Me embarco en el visionado de “Drive My Car” con muchas ganas, tras la expectación generada por el film durante los meses pasados, aún a sabiendas de que se trata de la adaptación de un cuento corto de Haruki Murakami, escritor del que no puedo presumir de ser fan, lo reconozco. La lectura hace años de “Tokio Blues” y de “Kafka en la orilla” me bastaron para saber que no es lo mío. No me interesa lo que cuenta ni cómo lo cuenta.
Asumo con resignación que tengo por delante 169 minutos de visionado pero bueno, estamos ante una película que no deja de recibir premios allá por donde pasa, entre ellos el de mejor guión y FIPRESCI en el pasado Cannes, el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa y un largo etcétera. Muchos críticos la definen como una obra maestra de nuestro tiempo e incluso unos cuantos aseguran que su largo metraje se pasa en un suspiro.
Tampoco he visto ninguno de los trabajos previos de Ryûsuke Hamaguchi así que me apetece ver por fin una obra del director que últimamente está en boca de todos, al que todos ponderan y que yo me estoy perdiendo.
Sigo con atención los primeros minutos de la película. Los diálogos están bien escritos. Disfruto del punto sexy y misterioso de las conversaciones de un matrimonio (un director teatral y una guionista televisiva) en las que componen relatos ficticios en la intimidad de su lecho. Esos primeros minutos me podrían recordar incluso a una versión soft, mucho más ligera de “Crash” de Cronemberg. Él incluso llega a tener un pequeño accidente en su coche, un llamativo Saab 900 de color rojo. Descubrimos que años atrás perdieron a una hija.
Al poco, el director teatral, nuestro protagonista, descubrirá que su esposa le es infiel pero decidirá guardárselo para si mismo. Días después ella fallecerá repentinamente por causas naturales. Hasta ahí todo va bien pero la primera sorpresa llega con que transcurridos 40 minutos, cuando ya debería estar avanzado el segundo acto, aparecen los títulos de crédito iniciales. Esto aún no ha empezado. A partir de aquí comienza realmente la película, y con ella, la alternancia de detalles interesantes con largos momentos de tedio.
La acción se retoma dos años después, nuestro protagonista se encuentra en Hiroshima (invitado por un festival de teatro) preparando una versión experimental del “Tio Vania” de Chejóv interpretada en distintos lenguajes (incluido el de signos). El festival le asigna (o más bien, le impone) una chofer con la que poco a poco irá estableciendo un extraño vínculo paterno filial aunque la joven conductora no destacará tampoco por ser el colmo de la simpatía. Él irá aprendiendo a superar el duelo ante la perdida de su esposa y de su hija mientras dan paseo arriba, paseo abajo en el Saab 900 de color rojo y ella a la vez, comenzará a superar sus traumas.
En paralelo a esta íntima y extraña road movie, tendremos que tragarnos los interminables ensayos de la obra de teatro en la que el papel principal lo interpreta el joven amante de la fallecida esposa, con la consecuente tensión pasivo-agresiva en las secuencias entre este y nuestro protagonista.
A grandes rasgos eso es “Drive my car”. Una vez terminada la película me inunda una desagradable sensación que sacude mi autoestima. Después de toda una vida estudiando y devorando cine…
¿No tendré los suficientes conocimientos como para disfrutar plenamente de esta peli? ¿Cómo es posible? ¿Qué han visto los demás que yo no aprecio? Realmente me cuesta muchísimo entender la unanimidad de la crítica cuando alaban de manera tan efusiva esta cinta. Enseguida me invaden más serias dudas existenciales.
¿Cómo es posible que el film al que nadie pone una pega (a excepción, por supuesto, de Carlos Boyero) no me llegue? ¿Será que no lo habré entendido? Mi sensación es que si, que principalmente trata sobre gente triste y antipática intentando aceptar la pérdida de seres queridos. De la superación del duelo mediante la empatía con los demás.
¿Se tratará de un tema de distancia cultural? ¿Tan alejado estoy de la cultura japonesa cómo para no apreciar la belleza de este film? ¿Tan licuado tengo el cerebro por la maldita mochila cultural que llevo a mis espaldas que soy incapaz de ver lo que la mayoría ha visto?
Me pregunto si a nadie le ha parecido una soberana pedantería, metida con calzador, toda la parte del “Tío Vania” de Chejóv. También me acuerdo de los críticos a los que les ha parecido corta ¿De verdad hacían falta de verdad 169 minutos para convertir en imágenes un cuento de 40 páginas?
Me planteo muy seriamente si estamos ante el Hype cinematográfico del año o si acabo de ver una revisión pseudo-intelectualizada de “Paseando a Miss Daisy”. Por una vez tengo que aceptar que estoy de acuerdo con Boyero que afirma lo siguiente: “Qué manía la de alargar tanto las películas. Le ocurre fundamentalmente a aquellas en las que el director no sabe contar una historia o esta carece del menor interés”.
Lo que tengo claro ante tanta duda es que en esta ocasión no puedo sumarme a la alabanza unánime y generalizada y “Drive my Car” no es tan perfecta cómo la pintan. Ahora vosotros tenéis la palabra.
“Drive my Car” se estrena en cines de toda España hoy viernes 4 de febrero.