El funcionamiento del mercado musical independiente o underground, siempre ha distado bastante en cuanto a método operativo del mercado mainstream. Esa ha sido precisamente una de sus señas diferenciales y la que hizo que tal mercado se ganase la categoría de independiente. Hoy en día, todos podemos haber visto en más de una ocasión a artistas underground imitando comportamientos mainstream. A nosotros esto nos ha llamado bastante la atención. Durante la última década -e incluso unos años antes con el desarrollo de la internet 2.0-, el impacto de internet ha resultado definitivo a la hora de configurar la mutación de los procedimientos de mercado y de promoción musical. Pero sobre todo de la participación activa e intercambio de los artistas, la audiencia, los sellos y los clubs dentro de estos espacios.
En aquel momento el posicionamiento dependía casi exclusivamente del entonces primitivo algoritmo de Google. Siendo más precisos, los cambios más drásticos no se han desarrollado en internet de manera generalista hasta la implantación mayoritaria de las denominadas redes sociales. En este periodo aproximado de quince años, estas redes han ido intercambiando su posición en el ranking de popularidad entre los usuarios. Yéndonos al período cretácico de la web, debemos de tener en cuenta Myspace como medio revolucionario del panorama. Aquella primitiva incepción de la interacción social llevaba incluido de serie un componente musical fundamental, que era el “player” y que ayudó mucho a difundir de manera digital el material de músicos que no podían acceder al mercado convencional. Esto a la vez permitía mostrar a los usuarios no profesionales sus preferencias musicales como marca de identificación de su perfil.
Esta red social aumentó considerablemente lo que luego se llamó “networking” entre los artistas y sus seguidores. Por ende, también aumentó la expansión de músicas que hasta ese momento habían vivido ocultas en fanzines y tiendas especializadas en el mundo físico o en webs especializadas de difícil acceso. Por aquel entonces el mercado de los archivos digitales estaba en pañales, había muy pocas tiendas en línea y la gran mayoría de la gente todavía no confiaba en en las transacciones online. El mercado seguía residiendo en lo físico. Myspace podía calificarse como una red social con un importante e ingente contenido musical. Lo que también introducirá esta red será el fenómeno de los likes y los seguidores, que tanto daño iba a hacer en un futuro próximo.
El trono de Myspace decayó en favor de la pujante Facebook, que ya en sus inicios diferenciaba entre los perfiles profesionales o de marca y los perfiles privados; permitiendo todavía al crecimiento orgánico el alcance de estos estatus, sin necesidad de inyectar dinero que se tradujera en posicionamiento. Esto suponía una utilísima herramienta para aquellos que disponían de un contenido de calidad, pero no de la potencia monetaria para impulsar su producto; sin dinero, pero con calidad se podía llegar más lejos que en la era pre-redes sociales. El optimismo web estaba servido.
En el pasado, la contabilidad de los seguidores de un artista o un sello era estimativa o directamente se basaba en ventas y en la presencia en prensa especializada. Un fan era una persona que adquiría los discos de artistas, pagaba por ver sus actuaciones y vestía camisetas de los artistas o los sellos. Un fan tenía un valor real (o crudamente, monetario también) para los artistas, sellos, clubes y demás actores de la escena. Con las redes sociales, se podía medir de forma más precisa el seguimiento de la audiencia a base de followers y likes. Rápidamente esta nueva contabilidad sublimada en forma de popularidad tuvo efectos directos y perversos en el mundo musical independiente, llevando a confusiones que hoy día están exponencialmente afectando al comportamiento del mercado.
Lo que comenzó a ocurrir durante este tiempo y cuando todavía éramos libres de los posts promocionados, fue la paulatina pérdida de calidad de estos fans, que ahora no necesitaban invertir en lo que les gustaba o desplazarse para ver a sus artistas preferidos en directo. Tan solo tenían que hacer click en un botón para demostrar su devoción. La ubicuidad sustituye a la necesidad. Ser seguidor de Depeche Mode, por ejemplo, ya no tenía por qué ir ligado a comprar sus discos y camisetas del grupo, simplemente implicaba decir o señalar que el grupo te interesaba y punto. Además, te permitía interactuar, con la banda, comentar sus publicaciones, ver y ser visto en sus espacios… E incluso podías “trolear” sin miedo a consecuencias de ningún tipo. La calidad de los fans bajó exponencialmente en cuanto a la repercusión directa, pero las estadísticas generadas se tomaron más en serio de lo que realmente valían y valen hoy en día.
