Desde el momento en que empieza a sonar feed1, la sensación que experimentamos es la de aplastamiento. Resulta imposible respirar, la caja torácica empieza a notar una presión desproporcionada, y tus órganos explotan. El nuevo disco de Autechre es como una interminable montaña de chatarra que lentamente, como si fuera una cascada de tuercas, engranajes y placas de metal, fuera cayendo sobre tu cabeza hasta sepultarte por completo en hierro oxidado, para luego seguir añadiendo capas y más capas de escombros. No acaba aquí la cosa: tu carne se adhiere al metal, sientes pinchazos y desgarros: en cierta manera, es como el final de aquella película japonesa delirante, Tetsuo (1989), en la que el protagonista poco a poco va abandonando la forma humana para acabar transformándose en un mecanismo sucio y filoso. Quienes vieran a Autechre en el pasado festival Sónar –lo de ver es un decir, pues la oscuridad fue absoluta durante aquella hora del jueves–, la escucha del proyecto elseq les recordará a la experiencia de estar en un entorno aislado, casi hostil, y empezar a recibir golpes sonoros por todas partes. No es un disco, sino Guantánamo: ritmos bulbosos y melodías deconstruidas como una tortilla de patatas de Ferran Adrià, zumbidos que crecen en magnitud y perforan el oído, armonías disonantes con textura de hojalata, líneas de bajo engrasadas con aceite contaminante. Suena completamente a Autechre, a los Autechre de Confield (2001) en adelante, pero con todos los niveles de duración, tolerancia al caos post-digital y resistencia física elevados al máximo. Esto es, en realidad, una prueba de fe.
elseq son cinco partes de cerca de 50 minutos ensambladas entre sí para dar forma a un único proyecto mastodóntico, un aquelarre digital –el álbum se distribuye únicamente en archivos de audio, sin que haya por ahora ninguna intención por parte de Autechre o Warp de publicarlo en CD o vinilo– en el que no parece haber ni orden, ni sentido, ni dirección: sólo acumulación de ideas, de sonidos que si te cortan te podrían contagiar el tétanos, de ordenadores volviéndose locos al no ser ni siquiera ellos capaces de organizar de manera lógica los patrones de los programas utilizados para crear el sonido y darle un cierto sentido de composición. Hay en la carrera de Autechre varios momentos en los que más parecía que se dejaban llevar por la improvisación que por la composición convencional: uno fue cuando, con el nombre de Gescom, publicaron el famoso Minidisc (OR, 1998), un trabajo que estaba concebido para que la reproducción fuera aleatoria y cada escucha se experimentara completamente distinta a la anterior; era música casi infinita. En aquel momento, la idea de música generativa ya estaba desarrollándose en el estudio de Sean Booth y Rob Brown; básicamente, se trataba de programar softwares que, de manera intuitiva, desarrollaran sonidos a partir de unos parámetros dados, confiando el resultado al azar, y esa etapa más áspera culminó con sus discos más opacos y difíciles de digerir, Draft 7.30 (2003), Untilted (2005) y Quaristice (2008). Tras el momento más ligero que fue Oversteps (2010), algo así como sacar la cabeza fuera del agua durante cinco segundos para continuar ahogándose inmediatamente, el monumental Exai (2013) fue la demostración de que Autechre ya habían conseguido dominar su nuevo sonido, un código extraterrestre capaz de palpitar en emoción a la vez que se comportaba como una metástasis digital. Un cortocircuito para el cerebro.
El problema con cualquier disco largo –y estas cuatro horas se pueden hacer eternas si uno las afronta sin mentalización, en ayunas y sin haberse entrenado antes en esta nueva forma de tortura china que son los Autechre despiadadamente experimentales– es que nunca se sabe si todo tiene sentido, o es que directamente han volcado lo que tenían en el disco duro sin establecer ningún control de calidad, como quien saca la basura a la calle. Exai era un CD doble, una cosa colosal y agotadora, pero elseq 1-5 dura bastante más del doble que Exai: por un momento, la experiencia se vuelve espectacular, como si fuera un remix de Oversteps con radioactividad de Fukushima alrededor –pendulu hv moda o 13×0 step–, todo fluye como una invasión de minutos y sonidos que agreden con la violencia de una marabunta de bits y bleeps. elyc6 0nset y mesh cinereaL, que suena como observar a través de la pantalla de un portátil el crecimiento y desarrollo de una colonia de bacterias, vistas con un microscopio de aumento, son 27 y 24 minutos de chaparrón ruidista, dos tours de force sólo para gente sin miedo o sin familia, una mezcla indescifrable de ritmos erráticos y armonías ilógicas, el sonido ideal para la banda sonora de un documental sobre el comportamiento de los virus o de los organismos extraterrestres. Los sonidos van cayendo uno a uno, al principio sin que pase nada, hasta que estás sumergido en ellos, y en vez de pedir oxígeno lo que pides son branquias para poder respirar amianto, para alimentarte de más veneno.
Si en vez de una inmersión completa optamos por un pequeñas ahogadillas –es decir, si en vez de atragantarnos con esta grasienta masa de sonido preferimos bocaditos pequeños–, elseq 1-5 es una irregular colección de joyas electrónicas. Ninguna se parece a los Autechre de Tri Repetae (1995), ni tampoco a los de Oversteps: los elementos amables han ido desapareciendo, sólo queda el rompecabezas sonoro; algunos son más fáciles que otros. Si esto fuera un cubo de Rubik, enfrentarse a piezas sueltas sería como cerrar una línea del mismo color, incluso reunir todas las piezas de una sola cara del hexaedro. Pero no es esta la mejor manera de consumir lo nuevo de Autechre. Hay que ser valiente y lanzarse hasta el fondo, sin mirar atrás, y entonces la dificultad se multiplica: hay que completar el cubo entero, llegar hasta el límite cuántico de la música, allí donde las leyes de la IDM, del techno y del noise se vuelven absurdas. También hay otra sensación: la de creer que un ejército de Transformers te está violando sin descanso, llenando uno a uno todos los orificios de tu cuerpo con ganchos, rodamientos, tuercas y hojas de afeitar. Este es el sonido de la máquina jodiéndote duramente, hasta el punto de querer matarte por sangrado interno o demencia absoluta.
Nadie que quiera pasar un buen rato debería escuchar este disco. No es una experiencia agradable, sino más bien como si te rodeara una colonia entera de hormigas y no dejaran de morderte, de colarse entre tus ropas, metiéndose en tus zapatos y colándose garganta abajo. Si en algún momento Autechre fueron un placer, aquí quieren ser deliberadamente una tortura. Pero el reto, que es físico, es más apasionante todavía si se lleva al plano intelectual. Autechre han presentado una prueba de resistencia que no esperábamos: un álbum que se hace eterno, cinco partes indistinguibles, más de cuatro horas de sacudidas eléctricas, ataques epilépticos, plomo en la sangre y moratones en el carne. Se puede escuchar para decir “yo lo conseguí” –que es como correr maratones por vicio–, pero también se puede entender como el más duro viaje intelectual, como un bloque de tiempo en el que por tu cabeza pasan cosas muy raras. Hace tiempo que dejaron de agradar a los sentidos, pero Autechre alcanzan con este disco algo parecido a su Everest intelectual. Mientras los músculos se entumecen y el corazón pide la hora, lo que ocurre en el cerebro durante todo lo que aguantes el viaje es algo que no se consigue ni con fiebre ni con drogas. No sabemos si agradecérselo para siempre o cagarnos en sus muertos.