Como hace ya unos años, las Festes de la Mercè de Barcelona tuvieron una ciudad invitada. En esta edición fue Estocolmo, epicentro de un buen puñado de grupos más que interesantes. Debo reconocer que cuando lo anunciaron a mediados del pasado verano me la pusieron como la vena de un cantaor y más cuando anunciaron las bandas que participarían. Nada de artistas consagrados, sino jóvenes promesas con mucho que decir. Y como ahí el pop gusta mucho, y más si es sintético, el denominador común estaba claro, salvo una Seinabo Sey – desconocida para mí – de la que ya hablaremos más adelante. Así que sin más dilación empecemos.
Le tocó el turno de abrir la velada a Mariam The Believer una hacedora de pop de vanguardia más que interesante. Los más listillos de la clase quizá la conocen por su papel en el dúo Wildbirds and Peacedrums, pero eso ya es historia. Ahora se ha rodeado de una sólida banda que respalda sus arrebatos de folclórica y sus gorgoritos, como si fuese una Amber Coffman (no lo es, de momento). Vamos, lo que vendría a llamarse una intensa de manual. Pero no, el pop sofisticado que presentó en la Plaça Joan Coromines estuvo más que aceptable. Se centró sobre todo en su álbum de debut, Blood Donation, aunque también tuvo tiempo de cantar “To Conquer Pain With Love”, de su reciente EP The Wind. Luego tocó el turno de Postiljonen, uno de los más interesantes de la noche. Este trío practica ese dream-pop a la baleárica, que tanto gusta en Escandinavia. Su puesta en escena no pasó de lo correcto: lucecitas en las mesas y una pantalla que mostraba unos visuales a los que desviar la mirada cuando la música no convencía. Porque lo cierto es que aunque tienen una ópera prima potente, el sonido estaba demasiado bajo, desluciendo más de un subidón. Pero lo peor de todo fue que todo sonó poco orgánico, pues estaba la cantante secundada por dos tipos muy felices con laptop. Alguna guitarra o un saxo real como el que sonaba en “Atlantis” se hubiese agradecido.
Seinabo Sey a priori partía como la cenicienta del grupo. Apenas conocida, un poco descolocada ahí entre tanto pop luminoso y tocando a una hora en la que la gente ya empieza a exigir parranda, lo tenía todo en su contra para que su concierto fuese un fiasco. Pero nada más lejos de la realidad. Esta sueca de tan sólo 23 años llegó a la Plaça Joan Coromines sin apenas haber publicado su álbum de debut y convenció a la parroquia especialmente gracias a su potente chorro de voz. Lo suyo es un soul vitalista, como una mezcla entre los Massive Attack de Unfinished Sympathy y una Florence Welch que se hubiese pasado al gospel. Muy interesante propuesta. Pero lo mejor aún estaba por llegar. Frida Sundemo era, sin duda, para servidor lo que más atraía de esta velada, y vaya si cumplió. Tampoco tiene disco de debut, pero ni falta que le hace. Con una ristra de sencillos y EPs ya publicados y que contienen hits de pop electrónico arrollador, la escandinava tiene todo los números de comerse con patatas a Robyn como se duerma en los laureles. Hasta se permitió el lujo de tocar su mayor pelotazo, “Indigo”, bien pronto. Quizá aún le falta un poco de tablas sobre el escenario, pero con lo joven que es seguro que consigue ganar confianza con el paso del tiempo. Bailamos como si fuese el último concierto al que fuésemos a asistir.
Y hablando de Robyn la siguiente en actuar fue Zhala, una protegida suya. Aunque hace poco que lanzó un sencillo de pop más o menos convencional, lo suyo es un pop extravagante, con ramalazos de trance y ecos a Omar Souleyman a la hora de ofrecer unas melodías de sintetizador capaces de transportarte al Oriente Medio. Pero su actuación fue todo lo contrario que la de Frida Sundemo. En lugar de venir respaldada por una banda lo hizo ella sola. Sus pintas, con lo que parecía desde la lejanía unas rastras fluorescentes, la delataban. Si Mariam The Believer era una intensa, ella era una loca del coño de cuidado (y lo digo desde el cariño). Excentricidades aparte, la sueca, en su escasa media hora de actuación consiguió hacernos bailar y divertirnos un poco, mucho más tampoco se le podía pedir a una actuación que por momentos bordeaba el playback. Los últimos fueron NONONO que consiguieron reunir a toda una manada de gente en la Plaça dels Àngels. El ambiente era francamente irrespirable. Una pena no poder disfrutar de su propuesta de pop comercial y pegadizo en condiciones. El trío demostró que ya están curtidos sobre el escenario y que lo suyo no tiene fisuras. Quizá no os suenan de nada, pero si os decimos que su canción más conocida, “Pumpin Blood”, suena en un popular anuncio de champús del que no diremos la marca hasta que pongan publicidad en Beatburguer, seguro que se os ilumina la cabeza. Buen final de noche, pero demasiado agobio.