El fenómeno del streaming también ha resultado determinante a la hora de alterar el consumo de material musical y audiovisual. En la era pre-internet, la difusión de la música se llevaba a cabo a través de los medios audiovisuales de masas, fundamentalmente la radio y televisión. La música underground, en consecuencia, no tenía mucho acceso al segundo y una porción muy pequeña del espacio del primero; reduciéndose su difusión a pequeñas porciones del dial o en el caso europeo a emisoras piratas. Si descubrías entonces algo en estos medios, tan sólo tenías la opción de hacerlo en tiempo real, es decir durante la emisión. Una vez descubierto aquel temazo en la radio, toda tu ambición era ir a buscarlo a las tiendas especializadas o esperar otra noche despierto con la cassette preparada en la pletina y grabarlos desde la radio o desde la TV a tu VHS. No era un consumo a la carta, pasivo, sino que había que estar atentos; activos.
Los servicios de streaming, ahora absolutamente instaurados en nuestras vidas, no tuvieron un papel definitivo en el consumo musical hasta que el ancho de banda de las conexiones fue lo suficientemente rápido y estable. En la actualidad, puedes consumir a la carta, las veces que quieras y en el momento que quieras, música y video de alta resolución sin necesidad de adquirir físicamente el producto o de almacenarlo digitalmente en forma de descarga. Este consumo puede ser gratuito y plagado de anuncios o bien sometido a suscripciones de escaso precio que hacen esta dinámica accesible al común de los mortales, repercutiendo casi de forma nula en los artistas independientes, como comentábamos en profundidad en una de nuestras recientes editoriales. La necesidad de acumular la música como objeto está desapareciendo de los gustos populares o de los más jóvenes a la hora del consumo particular; lo que ha derivado en un descenso de la piratería en esos niveles, como efecto semi-positivo según se mire; como una consecuencia aparentemente positiva.
Tocaremos la piratería en el ámbito profesional en otro artículo de fondo. Por tanto, no nos vamos a extender mucho más a este particular para no perder el foco de lo que realmente queremos comunicar en esta ocasión.
Las plataformas de streaming audiovisual importan el fenómeno follow y “me gusta” de las redes generalistas y de nuevo colaboran a la medición numérica de la repercusión (cuantitativa en vez de cualitativa) y a generar un valor mayor del que realmente está aconteciendo de manera objetiva en dichos contextos digitales. Por decirlo de un modo cínico: es una burbuja especulativa.
Continuando con la evolución de las redes sociales y su lugar en las preferencias de la audiencia, el lugar de Facebook en la cúspide ha durado unos 10 años en buena forma. Tras los primeros momentos orgánicos, la máquina de hacer dinero entró en funcionamiento, especialmente para las páginas de marcas, los post promocionados, la compra de likes o follows y demás maniobras mercantilistas apartaron el contenido del primer puesto en favor de la inversión monetaria pura y dura. La creación de valor de cambio pura y dura. Si un fan o seguidor valía ya poco en la primera época ahora su valor real se convierte directamente en casi nulo (dado que no aporta), pero, paradójicamente, la contabilidad de likes y seguidores ha emergido y se ha consolidado siendo muy relevante a la hora de evaluar la importancia de un artista sello o un club. Lo que parece difícil de asumir, porque resulta hiriente, es que son los seguidores el metal de baja calidad, son una moneda muy devaluada.
Al llegar un material de calidad a manos inexpertas gracias a un algoritmo, el disfrute de ese material se hace de manera mucho menos activa y más superficial. Te llega un input en tu perfil gracias a una campaña de promoción patrocinada, lo cheques durante unos segundos y te vas; ni compras ni interactúas de forma positiva a ningún nivel en la mayoría de los casos… Y a lo mejor hasta dejas tu cagadita o residuo en forma de comentario hater. Con respecto a la música, Facebook nunca ha dado un espacio central a la reproducción de archivos multimedia de calidad aceptable como sí lo hizo Myspace de manera primitiva. Nunca ha habido un player y, es más, se ha baneado vía derechos de autor mucho del contenido que se ha intentado introducir en esta red. No es un buen sitio para degustar música, nunca lo ha sido. En su día, si eso, fue un site para descubrir contenidos, pero actualmente… Ni eso.
En paralelo al ocaso de Facebook como red social generalista principal, se ha ido produciendo el ascenso de Instagram al pódium del asunto. Una red social especializada, en principio, en fotografía amateur, mutó de la mano del propietario de Facebook en una red para todo vía brevedad: a nadie le interesan en Instagram los grandes textos, no se permite con facilidad la inserción de enlaces de terceros y es la imagen, traída a la frontalidad del Smartphone, lo que más transmite. De ser un espacio en el que se veían fotos de cierto interés, hemos pasado a un escaparate del narcisismo fake que está llegando a umbrales que pueden ser considerados dañinos. Sobre todo, para los tiernos cerebros de los adolescentes y jóvenes de las generaciones más neófitas; pero también para los cerebros tiernos de boomers y señores perfectamente adultos e hipotéticamente desarrollados.
