Sónar anunció la semana pasada a Bad Bunny como cabeza de cartel, entroncando así con su larga obsesión por las latitudes latinas. Ha generado, eso sí, ríos de opiniones indignadas, que no entienden la contratación del que es, sin lugar de dudas, una de las estrellas urbanas más rotundas del momento. Enfrentamos a dos de nuestros colaboradores para conocer su visión del tema.
A favor: Muchos pensamos que Primavera Sound allanó el camino con la confirmación de J Balvin para que un festival como Sónar, que siempre ha cuidado lo urbano y lo latino ajeno a modas pasajeras, pudiese traer a Bad Bunny como cabeza de cartel sin que las turbas de indignados se echasen las manos a la cabeza, pero la reacción en redes sugiere lo contrario. España aún no está preparada para el cambio de paradigma que ya opera con total normalidad en países avanzados como Estados Unidos. Y aún parece lejos el momento en el que la gente finalmente entienda que esto son negocios privados y que sus gestores pueden hacer con ellos, lo que les plazca. No es que estén pervirtiendo su línea artística: Sónar ya trajo a DJ Marlboro, a Dengue Dengue Dengue, a Calle 13, a Diplo pinchando La gasolina de Daddy Yankee. Hoy por hoy, no hay una estrella pop (así, a secas) que genere más consenso que el portorriqueño: lo tienes acaparando portadas en Pitchfork y The Fader, Coachella se ha rendido a él (como también a Balvin y Rosalía) y, es, en fin, el artista que reclaman estos tiempos: un hombre capaz de dinamitar los estereotipos del género pintándose las uñas y vistiendo petos oversize con un estilo que es a la vez chic, juguetón y, sobre todo, muy fluido. ÁLVARO GARCÍA MONTOLIU
En contra: No pienso ir a ver a Bad Bunny porque, personalmente, no lo considero ni “música” (que sí, que ya sé que tiene millones de reproducciones en Youtube, pero bueno, a Hitler también le votaron en unas elecciones). Y, además, que se le de cuota a medianías latinas por aquello de “la diversidad” pues me parece hasta bien, pero otra cosa en dejarse un pastón en este cabeza de cartel. Si quiero pachanga ya me espero a que venga la Orquesta Miraflores a las fiestas de mi pueblo. Me esperaba volver a ver a Kraftwerk o que la gira de Giorgio Moroder recalase en Sónar. O hasta que empleasen el dinero del caché millonario de este traperito en actuaciones realmente relevantes como el directo de Objekt, el retorno de Apparat o exclusivas de calibre como la de Shinichi Atobe. Por no hablar de que no le entiendo ni cuando habla ni cuando canta. No entiendo absolutamente nada de lo que sale de la boca de esa persona (¿habrá subtítulos en el escenario?). Sé que no todo el mundo es igual en el panorama urbano, pero ¿y el público? ¿Tendré que estar preocupada todo el rato en ese show por si alguien cree que mi culo moviendo es una parque de atracciones gratuito y a su disposición? JULIA ORTIZ