Gente que está convencida de que, nosotros simples insectos, estamos ante un dios del marketing que jamás entenderemos. Pues no. Es muy fácil separar la música del mentecato, lo hemos hecho con incontables figuras del show business. Kanye será siempre un superdotado en el estudio, pero cuando sale de él se convierte en un chicle sin sabor, una peonza sin dirección. Que nadie me intente convencer de que también es un visionario de la promoción. Es un genio de la música y punto; para todo lo demás Mastercard.
Corren tiempos oscuros. El meme de Kanye ha emergido de su subconsciente y se ha apoderado del rapper. Ahora manda él y ya no sabemos si el personaje es el marketing del nuevo disco o si el nuevo disco es el marketing del personaje. En lugar de preguntarnos cuándo saca nuevo álbum, acabaremos preguntándonos qué será la próximo. ¿Un vídeo de apoyo a Simón Pérez y Silvia Charro? ¿Un disco conceptual de tres horas rapeado en modo scoop-diddy-whoop con featurings de Bill Cosby y Donald Trump? ¿Negar el Holocausto? Como decían en Twitter, por favor, dejad de preguntarle cosas a Kanye West.