Llevamos tiempo en la redacción dándole vueltas a la realización de un estudio sobre el estado del techno en nuestros días. Tenemos la suerte de recibir con periodicidad y constancia la mayoría de los nuevos trabajos que se editan sobre este paraguas genérico y estamos percibiendo cosas que nos apetece compartir.
Seguro que a algunos les duelen las líneas que vienen a continuación, seguro también que alguien estrán de acuerdo con nuestra perspectiva, sea como fuere, vamos a emitir nuestra opinión en esto tiempos en los que sale tan caro mojarse. En fin… para algo somos un medio independiente y no tenemos ligazones extrañas con nadie.
Podría parecer que este no es el momento para llevar a cabo este análisis, al estar muchos clubes cerrados en diferentes zonas del planeta y con la escena manga por hombro en muchos sentidos. Además necesitamos emitir nuestra opinión para salir del loop de reseñas de discos, que por otra parte también son un claro ejemplo de nuestra línea editorial y por lo tanto de opinión.
La palabra techno, como definición de un estilo musical, data de finales de los años 80 del siglo pasado en la ciudad de Detroit y algunos se lo atribuyen a Juan Atkins (si tienes 20 años ahora mismo, a lo mejor te parece que te estamos hablando de algún Tronista-jugador del Castilla, Youtuber o Cryptobro, pero no: busca bien en Google). En aquellos días el techno tenía como adjetivo adjunto la palabra inteligente en la mayoría de los casos. Simplificando mucho, esa ola de techno futurista e inteligente cruzó el charco y sirvió de influencia para que sellos como Warp o R & S en sus
inicios bebieran de esas fuentes y lo reprocesaran en sus versiones correspondientes. Hasta aquí todo era para (y por) unos pocos freaks y permanecía oculto en los sótanos del underground.
Desde Chicago, los sonidos del house más abstracto en forma de acid también cruzaron el charco y fueron a parar a las cubetas de las tiendas: allí se mezclaron con los sonidos del dance europeo primigenio en forma de EBM o Italo disco para dar lugar a sucesivas mutaciones, algunas gloriosas otras totalmente olvidables.
La explosión del éxtasis y las raves, -también esbozando un retrato generalista-, cambiaron la zona de alcance de los sonidos más de riesgo colisionando con los más festivos. Es precisamente en esa eclosión de drogas y hedonismo cuando el discurso (en un principio abstracto) se simplifica: se aceleran los tempos, se utilizan elementos más triviales, se comienza a samplear sin piedad y nacen subproductos de baja estofa, tanto en el ámbito underground como en el pienso de consumo masivo.
Esta ancestral división entre lo que es serio e intrincado y lo que es inmediato y consumible -sin protector estomacal- lleva aquí desde que la música fue definida como popular.
Frente al supuesto buenismo de los Beatles estaba el macarrismo de postal de los Stones, frente a la ida de olla de Pink Floyd estaba el rock eléctrico y simple de AC / DC, frente a los New Romantics estaba el Heavy Metal… Frente a cada propuesta musical en la historia ha aparecido su versión antagónica. El punk demostró en su momento que no hacía falta tener ni la más remota idea de nada para expresarse musicalmente y supuso el final de una era de virtuosismo en la música y en el sonido, que pasaron de repente a un segundo plano, ya no importaba sonar bien, o tocar bien, la cosa era sonar YA, de la manera que fuera.
El constante dualismo entre inteligente e intrincado e inmediato y consumible se traslada a nuestros días y últimamente la balanza se está inclinando más hacia la segunda opción, atendiendo al análisis que realizamos sobre el material que recibimos y sobre lo que a día de hoy funciona de manera digamos más mainstream.
Por un lado tenemos a los mega puristas, tanto del soporte como del sonido, que suelen hacer gala de intransigencia y conocimiento extremo al tiempo: ellos sólo usan vinilo, sólo pinchan en su casa o con sus amigos afines y suelen recelar de cualquier innovación estilística y técnica. Cuando juegan a productores sólo se fían de la morralla ancestral analógica y vomitan sobre todo lo que no hacen ellos, especialmente si es digital. A estos ni les hables de mainstream que a lo mejor te llevas una hostia. Suelen tener más de 40 años, aunque también hay aprendices avanzados de talibán que ejercen en la juventud más tierna.
Cerca de estos puristas antiguos y amantes de lo raruno se encuentran los jóvenes que han decidido apostar por los métodos tradicionales de reproducción, véase vinilo, y que nutren su maleta de discos de lo que encuentran de segunda mano en las tiendas más cool y que les parecen revolucionarios y tremendísimos, más que nada porque en los noventa tenían menos de 5 años y no estaban saturados de música intrascendente como sí lo estaban aquellos que vivían la noche a fondo en su momento.
Esto ha dado como resultado un revival de los peores discos de los noventa, que en manos de la chavalería resultan ser “súper innovadores y funcionales”. DJs super activos en Instagram con el pelo cortado por un mono empapado en crack o chicas super monas poniendo zurra están copando los primeros puestos de popularidad y reclaman el término
techno para sí mismos, mientras que los amantes de los oscuro y lo intrincado les plantan cara con una supuesta superioridad intelectual “techno” (otra cosa sería en lo cultural) y así es como la pescadilla se muerde la cola electrónica.
A lo mejor los cambios en los usos de las drogas tienen algo que decir al respecto: donde había pastillas que te hacían flotar ahora hay ketamina, donde había psicodelia ahora hay frenesí baladí anfetamínico aderezado con cocaína de la peor calidad. No es que lo antiguo sea bueno por definición y que lo que se hace en nuestros días sea mayormente olvidable: hay cosas malísimas en lo viejo y cosas buenísimas en lo nuevo. Hay cosas malísimas en lo enrevesado y difícil de encontrar y cosas buenísimas en la universalización del acceso a la música.
Lo que sí nos molesta desde esta tribuna virtual es que no lleguen unos chavales que no conoce ni Dios y nos pongan en la cara un estilo totalmente nuevo, sin anclajes en el pasado, que nos deje con la boca abierta y porqué no decirlo, nos jubile de una puta vez.
En Beatburguer creemos que tanto lo que es muy de especialitos, como lo que se vende al por mayor es techno. El techno es música: la música puede ser buena o mala, pero no puede aburrir. Y últimamente el techno contemporáneo nos aburre. En Beatburguer hablamos de música cualitativa y no nos importan las etiquetas ni los géneros, lo que sí que nos importa es no aburrir.