Ya tenemos el nuevo trabajo de Laurel Halo, primero que la artista estadounidense lanza en su propio sello, Awe.
“Atlas”. es un álbum en el que Laurel , parece, esta vez sí, exorcizar los fantasmas de su vida. Emerge una producción cercana a la formación en música y piano clásicos que recibió y parece -claramente- hablarnos de su experiencia girando y girando por el mundo, en el eterno e incesante tour que viven los músicos.
Esta experiencia de gira perpetua y estancias cortas, que a priori tiene más que ver con el mundo ampuloso y espectacular de lo artístico, describe en realidad un síntoma paradigmático de nuestro tiempo. Se trata de la liminalidad que da nombre al disco, un Atlas hecho de no lugares y experiencias nómadas; de migraciones legales, ilegales y quema de combustibles. “Atlas” es, entonces, un disco sobre la experiencia en el umbral. Un disco que ni es de ambient ni termina de ser experimental, un álbum en el que nada parece brotar definitivamente al centro de la escucha; pero en el que no dejan de suceder extrañas e inquietantes cosas. Como los espacios de hoteles, gasolineras, aeropuertos propios de la globalización del capitalismo contemporáneo, todos parecen en algún sentido iguales; en todos estamos preparándonos para un aparente tránsito… Hacia algo que nunca termina de llegar, la satisfacción o el momento musical memorable.
Por eso mismo, “Atlas” es, en algunos sentidos, un título tan irónico como brillante. Indiscernible como nos resulta orientarnos y ubicarnos dentro de un mundo monstruoso, confuso y repleto de espacios liminales, un conjunto de mapas de la contemporaneidad se nos presenta como algo insólito, absurdo e inconcebible. Esta sensación, además, está perfectamente representada en el LP de Laurel Halo. La producción (que incluye un elenco extraordinario de artistas experimentales como Coby Sey o Lucy Railton) es, dicho llanamente, atópica y resulta extraordinariamente difícil de comprender dónde están sonando las cosas. Como si de una cacofonía algo ordenada por la mano maestra de su autora se tratase, “Atlas”, suena en ocasiones a una suerte de horror mahleriano que no deja de desarmarse (“Sick Eros”), incluyendo los visos siniestros y hauntológicos del The Caretaker previo a los ejercicios sobre la memoria.
Esa suerte de memoria sonora, que no termina de emerger de una escucha algo inconsciente, nos recuerda igualmente a uno de los tracks más estremecedores de la discografía de SOPHIE, “Pretending”. La variedad de wall of sound que Laurel Halo construye, sin embargo, contiene un punto (como su podcast para NTS) de mayor organicidad, de condensación de las fuerzas de la naturaleza. En medio de la turbadora tempestad sonora, Anne Chartow parece esperar que el oyente se sienta minúsculo, temeroso ante un montón de fuerzas que lo superan y por las que él sólo pasa de manera circunstancial; tratando de dar sentido a algo. El resultado es, como pueden intuir, extraordinario. En un espacio sonoro desterritorializado, el mapa que nos propone este álbum es una flotación perpetua en el mar de la memoria, el horror y la confusión. En ocasiones escuchamos una voz humana, algo nos da la impresión de tener una dirección definida (y de hecho la tiene), pero no tarda demasiado en volver a desaparecer entre un umbral y el siguiente; a la expectativa de algo que nos dé tiempo a enmarcar. Y esa vivencia que describe “Atlas” es la de nuestro tiempo. No hay medio en el que asentar nada de esto, pero si lo hubiera, este sería un álbum completamente indispensable.