En esta maravillosa fantasía musical que es “Annette” se han adelantado al futuro, ya es mañana. En los títulos de crédito finales ya viven en un mundo en el que todos caminan juntos. Han superado la tiranía impuesta por el modelo binario. Han dicho adiós al violento reinado de lo masculino. Ninguna mujer es agredida o asesinada solo por el hecho de ser mujer. Han mandado a tomar por culo la fuerza bruta en favor del arte.
Estamos ante una obra de arte compleja, excesiva, barroca, en ocasiones incluso molesta, pero repleta de instantes sublimes, de canciones hermosas y momentos inolvidables y realmente emocionantes.
“Annette” es una auténtica virguería, un trabajo que compatibiliza casi a nivel celular los poderosos talentos del cineasta francés Leos Carax y de los hermanos Mael, componentes de la banda Sparks. Una obra contemporánea de una complejidad técnica en la que es muy difícil destacar alguno de sus aspectos por encima del resto.
Desde la descabellada y brillante idea original concebida por los hermanos Mael a la sublime puesta en escena impuesta por Carax, desde la fotografía deslumbrante de Caroline Champetier al sorprendente uso del sonido en directo o la inmensa e inabarcable partitura musical también a cargo de Sparks. Todo, incluyendo la desbordante interpretación física de Adam Driver, la sutil elegancia en los registros de la Cotillard o la presencia de un acertadísimo actor de reparto como es Simon Helberg hacen de “Annette” una película incuestionable.
Si “Holy Motors”, la anterior película de Carax, como escribió Jordi Costa en su crítica para El País, “Es una obra capital para explicar (y entender) el aquí y el ahora. El mejor instrumento para despertar, desafiar y activar a esta realidad dormida”, “Annette” nos muestra como debería de ser nuestro futuro ahora que como espectadores ya hemos despertado de ese letargo.
Después de un espectacular plano secuencia de introducción en el que los principales implicados en la creación del film incluyendo al director, Leos Carax y su hija, Nastya Golubeva Carax (a quien está dedicada la película), Ron y Russell Mael y el trio protagonista formado por Adam Driver, Marion Cotillard y Simon Helberg entonan el tema “So May We Start”, da comienzo un oscuro musical, un cuento macabro en la tradición de Edgar Alan Poe, que arranca con la presentación de los protagonistas de una convulsa historia de amor.
Henry McHenry (Adam Driver) y Ann Defrasnoux (Marion Cotillard) son un Adán y Eva habitando el paraíso de la fama, artistas de éxito en un universo musical. Ella es una diva de la ópera que muerde a diario la manzana envenenada por la sociedad machista, una reina que saborea desde su palacio apartado la manzana de la discordia o puede que la del pecado original. Una soprano que cada noche representa su muerte en el teatro para después ser ovacionada.
Una niña insegura que creció con el don divino de una voz prodigiosa y que con los años ha ido adquiriendo el defecto de la malvada bruja de Blancanieves obsesionada con la imagen en el espejo.
Él es un mono, una bestia, un orangután enorme que triunfa sobre el escenario con su espectáculo de stand-up. Haciendo reír a un público al que desprecia, haciendo mofa de lo íntimo, lanzando chistes de mal gusto como un púgil lanza puñetazos.
La encarnación de una masculinidad enfermiza, violenta y visceralmente física que, con apariencia de boxeador, agrede a su audiencia en cada una de sus actuaciones. Un payaso repleto de inseguridades y defectos que devora plátanos y bebe como Richard Burton.
Su color es el verde, curiosamente el mismo que usa en su vestimenta el personaje de Monsieur Merde, ese monstruo de mierda interpretado por Denis Devant que hizo su aparición por primera vez en el film colectivo “Tokyo!” y que Carax recuperó para “Holy Motors” en la secuencia en la que secuestra a Eva Mendes, una modelo a la que arrastra hasta su cueva donde consigue una erección al someterla convirtiendo su traje en un burka.
Henry McHenry y Monsieur Merde son lo mismo, son la misma persona. Son el monstruo que habita en las cloacas del ego, una misma bestia con distinta apariencia.
Henry es, por tanto, el simio de Dios, la representación del macho alfa, un Toro Salvaje motorizado con instinto de huida que se impone a si mismo el compromiso romántico amoroso para sacar renta del mismo.
Cuando se conocen, ella tiene miedo, es su primera sensación, la primera palabra que sale de su boca al cantar. Sabe que entregarse al amor es ponerse en peligro en la era de los depredadores, sus pesadillas vienen dictadas por la era #Metoo. Después de siglos de discriminación hacia la mujer ha desarrollado un instinto de supervivencia que lleva inscrito en su ADN. Enamorarse es exponerse, quedar desarmada ante esa fiera de enormes manos que serían capaces de acariciarla pero también de estrangularla.
La banda sonora de este idilio en ciernes será la canción “We Love Each Other So Much”: una pieza atemporal, un clásico instantáneo que se convertirá en el leitmotiv principal de la película y en la melodía pegadiza que no podrás arrancarte de la memoria días después de haberla escuchado. Una pieza merecedora del Oscar a la mejor canción.
Juntos comenzarán a jugar a las casitas construyendo una relación pública interesada por ambas partes y basada en una falsa idea de un amor romántico bajo la atenta mirada de El Acompañante (más tarde El Conductor, Simon Helberg) que representa otro modelo de masculinidad muy diferente al de Henry pero igual de tóxico.
