Durante todo el verano de 2001, el músico William Basinski había estado trabajando en New York en la digitalización de unas viejas grabaciones de los años 80. Durante el proceso se percató de que algunos pedazos de material magnético se iban desprendiendo, por lo que la cinta se iba degradando y modificando, produciendo curiosos efectos y creando algo nuevo, un particular sonido apagado, el eco difuminado de un pasado que se iba deshaciendo.
El 11 de septiembre de 2001 mientras trabajaba en la manipulación de aquellas cintas analógicas, fue testigo desde su apartamento de los atentados contra el World Trade Center y decidió colocar a última hora de la tarde una cámara de video en su azotea desde donde grabó un plano fijo de la humareda que el derrumbre de las torres había dejado mientras lentamente, caía la noche sobre Manhattan.
El montaje de esas imágenes (que duraban poco más de una hora) junto a una de esas piezas sonoras en las que se hallaba trabajando dieron como resultado “The Disintegration Loops d|p 1.1”, una obra de arte nacida del desastre y la destrucción pero cargada de intenso simbolismo. Como el propio Basinski afirmaría más tarde, compuso por casualidad la banda sonora del Apocalipsis.
La contemplación de esta pieza veinte años después sigue siendo abrumadora, no ya por el dolor y la tristeza que desprende, sino por la profunda reflexión acerca de lo efímero que su visionado provoca. Un documento artístico de un valor incuestionable que supone además una enorme paradoja entre lo bello y lo infame.
Ese mismo debate sobre lo visualmente placentero y lo moralmente deleznable surge ante otra de las icónicas imágenes que nos dejó aquella jornada. “The Falling Man”, la fotografía que Richard Drew tomó de una de las aproximadamente 200 personas que se lanzaron al vacío para evitar morir abrasados por el fuego que iba consumiendo las Torres. Es la captación de lo sublime, de lo indescriptible, del momento de pánico absoluto. Supone la armonía estética de una foto perfecta que induce a una fascinante y prolongada contemplación.
¿Es posible la belleza en la destrucción? ¿Es moralmente aceptable disfrutar del deleite estético que produce una imagen como esta?
Al ser publicada, parte de la opinión pública estadounidense criticó el uso de ese tipo de imágenes explícitas alegando que atentaban contra el derecho a la intimidad de las víctimas. El estado de shock en el que se encontraba la nación produjo que muchos medios televisivos y la industria cinematográfica comenzaran una política de autocensura e incluso de mutilación de imágenes de las torres tomadas antes del ataque.
Ante el impacto óptico de los ataques del 11-S la industria cinematográfica aplicó el tijeretazo y multitud de películas y series sufrieron la mutilación de toda referencia al World Trade Center.
El plano de las torres reflejado en el retrovisor de un coche en los títulos de crédito de “The Sopranos” desapareció. También fueron sustituidas por una imagen del Empire State en la intro de la serie “Sexo en Nueva York“. Se eliminaron secuencias en películas familiares como fue el caso de “Solo en casa 2, perdido en Nueva York“, “Super Mario Bros” o “Men in Black 2“. En “Zoolander” numerosos planos fueron editados digitalmente para borrar las torres. Se modificó el trailer del “Spiderman” de Sam Raimi en el que Peter Parker tejía una telaraña entre los dos edificios; e incluso se suprimió del guión una escena de la octava temporada de la exitosa serie “Friends” en la que Chandler hacía chistes sobre la seguridad de los aeropuertos.
La primera serie que se hizo eco de los atentados fue “El ala oeste de la Casa Blanca“. En tiempo récord el guionista Aaron Sorkin re-escribió el comienzo de la tercera temporada y solo tres semanas después del 11-S se emitió el capítulo titulado “Isaac e Ismael”. En él, se rendía homenaje a las víctimas y se intentó dar al público norteamericano una visión inteligente y lúcida de los acontecimientos que se alejase de los discursos de odio que buscaban venganza. Sorkin volvería a tratar el tema en 2012, esta vez en la serie sobre periodistas, “The Newsroom“.
Ese estado de shock que infectó al país por completo fue el causante del aplazamiento de muchos estrenos de Hollywood en aquellas fechas. El más llamativo sería el de la obra maestra de Richard Kelly, “Donnie Darko“, en la que parte del fuselaje de un avión impactaba sobre la casa del personaje protagonista al arranque del film. Su estreno en salas fue anulado y solo se comercializó en formato de Video y DVD donde la película, poco a poco, fue alcanzando el estatus de obra de culto que tiene hoy en día. Se convirtió en uno de los largometrajes más influyentes del cine que vino después.
Otra película que tuvo que aplazar un año su estreno fue “Gangs of New York” de Martin Scorsese. La historia sobre la construcción de la sociedad neoyorquina a partir de las bandas criminales imperantes a mediados del s. XIX no fue vista como oportuna por la productora tras el 11-S. Aún así, Marty rindió su homenaje al desaparecido skyline de la ciudad manteniendo las torres en el time-lapse con el que cierra su película.
