Estaba claro que tanto introducirse la cabeza en el ombligo y tanto rapear con los lacrimales ensartados acabaría pasándole factura a Drake. Repaso las críticas de su cuatro álbum oficial, Views, y aprecio un cambio de tendencia: esa vulnerabilidad que tanto endulzó al periodismo musical ahora está tornándose melaza caducada. Si tuviera que hacer caso de los palos que he leído, la conclusión sería que en este nuevo disco todo suena hueco, que la excitante introspección de antaño se ha revelado con el paso del tiempo en una pantomima narcisista; que Drake es un puto penurias y que este LP es jodidamente largo y aburrido.
Un consejo: nunca hagáis caso de la crítica musical. Efectivamente, Views es largo, pero el mundo no se termina en un exceso de minutaje. El parto del álbum, anunciado a principios de 2014, también ha sido largo. Diablos, todo es lento y proceloso en el universo de Views. No parece que este disco haya sido infectado por un deadline, todo lo contrario, el reencuentro con el magnífico beatmaker Noah “40” Shebib, el productor con el que Drake ha brillado más como rapper y cantante, es una exhibición de artesanía emocional que nos remite a los claroscuros atemporales de Take Care.
El rastro engañoso de los singles que ha ido derramando Drake quizás ha generado expectativas distorsionadas. Hotline bling es una hitazo descomunal, joder, hasta Carlos Lozano la cantaba en Gran Hermano VIP. One dance es una ducha de electrónica caribeña y UK Funky con olor a salitre y porro. Pop style es una vacilada que viene con amputación deluxe: poca broma, Kanye West y Jay Z han sido eliminados del track. Por cierto, ni rastro de Summer sixteen.
Tan solo un par de piezas más podrían incluirse en este pack de cortes potencialmente radiables. La primera es Too good, con Rihanna, y nos devuelve a los Pimpinela del bling bling en otro intercambio de reproches sentimentales que, sobre una base afropop con exceso de bronceador, queda de lo más divertido. La segunda es Controlla, manguerazo dancehall con un estribillo melosísimo y Beenie Man poniendo la guinda: es imposible que estos cuatro minutos no te hagan sentir en paz con el mundo.
Fuera de esta zona más abocada a las concesiones y el dancefloor veraniego, el grueso de Views se despliega como una masa cambiante de reproches, lamentos y decepciones. Drake escrutándose las entrañas a esternón abierto. En este flanco, el más trinchado por la crítica, el álbum adquiere un tono apasionante. A través del prisma sonoro de Noah “40” Shebib, Views se revela como un álbum nevado, gélido, congelado como el invierno de Toronto. Es el disco más Toronto de Drake. Cuesta encontrar desvíos comerciales en una tundra de beats nitrogenados que suena a icebergs rompiéndose; se imponen sintetizadores minimalistas, graves espumosos, cascadas de sonidos, sampladelia delicadísima y compuestos sonoros que beben del R&B de los 90, el pop negro, el dancehall y el trap.
En esta parte del álbum, Drake se enrosca como una serpiente herida, sollozando unos raps cantados en los que habla de su mala fortuna amorosa, se queja de que su chica le coja el Bugatti para ir a comprar tampones, llora falsos amigos, traiciones, lealtades rotas y, sobre todo, se convierte en un mártir de la soledad en la cumbre. La paranoia persecutoria cuando has alcanzado el éxito no es nada nuevo en la lírica del rap, tampoco el recelo y el aislamiento emocional, pero Drake describe sus demonios al ritmo de la generación selfie, habla de tú a tú al ego millennial y expone su vulnerabilidad con tanta candidez que a veces roza la vergüenza ajena, un riesgo que siempre ha asumido la versión más crepuscular del canadiense.
En Keep the family close parece pedir a lágrima limpia que le den la canción en la nueva peli de James Bond. La atmósfera abisal de 9 te sume en un estado de hipnosis extrañísimo. Weston road flows es un homenaje narcotizado al R&B de los 90s, sample de Mary J. Blige mediante. Childs Play es como escuchar trap en un batiscafo a doscientos metros de profundidad. El funk lánguido y ochentero de Feel no ways funciona mejor que un Lexatin. Fire & desire es una balada nocturna que reverberará durante meses en los callejones más helados de Toronto.
Porque el frío es crucial en Views, un disco lento, pastoso, largo, ombliguista, gélido…Un exceso de pornografía emocional que parece ubicado en lo que se conoce como cambio de fase: ese microsegundo en el que el agua está superenfriada, a punto de compactarse y formar cristales. Un momento de tensión en el que el líquido tan solo necesita un empujón para convertirse en hielo: Views es ese empujón.