Beyoncé ya no saca discos. Qué vulgaridad. Beyoncé fabrica momentos, happenings, performances, eventos, yo qué sé. Su afán por trascender el formato viene de lejos. Antes que Kendrick, Rihanna o Kanye, la Knowles ya estaba subvirtiendo las leyes del mercado a caderazo limpio. En 2016, tres años después de aquel inesperado Beyoncé que cogió al planeta Tierra con el calzón a media asta, la reina del pop negro insiste en fumarse la promoción y el marketing, lanzando un nuevo álbum al éter sin llamar a la puerta, a la francesa. En este caso el éter se llama Tidal, claro, y es la única plataforma desde la que podremos escucharlo legalmente, por lo menos, de momento.
Pero ahí no queda la cosa: Beyoncé se ha puesto seria. Quiere ser algo más que un producto de consumo pop. De hecho, este Lemonade es una masa audiovisual en la que cada canción viene acompañada de un videoclip: una hora de música con imágenes. Una historia. Una peli. Algo. El sábado pasado, los clientes de HBO pudieron disfrutar del documento, un experimento en el que Beyoncé trata de inyectar a su discurso inquina política, explorando un filo reivindicativo que nunca había estado tan presente en su obra.
No obstante, ni la audacia del formato, ni la renuncia a amoldarse a los dictados comerciales de la industria pueden disimular las aristas que realmente hacen de Lemonade un álbum fascinante. Al fin y al cabo, toda la parafernalia que acompaña al proyecto no tendría ningún sentido si el disco no se hubiera escrito con las entrañas. Porque prácticamente todo el viaje está impregnado de la cólera de una mujer que se siente engañada. Los altibajos de la relación de la cantante con Jay Z se materializan en todos los rincones de Lemonade, en forma de airados mensajes de despecho, amenazas, reproches y algún que otro dedo en el ojo a su señor marido. Más allá del morbo amarillento, Beyoncé se reivindica como mujer afroamericana y consigue, cosa rara en la música negra actual, que por una vez la zorra sea el rapero y no la mujer del rapero.
En el terreno musical, la diva ejecuta otra pirueta de libertad musical al límite. Mientras el 99% de las pop stars negras insiste en sentarse a la mesa de los peques a base de trap y más trap, Beyoncé cena con los adultos, es decir, con una pléyade de productores y músicos que provoca ataques de ansiedad. James Blake, Just Blaze, Diplo, Kendrick Lamar, The Weeknd, Jack White y Mike Dean, entre otros, se encargan de ubicar a la reina muy por encima de sus competidoras, sirviéndole una colección de beats, por así decirlo, que buscan una panorámica pop eterna, nunca la explotación de un sonido de moda.
Desprovisto de singles para la radio –que le den por culo a la radio, claro que sí-, Lemonade ofrece su toma más populista en Formation, un adelanto que nada tiene que ver con el resto del disco. Aquí reinan las baladas en crudo a golpe de piano, como la doble ración de tristeza formada por Sandcastles y la increíble Forward, con James Blake exhalando neblinas de soul cadavérico. Ocurre lo mismo con el opener, Pray You Catch Me, seguramente una de las mejores canciones que jamás ha publicado Beyoncé, tres minutos de goth gospel que demuestran lo bien que funciona la alianza entre Blake y la ¿ex? mujer de Jay Z.
La variedad de sonidos se mantiene en un fascinante equilibrio. De ahí que Hold Up, un delirio jamaicano en slow motion cortesía de Diplo y Ezra Koenig, suene tan fresco y adecuado. De ahí que los chorros de funk-rock psicodélico en bruto que lanza Jack White en Don’t Hurt Yourself parezcan envolver con más ardor que nunca los lamentos de Beyoncé. Incluso el tema más ortodoxo y bailable, la saltarina Sorry, fluye como un líquido en el tracklist, pidiendo a gritos convertirse en uno de los hits de culto del disco. Lo mismo ocurre con la épica à la Portishead que destila la brutal 6 Inch, con The Weeknd. De hecho, ni siquiera un atentado como Daddy’s Lessons, delirio country que todavía tengo encallado a medio gaznate, desluce una inmersión sonora, visual y sentimental de primerísimo orden. Si escucháis el estallido de rock salvaje y los raps de Kendrick Lamar en Freedom o el soul emocional de All Night sabréis a lo que me refiero. Mucho tendrán que aplicarse Rihanna, Nicki Minaj y compañía para no parecer una broma de mal gusto a partir de ahora: Lemonade es demasiado disco para ellas.