Desde el lanzamiento de su anterior disco, Barking, Underworld han emprendido mil y un proyectos, juntos y por separado. Por eso resultaba difícil predecir por donde iban a tirar ahora. ¿Acaso optarían por una obra sinfónica al hilo de esa Caliban’s Dream que compusieron para la ceremonia de apertura de Londres 2012 con la London Symphony Orchestra y otros tantos aliados? ¿Probarían con su vertiente más atmosférica, esa que asomó brevemente en Oblivion With Bells tras escribir la banda sonora de Sunshine de Danny Boyle? ¿Coquetearían con esa preciosa música de inclinaciones experimentales y arty a raíz de las brillantes colaboraciones de Karl Hyde, el vocalista, con Brian Eno? ¿O, más fácil, tirarían por la vía fácil y rápida de la nostalgia después de revisar Dubnobasswithmyheadman y Second Toughest In The Infants para sus sendos vigésimos aniversarios? En realidad hacerse todas esta preguntas es perder un poco el tiempo. El dúo británico siempre ha ido a su bola, ajeno a las tendencias del momento y cada álbum, algunos mejores y otros peores (los dos últimos caerían de este lado pese a que tienen cosas sumamente interesantes), es un reflejo de lo que son y significan como banda, probablemente la más importante de la electrónica popular del último cuarto de siglo.
Barbara Barbara, We Face A Shining Future llega en un contexto muy determinado, en un momento en el que esos grandes grupos que tanto lo petaban a mitades de los 90 vuelven con fuerzas renovadas tras largos periodos de inactividad o de productividad entre regular y terrible. Hablamos de Orbital, aunque volvieron a disolverse hace ya unos años, pero sobre todo Leftfield y The Chemical Brothers. Y, aunque estén en una onda diametralmente diferente, hasta New Order sacaron el año pasado su mejor largo desde finales de los 80. Será el eterno retorno, el carácter cíclico de la historia. La electrónica de masas vive un momento de una salud envidiable, especialmente gracias a la implantación definitiva del género en Estados Unidos. Aunque la EDM lleva consigo toda una serie de connotaciones negativas, Karl Hyde, que de perspectiva histórica y entendimiento musical tiene un poco con sus casi 60 años en los que ha podido ver nacer y crecer casi todas las músicas de baile, ya señaló los aspectos positivos de este movimiento en una entrevista con nosotros. “Cientos de miles de personas van a eventos dance. Eso es perfecto porque mostrarán curiosidad por otros tipos de música electrónica de baile. Cuando esto ocurre el underground se moviliza y reacciona contra él. Siempre ocurren cosas excitantes ahí”, reflexionó.
Pero una cosa es que sepan apreciar los aspectos positivos de una realidad inamovible y otra que quieran formar parte de ella. En Barbara Barbara Underworld recuperan ese sonido marca de la casa desde el primer minuto. De hecho, no sería una exageración decir que I Exhale es la mejor apertura de un álbum del dúo en 20 años. A más sería difícil llegar porque la perfección responde al nombre de Juanita : Kiteless : To Dream Of Love, el mejor cuarto de hora de la historia del dance para servidor. En realidad, todo es muy sencillo: un riff de sintetizador de dos notas, un bombo robusto, actitud rockista y esas letras spoken word que Karl Hyde lleva escribiendo toda la vida y que a base de sus rápidas observaciones elevan el ánimo, elaboran el mensaje optimista del título del disco y, en definitiva, nos devuelve a ese dúo que lleva tantos años haciéndolos pasar en grande con su colección de himnos. Es un banger como la copa de un pino, uno que va a ser reclamado en todos sus conciertos de ahora en adelante y lo saben. Tanto que el videoclip es un reflejo de esa euforia que destilan, de esas ganas de pasárselo en grande, de ese enfoque lúdico que siempre ha tenido su música pero sin caer en la chabacanería, en esos recursos fáciles y de escaso impacto emocional de los que tiran sus sucesores. Lo suyo no es facturar pildorazos de una sola ingesta, los hits de Underworld son inmortales.
Aunque en If Rah rebajan ligeramente el tono tiene un groove irresistiblemente bailable y uno de los mejores usos del sintetizador (la manera en la que juegan con las teclas en la segunda mitad del tema es pura magia, repitiendo hasta el infinito unas pocas notas para entrar en éxtasis). Low Burn es una más que aceptable concesión a los nostálgicos, una de las pocas piezas de aquí que podría caber en el Dubno o el Second Toughest. El tramo central, sin embargo, puede desconcertar a muchos, especialmente Santiago Cuatro y esas guitarras flamencas. Tiene un rollo místico y experimental que se tolera pero es evidente que en posteriores escuchas es una pista que nos saltaremos. En el fondo Underworld siempre han incluido alguna rareza en casi todos sus discos. Pero esta es demasiado radical y diferente a todo lo que han hecho. Motorhome también nos pilla descolocados entre los murmullos de Karl y esa saturación de glitches, pero es una pieza que se inclina hacia terrenos de balada de enorme preciosura. De nuevo, distinta a todo lo demás o, en todo caso, ligeramente emparentada con algunos de los momentos más meditabundos de Oblivion With Bells.
Tras las dos rarezas Underworld vuelven a coger velocidad de crucero, primero con Ova Nova, que nos recuerda lo bien que puede cantar Karl Hyde y que, sí, claro que sabe recitar más de un verso seguido aún. Con todo, la narración ahí no es lo más importante. Lo que más cuaja es ese mantra “change your mind” y la inclusión de las voces como coristas de Esme Smith y Tyler Hyde, hijísimas de Rick y Karl. El dúo siempre se ha diferenciado de la competencia por contar con voces propias y no recurrir a las estrellitas de turno para abrirse a un abanico de público más amplio. Hyde es carismático por su singularidad al cantar, tan extraña que cuesta creer que haya podido ser un líder de masas tanto tiempo. Pero esta decisión de dejar entrar a otra gente en su estudio y de dejarlo todo en casa a la vez es absolutamente brillante, pues es algo que no habían hecho jamás. Una sorpresa totalmente bienvenida. Las retoñas vuelven a aparecer en el cierre, Nylon Strung, que es una pieza de electrónica melancólica redonda. Otro de esos himnos celebratorios y liberadores de brazos en alto y ojos vidriosos. Exactamente lo que ellos llevan haciendo toda la vida y lo que se reclama a toda música de baile.
Ya que empezábamos con preguntas, ¿cómo nos hemos de tomar el título si esas fueron las últimas palabras que dijo el padre de Rick a su madre antes de morir? ¿Es este disco el brillante legado que Underworld dejan a las nuevas generaciones (ya sea Esme, Tyler o cualquier aficionado de la electrónica) o es que el dorado futuro, como tal, aún está por llegar y ellos continuarán siendo sus embajadores? Sea cual sea la respuesta el dúo ofrece aquí más de lo que podríamos esperar. Un retorno emocionante, un capítulo más para engrosar una discografía para la historia.