La última vez que a Matthew Dear le hicieron unos análisis, el informe médico fue concluyente, categórico: resulta que nuestro hombre lleva el techno en la sangre. Desde que empezó a producir a principios de la década pasada sus tracks para el sello Spectral Sound –por aquel entonces un subsello oscuro y sostenido por una percusión insistente dentro de Ghostly International–, había quedado claro que su lenguaje, que tenía algo de minimal y mucho del Detroit más físico, e incluso algún que otro brochazo de house seco y contundente, estaba hecho para la pista de baile. Siempre que ha tenido la oportunidad, Matthew Dear ha querido dar un puñetazo sobre la mesa con algún clásico de su cosecha, y así ha ido sumando medallas en su historial como The Pong (2004), Mouth to Mouth (2006) o Motormouth (2013), o con maxis diversos firmados como False o Audion, y así durante tres lustros de actividad constante al más alto nivel. Cada vez que Matthew Dear desenfundaba un vinilo, había que prestar atención: sin haber sonado nunca a rancio ni a nostálgico empedernido, todo lo que ha hecho ha sido una toma de contacto con el techno del presente sin olvidar que todo aquello venía de una tradición legendaria. Dibujaba, en definitiva, una elipsis temporal que engarzaba en el mismo punto el futuro con el pasado: Matthew Dear siempre ha sido un punto en el infinito.
Pero a pesar de que Dear lleva el techno en la sangre y que lleva años obsequiándonos con una incansable ristra de maxis valiosos, muchas veces tendemos a olvidarnos de que también es DJ, y no sólo en ocasiones especiales, sino un DJ experimentado con dos décadas de trayectoria, con un conocimiento intuitivo y profundo del lenguaje de la mezcla, avituallado de material eficaz para torcer tobillos. La razón del despiste, lógicamente, está en su producción más arty firmada con su propio nombre sobre todo a partir de Asa Breed (Ghostly, 2007), un álbum que, en la discografía de Dear, supuso un giro hacia el pop de ascendencia new wave, embebido en el glamour, el cubismo funk y el cuidado por el pequeño detalle de los viejos discos de Talking Heads y el Brian Eno de los setenta. Aquel Matthew Dear más cosmopolita, neoyorquino e intelectual, el que mantuvo la línea con los excelentes Black City (2010) y Beams (2012), fue el que arrojó sombra sobre su otro yo algo más Chicago, el hombre de las pulsaciones arrítmicas y el gusto por los bombos a contrapelo. Nos lo imaginábamos siempre bien peinado, vestido de negro, en un escenario enorme manejando sintes, y no con la media melena pegada a la cara por el sudor, con un cigarro y una cerveza, pinchando trucha. Por eso este DJ-Kicks puede sonar tanto a sorpresa, y a la vez sonar tanto a gloria.
En la discografía de Matthew Dear ya existen dos discos mezclados, uno de 2006 –el minimaloide Fabric 27 firmado como Audion, una loncha de techno sin pulir, rasposa y atropellada–, y otro de 2008, un mix para Get Physical que partía de la misma premisa, o sea, su compromiso con el material de club, tanto techno como house, pero siempre fiel a un sonido underground, de contacto físico y capaz de hacer gastar, simultáneamente, goma de las suelas y calorías de la cintura. Sólo porque en la portada de este DJ-Kicks aparezca Dear como si fuera un doble de Gabriel Rufián, con el pelo para atrás, la barba recortada y la ropa del Zara, no tiene eso que significar que no estemos ante el mismo hombre que lleva respirando la pureza del techno desde el mismo momento en que empezó a abrirse camino hacia el Olimpo del minimal. Es cierto que en la mezcla se le escapa una intención intelectual, cuando para completar las transiciones entre los temas Dear inserta diálogos y voces de su propia familia, y que añaden un halo espectral que sobrevuela toda la sesión, pero una de las mejores cosas que se pueden decir de este nuevo álbum mezclado de Dear es que elude casi siempre la nostalgia, e intenta vivir al día sin tener que justificarse. Este DJ-Kicks es una selección sin fisuras de toda la música que, ahora mismo, llena esa sección de su disco duro en la que almacena herramientas para el club, que tal como él las arroja más parecen flechas y lanzas con intención de hacer daño que novedades disponibles en iTunes.
El comienzo puede parecer engañoso, como si fuera un anzuelo embadurnado de miel para capturar al fan de sus discos más glam: en su primer corte elegido, Matthew Dear desliza Ode, una melodía sensible tocada al piano por Nils Frahm, introducción que, en otras circunstancias, implicaría introspección, la burbuja de seguridad de un ambient para todos los públicos, una conexión instantánea con su público proveniente del indie, pero tal como continúa la sesión –con un corte exclusivo, Wrong with Us–, rápidamente cambian las tornas y lo que se apodera del espacio no es la evaporación del piano del compositor alemán, sino el filo cortante de unas cajas chicagueras que marcan desde ese mismo momento el tono, la velocidad y la intensidad de una sesión que emprende el vuelo desde las planicies más profundas del house –Wrong with Us es un tema vocal, sinuoso, que desborda sensualidad en la manera en que se derraman las texturas de los sintes– hasta ascender al cielo garage de Ricky (Thatmanmonkz Mix), una bomba de relojería servida por Caserta, productor en la órbita de Scott Diaz, uno de los nuevos defensores del sonido house de la vieja escuela en Gran Bretaña. Alcanzado ese punto de ebullición, Dear se mantiene ahí con una sucesión de cortes ricos en hidratos de garage y de grasa house, con Doc Daneeka, Duff Disco, Randomer, Soulphiction o Simian Mobile Disco haciendo sudar la manteca: material fundamentalmente inglés, nuevo pero que suena a clásico de los 90, de una calidad fuera de dudas.
Hacia la mitad del mix, Dear comienza a variar el registro –hay momentos más disco, o más hard house (Hot Juice Box, de Markus Enochson), incluso más cósmicos (Harmonitalk, de Gary Sloan & Clone) –, pero nunca pierde el rumbo: ésta es una sesión en la que nunca se pone en duda su compromiso con el bombo recio y la caja cortante, que no quiere nunca confundir al público que se acerca a los clubes como si fueran turistas, para satisfacer al de verdad, aquel que vive en la noche y que la exprime como si fuera un vampiro alimentándose de la sangre de una virgen pálida. Por mucho que asociemos a Matthew Dear con un renovador de la electrónica de alcance pop, esta sesión es un ejercicio de fidelidad al house que se ratifica de manera rotunda hacia el final, cuando enlaza de una tacada –antes de concluir con la fantasía africana del Kumu de DJ Khalab & Baba Sissoko– con tres piezas de Audion, tres puñetazos para no levantarse nunca más de la lona –Live Breakdown, Starfucker y Brines–, que son su peculiar manera de decirnos que, cuando está en la cabina del DJ con la camisa arremangada, para él sólo existe el house, el sudor y el respeto a sus mayores. Para terminar de rematarlo, sólo le habría faltado un chorrito de acid.