Instagram no es una red musical en absoluto. Es una red visual, repleta de contenido low costo, en la que los artistas mediocres de buen ver y rodeados de equipos profesionales han encontrado una lanzadera a sus carreras insustanciales, en favor de un éxito momentáneo soportado por unos likes y unos seguidores de ínfima calidad; que los aúpan con sus números al estrellato, dejando la música completamente al margen. De hecho, la música tiene a día de hoy cada vez más esta exposición visual, muy marcada por las normas y códigos de esta red. Los que hemos crecido en el underground y en el amor por la música, vemos estupefactos cómo esta se ha alejado del centro, desplazándose a un plano muy lejano. Pero por suerte o por desgracia, somos sólo unos pocos, la mayoría de la gente no hace gran cosa con pasión ni dedicación; vive y consume de manera low cost productos generados por y para personas que no quieren realizar ningún esfuerzo cognitivo… Ideados para redes sociales de ínfima calidad cultural y apoyados por un algoritmo tiránico en el que lo que más se consume está determinado por lo que más se expone y más números alcanza.
El hecho de que esta maquinaria sea capaz de hacer ricos a los artistas que se comportan según las lógicas mainstream, no significa que haga ni pueda hacer ningún bien al panorama independiente; por mucho que se afane por imitar los procedimientos mayoristas creyendo que puede funcionar con su negocio local. Si el tal Morad le dice a Évole en su programa que gana más que un futbolista, a nadie le sobreviene la sorpresa y muchos pensamos erróneamente que si utilizamos los mismos canales que él llegaremos igualmente lejos. Es el sueño neoliberal: si las cosas te van regular es tu culpa. Sólo tienes que adaptarte a un código algorítmico que nada tiene que ver con lo que originalmente te empujaba a hacer música e interiorizarlo como propio para triunfar. La realidad es entonces ahora mismo, que la red social que manda es la peor posible en términos de calidad. Es una red social en la que no se puede escuchar música en condiciones, repleta de contenidos hechos con el móvil en una calidad absurda y repleta de cuerpos e imágenes físicas prominentes, tetas, culos y una realidad completamente distorsionada; cortada por publicidad esquizofrénica entre medias. Y bueno, de momento no hablemos de TikTok.
Existía antes también un pequeño oasis en las otras redes sociales más musicales, como por ejemplo Soundcloud o Mixcloud, en las que la música sí se podía degustar con calidad y en formato largo, pero que últimamente se han sumado a la lacra del contenido plagado de anuncios y las suscripciones por niveles. Algo parecido se podría decir de Youtube. Aquellos que creían en un futuro en el que la música sería gratis para todos, ahora ven cómo sólo se les permite practicarla y consumirla a cambio de soportar infinitas intermediaciones como la publicidad que haga falta, o pagar por ello en forma de suscripciones que apenas reportan beneficios a quienes están detrás del producto.
Las consecuencias directas para los artistas que van en serio con su trabajo han sido duras. Si quieren pasar los cortafuegos del anonimato, ya nos les vale con hacer música excelente o ser grandes performers y selectores, han de vender su vida privada en forma de “stories” dando cuenta de todos sus movimientos en el estudio, en el hotel o en la tiende de vinilos; en el aeropuerto o en el escenario repleto con sus cachivaches. Siempre todo va bien y es atractivo, nadie aparece poniéndose una línea o echando el garrafón después de una sesión. Si comparto que todo va bien y es correcto (y cuidado con este término y lo político) en mi vida; una falsa calidez con mis fans low cost… Todo sale bien, suben los números abstractos y me contratan en más clubes, haciéndome famoso por la vía rápida. En la autopista.
La cosa está así, superficial y basada en contabilidades de poco metal, dando mucho valor a las cosas que no lo tienen y dejando el arte en el final del baúl. No sabemos si ahí fuera queréis que las cosas cambien o preferís seguir en este lodazal en el que la opinión y la investigación nos dan pereza y no llevan más que al ostracismo artístico y la acidia. Por favor, formemos parte de la escena cultural independiente de forma real y activa, id a conciertos y sesiones, pagad la entrada, compremos discos o archivos, comprad camisetas y merchandising; sintámonos orgullosos de seguir a la gente a la que admiramos y apoyémosles de manera eficiente; constatable. Un like no vale una castaña y una imagen alterada presentada como realidad aún menos. Y si eres artista, deja de vender humo y ponte a currar en lo que haces; a ser posible con el teléfono lejos de donde estés.