Por suerte para todos, cada vez se publican más libros de música escritos por músicos, sobre asuntos musicales bien dispares, arrojando una nueva y cálida luz autobiográfica sobre los mismos. El último en sumarse a la fiesta ha sido Damon Krukowski —miembro en su día de la banda Galaxie 500 y del dúo Damon & Naomi— con su libro The New Analog, publicado recientemente en castellano por Alpha Decay. Una fascinante lectura que aborda el apasionante y cuñadista debate sobre el sonido analógico y digital, explorando los mecanismos que nos hemos visto obligados a activar para escuchar música, ya inmersos en la era digital. Tema de fondo presente en otro músico de peso venido al ensayo, don David Byrne, en su libro Cómo funciona la música (Literatura Random House, 2014), que sigue de cerca el trabajo del periodista Greg Milner en el erudito y apasionante El Sonido y la perfección, título de la traducción española publicada por Lovemonk en 2016, a manos de Yuri Méndez, productor y músico conocido como Pájaro Sunrise. Al hilo de la publicación de The New Analog, hablamos con Méndez y con el productor e ingeniero de sonido Alek Stark, sobre este encendido debate.
Para Méndez, “no es un debate nuevo”. “Probablemente, si se mantiene vigente”, prosigue, “es porque no existe la respuesta capaz de cerrarlo. Escuchar música es un proceso irracional, emocional —cómo se quiera llamarlo— y hay tantos factores psicológicos en juego que centrar la atención en una faceta física no puede conducir a mucho. Además, es un debate que permite a cada cual respaldar sus propias preferencias subjetivas con datos vagamente objetivos y sabemos que aún no ha nacido el humano al que no le apasione eso.” En efecto, al final se trata de un cúmulo de preferencias y sensaciones absolutamente subjetivas y emocionales. En líneas similares se manifiesta sobre este asunto Stark, para el que este debate “es algo intrínseco al ser humano, el tener apego a las cosas imperfectas, es un reflejo de lo que somos. El debate es propio de una sociedad basada en el consumismo, lo lógico es siempre optar por el mejor sonido y la máquina más práctica para realizar el trabajo.”
Sin embargo, el debate está ahí, en la calle. Instalado cómodamente entre los cuñados de la electrónica, cual Jesús Gil y Gil en su jacuzzi, fumando un Rosly, sorbiendo champán y atendiendo al teléfono. Unos te dirán que como lo analógico no hay nada, que es pura crema, y que lo digital es frío y plano. Unos y ceros, y tal. Y otros, mientras se consignan, que la verdad está ahí fuera y estamos inmersos en la era digital. Vaya por delante que hay una enorme diferencia entre la grabación y la reproducción, siendo los archivos musicales digitales los que se llevan la peor parte en esta historia. Probablemente sea el mp3 entonces, el mismísimo anticristo del sonido, el mal personificado. Y puede que la grabación del sonido esté cada vez más repartida entre lo analógico y lo digital, en idílica convivencia. Es el caso de Stark: “no soy lo que se dice un fanático de lo analógico”, asegura. “En mi estudio siempre he tenido sintes digitales, cajas de ritmo y samples también digitales aunque mi última compra es un sampler con filtro analógico. Mis sintes favoritos son el Oberheim Xpander y el Nord Modular G2, analógico el primero y digital el segundo. No pienso demasiado si una máquina es analógica o no, más bien estudio sus características y sobre todo si se adapta a mi estilo de trabajo.” Para Méndez, “el sonido siempre es sonido, sea cual sea su fuente, y que esté organizado de manera musical no depende en absoluto de cómo se produce o de cómo se graba o del formato del que proviene. En cualquier caso, al registrar un sonido en un medio digital se produce por definición una menor distorsión de la señal —en sentido estricto— que en un medio analógico. Lo que, no se puede insistir lo suficiente, no significa que nos suene mejor.”
Por ahí va el tema, que ya no es lo que suene mejor o peor, sino lo que esto signifique para cada uno. Es algo completamente subjetivo y directamente emocional. “Quizá hayas pasado por la experiencia de adorar un disco pirata grabado en un cassette de quinta generación y, al escuchar la grabación original años después en CD o en vinilo, echar de menos todo el ruido y la pérdida de definición de la cinta —más el sonido del motor y de los altavoces de coche— y sentir una conexión menor con la música.”, comenta. En efecto, me pasó con el concierto acústico ese de Nirvana para la MTV —antes de que se desatara la cansina fiebre mundial de los conciertos unplugged de todo dios—, que me puso un colega en el loro de un coche y me flipó tanto que me lo regaló al final del trayecto. Perdí esa cinta al poco tiempo, por supuesto, y al recuperarlo después en CD, ay, aquello nunca fue lo mismo. “La primera vez que viví eso”, recuerda Méndez, “me di cuenta de que quizá no tenía mucho sentido pensar en “verdades” sobre la calidad del sonido. Y que al final, todo se reduce al muy humano proceso de relacionarnos emocionalmente con una grabación, sea en el formato que sea.” Krukowski, en su The New Analog, recuerda que cuando su compañero de banda “anunció que se había comprado un reproductor de CDs para escuchar uno de sus discos preferidos —el Crazy Rhythms, de los Feelies— «sin los arañazos», me lo tomé bastante mal. Y luego le insistí para que me lo dejara escuchar a mí también. Todo era cierto. No se oían arañazos. La sensación de escuchar por primera vez la versión en CD de un álbum que tenía grabado en la mente, (…) con sus ruidos diferentes, fue como conducir un coche de último modelo diseñado para disfrutar de un paseo tranquilo y sin baches, en lugar de mi chatarra de Fiat 128, que tenía un agujero en el suelo y sufría para coger velocidad. (…) dejé de sentir la superficie”.
