Todo cuadra de una manera asombrosa. Poco después de que Junior Boys firmasen su, por entonces, carta de defunción, It’s All True, para tomarse un tiempo de barbecho, empezó a hablarse de una sensibilidad indie en el R&B impulsada por sendas obras aún capitales, la trilogía de mixtapes de The Weeknd, por un lado, y el segundo largo de Drake, Take Care, por el otro. Desde entonces, la convergencia entre ambos géneros, etiquetas o lo que se quiera se ha vuelto más indisoluble, sin saber muy bien nosotros discernir dónde acaba el indie pop y empieza el R&B. En unos tiempos como los de ahora en los que prácticamente cualquier artista se ve influenciado por el género popular negro por antonomasia que el dúo canadiense vuelva a escena tiene mucho sentido. Lo hacen, de algún modo, para recuperar su trono, como indicando que mucho antes de que se popularizase esa tendencia, ellos ya estaban en el subsuelo picando piedra y derritiendo cuerpos a bases de ritmos tórridos y la sexual voz de Jeremy Greenspan. Y aparecen justo cuando se cumple una década del lanzamiento de su inapelable obra maestra, So This Is Goodbye, pieza capital para los adictos al pop electrónico más refinado (es ponerse ya el primer corte, Double Shadow, sentir espasmos y cosquilleos por todo el cuerpo y tener la necesidad imparable de bailar, a ser posible en el Sónar Village, como en ese 2007).
En realidad, Big Black Coat, su quinto álbum ya, es mucho más que una reivindicación. Junior Boys han vuelto después de curtirse aún más en el oficio por separado. Matt Didemus siguió haciendo música como Diva y se montó un pequeño sello en Berlín, mientras que Jeremy Greenspan ha estado más o menos vinculado grandes y pujantes artistas. Sacó una serie de maxis en Jialong, el sello de Daphni, y coprodujo el estreno en largo de su compatriota Jessy Lanza, una de esas artistas a las que antes aludíamos para hablar de la confluencia entre indie y R&B. Estas aventuras les han ayudado a volver a sus raíces más estrictamente electrónicas, sin olvidar ni mucho menos su gusto por el pop. En la nota de prensa se habla de referencias que parecen algo alejadas de su imaginario: Dan Bell, Plastikman, Robert Hood… vamos, algunas de las vacas sagradas del Detroit techno. Y algo de eso hay, sí.
Evidentemente, el dúo reinterpreta aquí el techno a través de su prisma. Aunque hay auténticos rompepistas como el tema titular, que sorprendió como sencillo de adelanto porque era escurridizo y lejano a la accesibilidad que mostraban hits pretéritos como Under The Sun o So This Is Goodbye, o You Say That, que es una manera de revisar el italo con bombos contundentes y unos cambios de ritmo que los carga el diablo, no renuncian a la delicadez y sofisticación que siempre les ha caracterizado. De nuevo, la culpa la suelen tener no sólo esos elegantes beats, sino también un Jeremy Greenspan convertido en auténtico dios del sexo, manejando registros que van del falsete a tonos más roncos. Los títulos de las canciones no podían ser más explícitos (tres contienen la palabra “Baby” y dos la palabra “Love”, aunque todos de algún modo están unidos por la lujuria).
Hay material que roza el AOR como esa curiosidad que es Baby Don’t Hurt Me en la que Greenspan parece el doble de Alexis Taylor de Hot Chip, coqueteos ocasionales con el electro más puro, disco que va de lo más refinado a lo más hortera y aceitoso (atención a esa genial versión del clásico soul-jazz What You Won’t Do For Love de ese reactivada leyenda de los setenta que es Bobby Caldwell) y por supuesto un synth-pop marca de la casa como Over It, que recuerda a los hits más inmediatos de Junior Boys.
Hay muchos detalles que demuestran que llevan más de 15 años perfeccionando su técnica, que se la saben larga para sacar el máximo partido a su maquinaria y que son unos productores excelentes y prodigiosos. Sólo mentes privilegiadas como las de estos canadienses podrían introducir sutiles pinceladas de acid sin que te des cuenta, hacer que un tema del más puro estilo Plastikman (And It’s Forever) pueda entrar directamente en la playlist festiva de los recién iniciados en la electrónica o crear una montaña rusa de ritmos, sonidos y humores en la larguísima pieza titular sin que se pierda la intriga por saber qué se sacarán de la manga en el siguiente compás. Junior Boys corrían el serio peligro de caer en el más absoluto de los olvidos despidiendo con un trabajo mejor como fue It’s All True, pero aquí demuestran porqué la década pasada sonaba a ellos.