Cuando El Coleta baja las escaleras del garito -en este caso del Sweet-, bolsa del Corte Inglés (modelo vintage) en mano, y con los teloneros aún tocando, una no sabe si ya ha empezado el espectáculo o si es todo natural y cotidiano. El de Moratalaz se mueve ahí precisamente: en esa línea que parece rozar un simulacro continuo. Pero no.
A escasos minutos del comienzo, había quien especulaba sobre lo que podía contener la bolsa de los grandes almacenes: un par de trajes de madero. Y sí. La llegada al escenario esposado y escoltado por dos falsos guardias civiles (ese momentazo que ya se pudo ver en aquella bendita idea de Post Club de juntar a Mykki Blanco y al rapero quinqui en un mismo escenario allá por febrero de 2013) provocaba la primera tanda de silbidos fuertes en la sala. Con los samples de “Esto es el principio” sonando, El Coleta aparecía en escena suscitando los primeros gritos-himno. Ese “Camelan darle a la lejía. Abajo la policía, arriba la golfería” sólo se puede entonar con ganas, y sólo suena pletórico en multitud.
Dejando a un lado algún que otro problema técnico del DJ con las agujas, el rapero se marcó un directo de los que dejan cuerpo jotero y apetito de más. Con la compañía de Broder Chegar (que también cantó algún tema propio como “Autogestión”), El Coleta sacó en Gijón su armamento fino: “MdMO”, “Deprisa, Deprisa”, “Nanai Nanaina”, “Perros Callejeros” o “Bulerías de M.O” (y qué gusto verle en un atisbo de arranque de baile por bulerías después de acabar una rima).
La que se preveía -y esperaba- como cierre, prácticamente lo fue. “Contad los muertos” llegaba como pre-broche final y ya con la sala bastante más espontánea que al comienzo. La despedida (por puerta grande) llegó con el tema “Olé” y con El Coleta y Broder Chegar mezclándose entre el público para marcarse un pogo desde primeras filas.
El Coleta se baja del escenario con la misma chulería tranquila y cruda con la que camina; el Coleta -con su chándal, sus anillos de oro, su versión de “Escríbelo con sangre” de los Burning en mitad del concierto, su cierre cantando entre el público, su pogo y sus vítores al flamenco entre rima y rima- inyecta al escenario una dosis de autenticidad potentísima. Macarreo tosco pero refinado.