Los dos primeros discos de Wild Nothing se podían enmarcar en un contexto concreto. Su álbum de debut, Gemini, llegó en el punto álgido del revival dream-pop y géneros colindantes. Captured Tracks era el sello del momento en 2010, al que recurrir cuando querías escuchar lo último de lo último del indie, bandas que se fijaban en esos últimos 80 y primeros 90 para moldear su música. Beach Fossils, The Pains Of Being Pure At Heart, Twin Shadow… la lista nunca acaba. Lo de Jack Tatum nos flipó en ese momento porque era uno de esos productores de dormitorio que mejor provecho sacaba a los pocos recursos que tenía (en su caso, el Garageband). El resultado fue un pop que bebe tanto de The Cure como de Cocteau Twins o Slowdive, con mucha frescura y un espíritu muy naíf. Volver a él ahora más de cinco años después es como intentar recordar un sueño pocos minutos después de despertarte. La memoria se confunde entre neblina, dificultando discernir qué es real y qué no lo es. Como todos, Tatum pasó página en su segundo trabajo, el típico salto a estudio. Más recursos, más posibilidades y… ¿mejores resultados? No necesariamente. Nocturne estaba falto de hits, pero se le aplaude por su eclecticismo dejando entrar nuevas influencias como New Order, Prefab Prout o hasta Pet Shop Boys.
Así llegamos a su tercer disco, que se ha tomado un buen tiempo en sacar al mercado, acaso porque era su reto más difícil, el de consolidarse. Ya sin la inercia del debut, debía dar un paso al frente, dejar de ser un chico para convertirse en un hombre. Y en Life Of Pause lo consigue. No es una obra maestra, pero sí la demostración de que Jack Tatum tiene una cultura musical vastísima que sabe aprovechar para crear canciones maravillosas. Como ocurrió con su predecesor, en el que nos sorprendimos por una percusión más nítida y también más contundente, algo inimaginable en su debut, aquí desde los primeros segundos ya nos encontramos con gratas sorpresas en la forma de una marimba que sabe a gloria. La toca John Ericsson, batería de Peter, Bjorn and John (los de la canción de los silbidos, sí). Esta voluntad de disipar la bruma y ofrecer una música que casase más con un día caluroso de cielo descubierto ya se percibía en Nocturne. Ahora es totalmente explícita.
Life Of Pause fue grabado a caballo entre Los Ángeles y Estocolmo, en un estudio que hace eones utilizaron ABBA. También dice que su estado mental estaba más cerca de Paul Simon, el Philly soul y el R&B que del dream-pop que le ha perseguido en toda su carrera. Algo de ello hay, desde luego, porque el disco amplía aún más su espectro estilístico para dejar entrar sonoridades negras como en A Woman’s Wisdom. Hay, también saxos sudorosos en Whenever I, de un groove irresistible, y buenas dosis de sintetizadores en la pieza titular. Pero no se olvida del shoegaze, desde el más suave (Adore es como si Slowdive se hubiesen tomado un ácido) al más ruidoso (Japanese Alice se acerca a un noise-pop en el que el feedback de guitarra no llega a molestar al oído, pero sí da cosquillas). Tampoco del pop sofisticado de Talk Talk.
Su hermosura, eclecticismo, frescura hace que tengamos un disco muy apetecible, manufacturado con exquisito gusto. El álbum encaja muy bien en 2016, pero ya no forma parte de una escena muy específica. Hay ecos a muchas bandas de hoy que empezaron más o menos como Wild Nothing: Neon Indian, Unknown Mortal Orchestra, Toro y Moi, Deerhunter… Si os fijáis en ellas todas tienen algo en común, empezaron muy enmarcadas en un sonido que poco más podía dar de sí pero a lo largo de los años han sabido evolucionar, madurar y cambiar de cara con cada disco. Tatum lo consigue, sí, aunque el impacto que supuso su debut aquí, por muy placentero que sea escucharlo, no aparece por ningún lado.