Cuando los niveles de mala ostia se hacen ya intolerables en mi cerebro, necesito de tratamientos de choque musicales que me calmen en la medida de lo posible. Este disco me ha proporcionado exactamente lo que necesitaba en el momento preciso.
Cinco machetazos en todo el cráneo de la mano del productor georgiano Boyd Schidt, figura clave de la escena musical del remoto país ex soviético, paisano de Stalin, del que percibo ha heredado la mala baba (menos mal que en lo musical nada más).
La receta sónica está preparada a base de distorsión, velocidad, repetición y agresividad, sin atisbo de armonía o melodía, una especie de banda sonora de la próxima secuela de Mad Max o de una pelea de hooligans en el parking de tu estadio favorito de fútbol que en mi caso es ninguno.
En la cata del disco me he puesto brava y le he dado de más a los cascos lo que me ha producido un acúfeno que me lleva acompañando todo el día, espero que no sea irreversible el daño.