Otro de los planos que sobrevivieron a esos cortes de autocensura lo encontramos en “A.I.“, la adaptación de la novela de Philip K. Dick que realizó Steven Spielberg, en el que las torres aparecen semi-hundidas en el océano en un futuro postapocalíptico.
Otros dos títulos que este mismo director estrenó en 2005, serían películas marcadas profundamente por las heridas abiertas el 11-S. En “La Guerra de los Mundos” es fácil ver un paralelismo entre el ataque alienígena y la pesadilla vivida en Nueva York, pero es en la sobresaliente “Munich” donde la aparición de las torres en su secuencia final adquiere una profunda lectura simbólica. Las utiliza magistralmente como icono al fondo del plano para lanzar su mensaje pacifista, en clara oposición a las políticas impuestas por el presidente Bush, mientras el mundo, en esos mismos momentos, se adentraba de lleno en la Guerra contra el Terror.
No fue hasta pasados 5 años después del atentado cuando la maquinaria de Hollywood decidiera que el público ya estaba preparado para superar el trauma y comenzaran a manufacturar películas de ficción que tratarían de manera directa el atentado. Aunque realmente después de 20 años podemos afirmar que no son muchas las que lo abordan si tomamos en comparación las que se centran en la Guerra contra el Terror, más cercanas al género bélico en determinados casos, y con el leitmotiv principal de la intervención militar norteamericana en Irak o Afganistán, ya sea con carácter de denuncia o propagandístico.
“United 93” dirigida por el británico Paul Greengrass se convertiría en 2006 en el primer acercamiento desde la ficción a los atentados.
Con un tono cuasi documental, semejante al que había usado anteriormente en la notable “Bloody Sunday“, en la que narraba los sucesos de la matanza ejecutada por el ejercito británico contra una manifestación pro-irlandesa en 1972, consiguió superar el reto de mostrar los hechos supuestamente acontecidos durante el vuelo del United 93, el cuarto de los aviones secuestrados durante el 11-S que no llegó a impactar contra su objetivo (todo indica que era el Congreso o la Casa Blanca) al estrellarse en Pensilvania.
Con bastante pulso y una interesante puesta en escena logró realizar una recreación desde diferentes puntos de vista a la vez que rendía homenaje a los pasajeros que plantaron cara a los secuestradores durante el vuelo. Para la reconstrucción se utilizaron como referencia los audios de la cabina y los mensajes telefónicos que alguno de los pasajeros consiguió mandar a sus familiares durante el vuelo.
En ese mismo año, 2006, Oliver Stone estrenaría “World Trade Center” protagonizada por Nicolas Cage y Michael Peña. Dentro de ese parque de atracciones, sumido en la contradicción que es su irregular filmografía, no se puede afirmar que el intento de trasladar a la gran pantalla lo acontecido en aquella jornada suponga una de las paradas más emocionantes. Supongo que una excesiva cautela respecto al trato hacia las víctimas es lo que imprime a la película una sensiblería patriótica que empacha y tras unos primeros minutos prometedores, el film, se convierte en una experiencia soporífera cuyo único mérito es buscar la lágrima fácil, cosa en la que tampoco atina.
Solamente otros dos títulos conformarían la escasa lista de films que desde la ficción por medio del drama o del thriller se han centrado en aquella nefasta jornada. Uno, la anecdótica película construida a partir de 11 cortos de distintos realizadores como Ken Loach, Mira Nair, Sean Penn, Shôhei Imamura o Alejandro Gonzalez Iñarritu, titulada “September 11” de 2002 y como segundo título, un fiasco de thriller protagonizado por Charlie Sheen y Whoopi Goldberg en 2017 cuyos inspirados guionistas decidieron poner el original título de “9/11“. La dirigió un tal Martin Guigui.
Podemos afirmar que no ha sido en el terreno de la ficción, o por lo menos en la ficción made in Hollywood centrada en los atentados, donde la resiliencia haya alcanzado alguna de sus metas.
Muchas otras películas han tocado de manera indirecta el trauma y su impacto en la sociedad post 11-S. Sin poner el punto de mira específicamente en el atentado, han retratado el mundo por el que nos hemos visto obligados a transitar con posterioridad y cómo esto nos ha afectado.
Un gran ejemplo lo encontraríamos en “Las Invasiones Bárbaras” de 2003, segunda entrega de la Trilogía Norteamericana (junto a “El declive del Imperio Americano” y “La caída del Imperio Americano“) del brillante Denys Arcand en la que realiza una más que interesante instantánea de la sociedad post 11-S. Una hermosa película que se centra principalmente en el tema de la eutanasia, la amistad y las relaciones familiares pero que supuso un más que acertado retrato de un mundo al borde del cambio. Es una maravilla de película, de esas que se agarran con fuerza al recuerdo aun pasado largo tiempo tras su visionado.
