Decía Russel Whyte en esta entrevista que, tras el lanzamiento de su magnífico primer disco y después de haberlo paseado por medio mundo, había aprendido a dejar respirar las cosas. Glass Swords, el trabajo que precede este Green Language, es un álbum tan brillante como excesivo y desmesurado, recargado y colérico de principio a fin. Un subidón infinito cuya magia reside precisamente en su incapacidad para extenuar al oyente a pesar de sus excesos. Aquel que se rindió ante el torbellino sintético y maximalista de Glass Swords seguramente venga a por más de la misma droga en Green Language. Algo que, como se desprende de la misma entrevista, Rustie tiene bastante claro. En ella dice no estar tan preocupado por el éxito como por que los fans piensen que su segundo trabajo es demasiado diferente del primero.
Si la presión que ejerce la consabida “maldición” del segundo disco -una maldición que, para más inri, golpea duro en el sello que edita este Green Language, Warp Records– no fuera poca, el escocés además se echa a sus espaldas el miedo a no defraudar a sus seguidores, que pueden hacerse con su deseada dosis de beats portentosos y grandilocuentes en la primera mitad del disco. La espasmódica “Raptor”, con esos sintes hiperbólicos, casi cacofónicos, lleva la inimitable marca de agua del de Glasgow. Como también la llevan las dos colaboraciones vocales más sonadas del disco; en “Attack” nos encontramos al Rustie caricaturesco y socarrón con Danny Brown siguiéndole el juego. “Up Down” con D Double E no suena tan redonda como “Attack”, pero consigue hacerse un hueco en tu hipocampo. Sin embargo, es en “Velcro” donde se concentra la esencia de Rustie como productor (y de buena parte del sonido glaswegian). Su infinita creatividad a la hora de colocar los kicks en el track postergando el drop sumado a esa facilidad para inventar melodías de oro se concentran en esta canción, uno de los momentos en los que Green Language vuela más alto.
Pero no todo es subidón y euforia. Como apuntaba el propio Rustie, buena parte del minutaje está ideado para dejar respirar al oyente, envolviéndolo en paisajes naturales, con el piar de pájaros y el murmullo del agua como fondo. Dos intros y dos outros -más otros dos cortes que no llegan a canción- pueden resultar excesivas. La lluvia ambiental de arpegios de “A Glimpse” o la delicadeza orgánica de “Green Language” encajan perfectamente en el disco, aunque no encajen a la perfección con las expectativas de los fans más ortodoxos de Rustie. Como tampoco encajarán “He Hate Me” -lo más cerca que ha estado Whyte del rap codeínico- o la suntuosa y labrada “Dream On”, -lo más cerca que ha estado Whyte del concepto balada- acompañado por Muhsinah. En efecto, este Rustie explorando nuevos campos puede no cumplir con las expectativas de algunos, pero se agradece el riesgo y la valentía. Y tampoco se echa en falta la calidad.