Para Stark, “No hay mejor o peor, para muchos no es una cuestión de calidad, es algo que depende en una gran parte de tu capacidad de apreciar diferencias muy sutiles.” Mientras que para Méndez “los vinilos representan mejor que ninguna otra cosa lo irracional de nuestras preferencias.” “El rango dinámico de un vinilo (unos 60dB) es bastante menor que el de un CD (96dB) y mucho menor que el de otros formatos digitales con más calidad que un CD (6dB por cada bit adicional). Así que necesita mucha más compresión”, argumenta al respecto. “El rango de frecuencias también es menor y la proporción de ruido, mayor. Y sin embargo no es poca la gente que prefiere uno sobre el otro, demostrando que la “calidad” o la “fidelidad” no son lo más importante en nuestra relación emocional con la música. He visto a gente escuchar ediciones horribles en tocadiscos portátiles que no podía dejar de hablar de lo bien que suena la música en vinilo. Y estoy seguro de que les estaba sonando divinamente, así que, ¿por qué llevarles la contraria?”, se pregunta Méndez. Y no le falta razón.
Siguiendo con el debate de los formatos, Stark asegura que nunca ha pinchado un archivo digital: “no sé ni cómo se usan, pero me encanta pinchar en vinilo, supongo que estoy condicionado por mi propia adicción a comprar vinilos desde que empecé hace más de treinta años.” “Un archivo digital puede tener cualquier procedencia”, prosigue. “Mucho de lo que oímos en un club son archivos ripeados de los players de Bandcamp o Souncloud, a 128 kbps…, en una palabra: basura. Sin embargo, con el vinilo estás realizando un filtro donde hay una cadena de gente: artista, sello, ingeniero de mezcla y luego otro de mastering, que se han preocupado de que ese trabajo suene con unos mínimos. Esto es imposible de controlar con los archivos digitales: el que pincha en digital no sabes si está pinchando un wav a 192Khz o un mp3 de mierda descargado de una web rusa.” Para Méndez, sin embargo, “antes de dar por sentado que los mp3 suenan mal, merece la pena hacer una comparación a ciegas entre diferentes archivos de audio —incluso con vinilos— y observar lo sorprendentes que pueden llegar a ser los resultados: no siempre lo que más nos gusta al oírlo se corresponde con lo que dábamos por hecho que sonaba mejor.”
Donde parece que hay menos lío es en el terreno de la grabación, donde hoy en día lo analógico y lo digital conviven con total normalidad y “se ha ganado libertad y flexibilidad”, tal como señala Méndez. “La revolución digital”, prosigue, “ha permitido a mucha gente inmensamente creativa hacer música increíble en su propia casa y quizá de otra forma nunca hubiese tenido acceso a un estudio. En los estudios quizá se ha ganado calidad de sonido en un sentido estricto: menos distorsión, menos ruido, más fidelidad; que no tiene por qué ser necesariamente una ventaja en cuanto a lo musical. Y supongo que se ha perdido oficio, cierta profesionalidad y una manera de tocar. Pero ni siquiera estoy seguro de que haya habido una pérdida, probablemente sólo haya sido un cambio: la fiebre digital pasó y cada vez más estudios ofrecen la posibilidad de elegir entre ambos mundos: depende del grupo o del intérprete escoger uno u otro camino y cada cual requiere una forma de tocar y permite posibilidades distintas. Creo que hace mucho tiempo que dejó de tener sentido considerar la música grabada en vivo como intrínsecamente superior a la música construida por capas. Son herramientas diferentes, dos formas de hacer, y depende de cada uno encontrar el modo de sacarles partido para crear algo interesante.”
Para Stark, “los sistemas de grabación hoy día son increíbles, muy sofisticados y de una calidad brutal, otra cosa es como terminan esas grabaciones: mp3 de baja calidad, etcétera. He estado en grabaciones en cinta y era una odisea, la gente odiaba el proceso, era tedioso y tanto los ingenieros como los artistas terminaban completamente destrozados, tras una semana en el estudio. Noches interminables, repeticiones hasta la saciedad… No volvería a ese momento nunca, sinceramente. Hoy día se ha ganado algo muy importante: cuando terminas un álbum no lo odias. Aunque parezca mentira, eso pasaba muy a menudo. La tecnología ha hecho que el artista y el ingeniero puedan concentrarse en otros procesos que necesitan de sus verdaderas habilidades, el ingeniero puede concentrarse en mezclar y no darle al botón de retroceder y volver a pinchar durante 16 horas. Y el artista puede hacer su trabajo en sólo unos minutos y no en horas y horas.” Pues eso.