Crónica de las actuaciones de Ana Roxanne y Suso Sáiz en el Monasterio de Uclés (Cuenca).
La semana pasada, como muchos sabréis -ejem- celebramos algunas de las fechas más solemnes del calendario nacional. En dicho contexto, el Monasterio de Uclés, de la mano de LaLAB y Delicalisten, ha organizado estos días una serie de conciertos que, solapándose con las fechas de la propia semana santa, reinterpretaban e insuflaban vida a los ritos de cada día; imponiendo nuevas fugas e hilos de consideración. Desde Beatburguer, tuvimos a bien acercarnos al evento que más afinidad presentaba con nuestra línea, protagonizado por Suso Saiz y Ana Roxanne, que tuvo lugar el sábado 15 bajo el nombre de Concierto Del Tránsito.
Primero de todo, hay que destacar que la propuesta de Uclés LUX es una de las más sorprendentes, discretas y bien organizadas del circuito de “festivales” españoles que hemos recorrido recientemente. El monasterio se encuentra ubicado en la cresta del pueblo, -un pueblo que, por otro lado, tiene un desnivel extraordinario- y su aspecto, imponente y macizo, le da un aire atemporal que ya juega un papel importante en la ambientación de los directos. El concierto del tránsito en concreto, se realizaba en el primer piso del edificio. Concretamente y para más inri, en el pasillo de tránsito, por el que monjes penitentes y reflexivos solían caminar, dando vueltas a su recorrido cuadrado; trance andado que tal vez (como creía un sifilítico Nietzsche) les ayudase a aclarar y oxigenar las ideas. Pues bien, en las cuatro esquinas de dicho recorrido se habían ubicado enormes espejos y bajo uno de ellos el escenario , del que salían en un ángulo de noventa grados dos filas de esterillas, cojines, puffs, sofás y demás artefactos en los que el público se podía sentar y tumbar; aunque fuimos igualmente invitados a caminar y recorrer el espacio mientras se desarrollaban las interpretaciones de ambos artistas.
El primero en actuar fue el tesoro nacional Suso Saiz. Recuperado (aunque nunca suficientemente) en el ámbito nacional e internacional durante los últimos años por sellos como Music From Memory y de la mano de recopilatorios como “La ola interior”, Saiz fue uno de los grandes precursores del new age en nuestro país, pero ello no desmerece en absoluto su obra de madurez… Más bien todo lo contrario. En la actualidad Saiz resulta un músico oracular de los ambientes serenos, reflexivos, trascendentales y transformadores. Su uso de loops, su delicado e insistente manejo de la guitarras y sus delays, la parsimonia con la que parece extender y comprimir a partes iguales el tiempo musical… Todos esos recursos ideales para la evocación y el aturdimiento sensitivos estuvieron presentes en su breve y (cómo no) sanador concierto.
El tránsito de Saiz -pesaroso o no, redentor en ningún sentido- Se desarrolló durante unos 45 minutos sónicamente también bastante cíclicos, que culminaron en un tono bastante similar al del comienzo; recordándonos la estructura recurrente del cambio y la innegable belleza de dicho proceso. Seguidamente, la actuación de Ana Roxanne evocó unos misterios algo más cargados y nostálgicos. Primeramente recordado a los aires sobreexpuestos y minimalistas de Grouper, la compositora y su bajo fueron desplegando cada vez temas más ligeros, aéreos, hacia una celestialidad propia de una Barwick minimalista. El clímax llegó poco antes del apresurado cierre: como una mística Jenny Hval (sí, querido lector, muchas referencias a vocalistas femeninas) en sus primeros y más experimentales trabajos, Ana Roxanne agudizó su voz hasta cotas no alcanzadas hasta el momento y nos entregó un momento que sin tener la dialéctica de manumisión que suele caracterizar a las celebraciones de estas fechas, nos llevó a algunos de los ocupantes del pequeño pasillo a un estado de relajación y liberación extraordinario. Como bien advertimos e intuimos, la mayoría de los oyentes de ambient y new age buscamos frecuentemente conectar a un nivel extramusical y, sin más miramientos, espiritual con la música. En el contexto del Monasterio de Uclés, esta experiencia se volvió especialmente sencilla. No siempre el exceso es la llave a un mayor placer. En esta ocasión bastó con una escucha atenta y cíclica; del exterior al interior periódicamente.