Él es el músico que acompaña a la diva. Una figura enclenque, una incongruencia andante, un tipo que es capaz de vivir frustrado compadeciéndose constantemente a si mismo. Es el cobarde, el cero a la izquierda. Aquel que interioriza su rabia a costa de su felicidad. Guarda para si mismo y solo comparte con nosotros, los espectadores, su enamoramiento secreto. El recuerdo de una noche de pasión con Ann le basta para ir tirando. Parece estar sacado del mismo molde que el personaje que interpretaba Joaquin Phoenix en la película “Two Lovers” de James Gray. Alguien dispuesto a sacrificar su felicidad por el “qué dirán”.
Ann y Henry conciben una hija en común, Annette. Una criatura a la que manipularán como una marioneta a su antojo y que lleva en la frente una marca como la de Caín, el primogénito de Adán y Eva. La tormenta se desatará justo cuando Henry ve amenazada su hombría. Al igual que sucedía en el film “Fuerza Mayor” de Ruben Östlund y también en “Eyes Wide Shut” de Stanley Kubrick, una amenaza a la masculinidad será el detonante para romper el frágil esquema familiar que parece estar cogido con alfileres.
Mientras bailan en la cubierta de un barco un vals imposible, Henry en estado de embriaguez pierde el control y mata a su esposa. Sus privilegios como hombre blanco harán que las autoridades no investiguen el incidente y quede impune declarando lo acontecido como un trágico accidente. Sin embargo, el fantasma de Ann lo condenará a un sentimiento constante de culpa y utilizará a la pequeña Annette para recordárselo haciendo que cuando la luz de las estrellas iluminen su rostro, el bebé entone un bello canto que lo martirice.
Al descubrir la milagrosa voz de Annette, Henry queda asombrado y da un paso más en su infame conducta al transformar la maldición impuesta por Ann en un negocio del que sacar tajada. Decide compartir su descubrimiento con su “amigo” antes conocido como “el Acompañante” ahora convertido en “el Conductor” (la muerte de Ann lo ha beneficiado, ahora es director de orquesta) y le propone crear un espectáculo donde mostrar el divino don de Annette al mundo.
A pesar de ser consciente de que explotarán a la pequeña, las sospechas que tiene sobre la autentica paternidad de Annette y las dudas sobre la muerte de Ann, aceptará el trato y juntos se irán de gira, convirtiendo a baby Annette en un fenómeno de masas mundial.
El plano secuencia circular protagonizado por Simon Helberg dirigiendo la orquesta y rompiendo la cuarta pared es sin duda uno de los momentos estelares de todo la película. Uno de esos momentos que devuelven al cine ese poder mágico y transformador.
De nuevo en estado de embriaguez Henry volverá a sentir su masculinidad atacada cuando descubra el pasado affaire entre su difunta esposa y su actual socio, algo que pone en duda su paternidad y provocará que la bestia ataque de nuevo, ahogando con sus enormes manos de ogro al director de orquesta en la piscina de su casa, en una secuencia de notable fisicidad.
Será Annette en su última aparición pública durante el descanso de la Hyperball (el show con más espectadores del mundo) la que se niegue a seguir siendo explotada y balbucee en publico ante las cámaras de todo el mundo sus primeras palabras “Papá mata gente”.
Henry será arrestado, juzgado y sentenciado a cadena perpetua.
A Annette, que ha jugado con un mono de peluche desde pequeña, se le ha educado en el hetero-patriarcado, ha tenido que cuidar y establecer lazos afectivos con ese mono, ese muñeco que representa lo masculino. Sus padres la han deshumanizado, para ellos no es más que una marioneta. Pero Annette es realmente un milagro. Annette es el futuro. Ella es la única capaz de ver a su padre con forma de gorila, la única capaz de distinguir al monstruo.
Henry aún no lo sabe pero Annette logrará cosas imposibles. En su espectáculo es capaz de volar ante los atentos ojos de otros niños. Annette destruirá los cimientos de esta sociedad binaria y machista. Será la esperanza, la fuente de inspiración de la generación futura.
En la penúltima secuencia del musical, Annette visitará a su padre en la cárcel, la mancha de la culpa habrá crecido en su demacrado rostro (que cada vez se asemeja más al del propio Leos Carax) y Annette es por fin de carne y hueso (Devyn Mcdowell).
En ese último dueto, ese indescriptible y conmovedor “Sympathy for the Abyss”, Henry lanzará balones fuera y culpará al abismo, a la oscuridad por la que se siente atraído, como la causa de sus actos. Su valiente hija Annette plantará cara al monstruo y lo condenará al peor de los castigos que es la pérdida absoluta de la capacidad de amar. No perdonará jamás ni a su padre ni a su madre por el daño provocado.
Si tenemos en cuenta los tortuosos acontecimientos en la vida personal de Leos Carax y la inesperada perdida de la que fue su esposa, Yakaterina Golubeva en 2011, es cuando el paralelismo que acontece entre lo real y lo filmado se convierte en algo terrible.
Es en la última parte de la película, desde que suena la canción “Stepping back in time”, donde Carax entona lo que parece ser de nuevo un Mea Culpa al igual que hizo en “Holy Motors” en la secuencia musical protagonizada por Kyle Minogue. Vuelve a borrar las líneas que separan su obra de su experiencia personal, unifica vida y arte y engrandece una vez más su cine impregnándolo de dolorosa realidad pero también de luminosa esperanza.
“Annette” se puede ver en cines de toda España.
Bajo estas líneas podéis disfrutar de su grandiosa banda sonora.