
El house, el buen house, parece que se ha quedado en el baúl de los recuerdos de las tendencias de baile modernas, pero como todos los estilos puros, tiene un núcleo duro de fans que nunca lo abandonan.
El buen house necesita actividad mental y groove para ser degustado en propiedad, por eso no es para todo el mundo y por eso los más cazurros lo aborrecen a favor de otros géneros más obvios o digeribles.
A mi me gusta el buen house, aunque a priori no se me identifique estéticamente con él, y me parece una música para adultos en contraposición con algunos palos del techno contemporáneo que me pitan por excesivos u otros palos más urbanos y chonis que me pitan en los oídos por motivos obvios.
Pues bien, hablando de buen house, aquí delante tengo tres tazas, más bien tres rodajas de plástico que contienen los 15 ejercicios de baile que ha cocinado el ciudadano de Frankfurt Sascha Dive.

Tras la hora larga que me he llevado en consumirlo, he recuperado mi fe en el estilo y la primera palabra que me viene a la cabeza es pureza, como cuando escuchas un palo profundo del flamenco en un tablao de Jerez de la Frontera.
Sonido inmaculado, ritmos impecables, acordes líquidos, líneas de bajo sinuosas, retazos vocales soul… lo que se espera del buen house. Música de estar en un sitio de puta madre con todo bien alrededor (todo lo contrario de lo que estoy viviendo en mis carnes últimamente en ciertos sitios “techno” que se han llenado de quinquis) y no me canso de escucharlo en repeat, porque necesito salir de este bucle de año del horror que ha sido
2021 aunque sea mentalmente.
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