De cómo el Urban de Mediana Edad sintiose traicionado por la chanza de lo urban y volviose a poner el sayo del Señor Mayor del Indie, con un enojo pollaviejil de tres mil pares de cojones de res.
El señor mayor del indie ha vuelto con el gatillo fácil de Ortega Smith y el pronto agresivo del difunto Pepe Sancho, cuando le gritaba “¡sois basura!” a los miembros de la prensa canallesca. Hay rabia. Hay muchísimo dolor. Hay golondrinos en ambas axilas. Hay avisos constantes de Apple en su mail, advirtiéndole de que ya no le queda espacio en el iCloud. Hay más reflujo biliar que en el gaznate de Carl “Papá Cogote” Cox, después de siete rodaballos, una paella valenciana para cuatro y dos barreños de carajillo. Hay. Vaya si hay.
Cuatro años dedicados a purgar mi pollaviejismo indie. Cientos de horas dedicadas a ponerle comments a Rosalía en su feed de Instagram y explicando a mis colegas cuarentones de Pilates que el trap ahora se llama urban y Bad Gyal es dancehall, no trap, aunque también es urban, como el reggaeton, que tampoco es trap. Cuatro años intentando intelectualizar el perreo; soltando peroratas sobre uñas de gel, trapicheos y alta filosofía; mezclando a cascoporro lucha de clases con música dancehall y gritando al viento que, si no te gusta este rollo tan revolucionario, es porque eres un señoro, no porque tengas derecho a dar tu opinión sobre algo… Todo esto se perderá como lágrimas en la cumbia.
Como hizo Bigote Arrocet, mi mujer me dijo “ahora vengo” y no la he vuelto a ver más. Mi obsesión por dejar de ser un boomer a los cuarenta y tantos, y mi resistencia desesperada a aceptar que mediana edad y perreo son conceptos incompatibles, me han costado el matrimonio. Digo yo que acudir a casa de mis suegros vestido como Bad Bunny, también habrá tenido algo que ver con mi debacle sentimental.
Que aquí uno lo ha sacrificado todo para molar. He renegado de Yo La Tengo y Fatboy Slim, hostias. Lo he dado todo por esta revolución filosófica-estética-musical que iba a cambiar el mundo y, a tenor de los carteles festivaleros de 2020, no ha cambiado absolutamente nada. Porque el pollaviejismo ha vuelto a las calles, pollavieja is the new urban, yo qué sé. Lo único que tengo claro es que en el Primavera Sound tenemos a Strokes, Iggy Pop, Bauhaus, Kim Gordon en lo más alto del cartel. En el Sónar, en letras gordotas, veo a los Chemical y Carl “Papá Cogote” Cox. Ojo ahí, pollaviejismo con mucha barrica, presencia en boca y notas de frutos rojos. Boomerismo de proximidad, kilómetro cerdo. House progresivo con Eric Prydz. Rebecas de acrílico, fajas para la lumbalgia, calzoncillos con pedete, petanca guarra en Poble Sec. Y este verano, todos a Monegros, que actúan los nuevos valores del urban: Wu-Tang Clan, Paul Kalkbrenner, SFDK, Vitalic, la Richie, Basement Jaxx… ¿Y el neo perreo? Ni está ni se le espera, al muy ladino.
No, en serio, ¿qué ha pasado con lo urban? ¿Quién diablos me ha engañado? Lo urban era el futuro, decían en el Vice, y el temita ya huele a pasado. Después de ver a mi adorado Cecilio G cabalgando sobre un podenco y cruzando un océano de clubbers enzarpados, esperaba un 2020 más trap que el hachís que Slowthai tiene incrustado en la uña del meñique. Por los calvos de Risto, que me perdí Tame Impala en el último Primavera Sound porque estuve todo el festival en el escenario urban, con la mandíbula como el martillo de Thor, dando la turra y ahuyentando a los nietos de mis amigos.
2019 fue un espejismo. Tanto tiempo convencido de que lo urban arrinconaría a lo indie, y ahora resulta que, a la hora de la verdad, vuelven los de siempre. Gallináceas viejas, como yo. Decrepitud in this modafocka. Las dos PR: próstata y presbicia. El retorno del pollaviejismo festivalero ha sido un desengaño dolorosísimo. Como descubrir que el aroma artificial de vainilla procede del castóreo, es decir, de una secreción anal que producen los castores. Cada vez que me comía un flan de vainilla, en realidad me estaba ingiriendo un liquidillo infecto, procedente del ojal a un roedor acuático. Así me siento ahora mismo.
Por tanto, se acabó el urban de mediana edad. Vuelve el pollavieja. El Señor Mayor del Indie is back, decídselo a vuestro crush. Me bajo en esta parada. Ya basta de fingir que Élite me mola, a partir de ahora solo sinceridad: solo veo Ray Donovan, La Casa de Papel y Se Ha Escrito Un Crimen. Le acabo de regalar los mixes de DJ Playero al sobrino de mi callista. Recupero las zapatillas Munich, los pantalones Dockers y las gafas con cordel. Me voy de Tik Tok, basta ya de hacer el gilipollas, y reactivo mi cuenta de Facebook, ese geriátrico molón, la casa de la guasa, hogar del reuma y las próstatas diezmadas. Con los míos. Equipazo.
Sé que os costará dormir con esta noticia, pero pido difusión máxima por favor, pues a partir de ahora solo me interesan los DJs con chepa y quistes benignos, momias que pinchan tracks de 15 minutos porque la próstata no perdona y se orinan encima cada media hora. Raperos cincuentones y gordos como vacas marinas que se limpian el culo con los análisis alarmantes de sus nutricionistas. Peña ajada, vivida, con muchos gases y acidez cada vez que se pasa con la comida basura. Se acabó lo de “yo entiendo a los chavales”. Si los festivales resucitan el pollaviejismo en pleno 2020, después de todos los sacrificios que los señores mayores hemos hecho para que nos guste J. Balvin y La Favi, la única salida que nos queda es volver a la senectud y esperar que la comunidad de boomers sepa perdonarnos y nos permita volver al redil. Porque, parafraseando a David Bustamante, este pollavieja solo le pide una cosa al movimiento urban: devuélveme la vida que me la has quitao.