“La última noche” del año 2002 es seguramente la obra más redonda de Spike Lee. Se trata sin duda, de una excelente película protagonizada por Edward Norton y el trágicamente desaparecido Philip Seymour Hoffman en la que acompañamos a un tipo durante las 24 horas previas a ingresar en prisión. Apasionado devoto de la ciudad de los rascacielos, Spike Lee, empapa el film de una atmósfera magistral y escribe una de las más apacibles cartas de amor a la ciudad jamás filmada usando en los títulos de crédito ese Tributo de Luz en la zona cero que es toda una declaración de intenciones además de una hermosa muestra de afecto hacía todas las víctimas del atentado.
Durante el periodo inmediatamente posterior al ataque se vivió curiosamente, en Nueva York, un resurgimiento hedonista de cierta actitud vitalista de resistencia frente al puritanismo promovido desde la administración Bush.
En el libro “Nos vemos en los baños” de Lizzy Goodman (editado en 2017 por la editorial Neo Person) descubrimos testimonios en primera persona en los que se da cuenta de aquel clima imperante en la ciudad y que trajo consigo el resurgimiento de la escena rock , punk y arty en la ciudad durante la primera década del 2000. Son los años durante los cuales bandas como The Strokes, Yeah Yeah Yeahs con Karen O al frente, Peaches o LCD Soundsystem liderada por James Murphy, co-fundador también del sello DFA, volvieron a poner la ciudad a la cabeza de las tendencias musicales y lo cool.
De esa primeriza eclosión artística y sexual que se produjo después de los ataques en los ambientes subterráneos de la ciudad es de lo que habla “Shortbus“. Se trataba de la búsqueda entre la juventud de un sentimiento de pertenencia a la comunidad, de una euforia contenida y creativa pero sobre todo, de una exaltación del mero hecho de estar vivo.
La mirada de John Cameron Mitchell planea sobrevolando ese New York en miniatura, flotando sobre esa iluminada maqueta con la que arranca la película para retratar de manera íntima a un buen puñado de personajes que transitan la ciudad en estado de shock, atravesados en cierta manera por la culpa de haber sobrevivido e intentando aceptar la incongruencia que suponía estar vivos en un lugar devastado por la muerte.
De manera transgresora se adentra en los rincones de la ciudad para mostrarnos un punto de encuentro marginal que funciona literalmente como un estado independiente, la representación de una Zona Temporalmente Autónoma similar a aquellas que proliferaron a lo largo y ancho de la gran manzana y barrios colindantes (Brooklyn y Queens) durante aquella primera década de siglo. Espacios de libertad abiertos al arte, al sexo, a la música y al contacto con el prójimo.
John Cameron Mitchell nos entrega sin tapujos (en una cinta repleta de secuencias con sexo explícito) el documento más sincero, honesto, sensible e inspirador de todo el cine post 11-S. Una llamada a la resistencia ciudadana muy alejada del moralista discurso de odio que quería imponer la élite. Todo un manifiesto orgiástico sobre el poder del amor y del orgasmo como posicionamiento político ante el terror.
La ciencia ficción también encontró atajos para devolver al género la poderosa imagen de las torres. “Fringe” (2008-2013) de J.J Abrams nos planteaba la convivencia de dos universos paralelos. En uno de esos mundos construido a modo de reflejo, el World Trade Center no habría sido jamás atacado, el Hindenburg no habría estallado por lo que el principal transporte aéreo seguiría siendo el dirigible, y en el skyline de Nueva York además de las torres se dibujaría la silueta del gran hotel que Gaudí planificó para la gran manzana y que en nuestra realidad nunca llegó a ser construido.
La pérdida, el dolor, el choque emocional colectivo y la superación del luto son los ejes centrales sobre los que discurre la trama de “The Leftovers“, la serie que Damon Lindelof creó en 2014 para HBO. Una radiografía de la aflicción ante la desaparición repentina, en este caso concretamente, del 2% de la población. La serie funciona a la perfección como metáfora de una nación afectada por un estrés post-traumático generalizado. Una inclasificable y sorprendente obra maestra edificada sobre la congoja y la añoranza de los que se han ido y la desesperada búsqueda de respuestas de los que se quedan.
En 2018, los sucesos acontecidos aquella mañana de septiembre, hacía ya 17 años, se veían lejanos, a una distancia más que considerable para el público de Norteamérica. Toda una generación de ciudadanos a punto de alcanzar la mayoría de edad ni siquiera los había vivido.
Será entonces cuando se estrene la miniserie “The Looming Tower“, creada entre otros por el experimentado documentalista Alex Gibney.
Se trata de un elegante drama televisivo que cuenta con un sólido guión centrado en los errores cometidos por los servicios de inteligencia norteamericanos, incapaces de detectar a tiempo la inminente amenaza de Al Qaeda y de cómo la rivalidad entre la CIA y el FBI, pudo ser el desencadenante de la tragedia. La revisión histórica de los acontecimientos y la dramatización de los mismos, han hecho de esta miniserie uno de los escasos ejercicios de autocrítica existentes dirigidos al gran público.