El dúo da esta semana sus últimos conciertos hasta 2021. Aprovechamos para reflexionar sobre realismo, hiperexposición mediática y la escritura como salvación al hilo de sus letras.
Madrid, 5 y 7 de diciembre de 2019. Ayax y Prok dando su último concierto hasta el año 2021, ofrecido en doble por sold out. Antes de tener lugar el show, han ocurrido las declaraciones de ambos de retirarse de la actividad musical durante 2020. Éstas levantan, de nuevo y tras la indefinida de Pimp Flaco, preguntas en torno a la sostenibilidad emocional de las vidas de lxs artistas de la industria musical. La diferencia sea quizás en esta ocasión nuestra posibilidad de encontrar respuestas: con una técnica renovadora y densa en rima, ritmo y metáforas sosteniendo una narrativa realista, las letras de Ayax y Prok ofrecen pistas acerca de qué significa el compromiso con la banda-familia y unx mismx según evoluciona una carrera artística. O una vida.
Los gemelillos han sido una de las revoluciones desde abajo que ha vivido la música hecha en el Estado español tras la crisis de 2008. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que, quizás debido a su eclecticismo estético no bien visto por lo urban, hayan quedado en un lugar de extraña lectura cuando habría tanto que decir de ellos más allá de su filia por los beats hardcore de los 90 (sobre los que hacen, por lo demás, cosas que no hicieron sus predecesores). Igual que una interpretación del trap en clave feminista es necesariamente parcial, y sin embargo alumbra un algo brillante del presente, la manera de ser presente de Ayax y Prok dice mucho, y lo dice más allá de sus cifras de escucha, por cierto sólo comparables a figuras como C. Tangana, Kidd Keo, o Rels B — sus antípodas ideológicas.
Algunos, como Ernesto Castro, han puesto a los gemelos del lado del despectivo concepto “virtuosismo lírico”, igualándolos históricamente a formaciones como Hermanos Herméticos, que comenzaron su andadura cuando Ayax y Prok contaban 6 o 7 añitos. Corramos un tupido velo en torno al desliz cronológico. Presente son (en el desprecio a la elaboración lírica ni merece detenerse, es una moda de rechazo a sí mismas de las clases medias), y precisamente debido a su poética, que por cierto en usos orales dista bastante de la prosodia de la primera hornada del rap español, nadie como ellos da cuenta de la narrativa que atraviesa a su generación de artistas: cagarse en la monarquía, odio a la policía, defensa de la calle y sus usos, deseo de sangre de Rajoy, precariedad, depresión, tener raxets y ser raxet, reformatorios, desahucios; o finalmente, un posible adiós a la pobreza, el asedio de la fama, la ansiedad, las redes. Algunas de estas líneas han atravesado a Yung Beef, otras a Pimp Flaco, otras a Somadamantina, otras a C. Tangana. Todas a Ayax y Prok, sin escondite ni miedo.
En un reciente artículo en Apuntes de Clase, Ignacio Pato revisaba las relaciones tóxicas que varixs periodistas se han visto obligadxs a tener con sus dispositivos móviles. Está claro que la invasividad de lo laboral sobre el espacio personal online sufre un momento de crisis con la hiperexposición web, generando sus respectivas crisis tentaculares en las vidas de cientos. Hace tan sólo unos días Ayax explotaba ante un grupo de jóvenes en el aeropuerto porque se le habían quedado mirando fijamente. No mucho antes había escrito estas líneas: “Hasta mi gata ataca si se siente acorralada; es sólo el contexto, yo no justifico nada”.
La publicación del tema “El Circo” es, como el enfrentamiento, un síntoma de malestar. Sus aportaciones deberían de servir para revisar los modos en los que creemos conocer a las personas que vemos diariamente en fotos de Instagram. Las alusiones al estrés vital de ser famoso son numerosas, y nadie las querríamos para nuestras vidas: “me niego a llorar hablando de una quimio, y que tú puedas estar grabándome un vídeo”, “algún que otro loco hasta se planta en tu casa”.
Ahora que algunos (muy pocos) pobres se han hecho ricos y no podemos sino admitir que todo lo dicho se dice desde un lugar de enunciación concreto, merece la pena reconsiderar la dimensión autobiográfica y la posición que ella ocupa en nuestro momento cultural. Esto nos concierne a famosxs y no famosxs: todxs trabajamos autobiográficamente sobre nuestras cuentas de Instagram, Twitter, TikTok o Snapchat. Pero no toda autobiografía luce igual, y sostener una idea de unx mismx en contra de unx mismx debe tener un gran precio. ¿Lo sabe C. Tangana? Ayax y Prok lo saben.
La vida de Ayax y Prok cambió, y cambiaron sus letras. Hemos pasado de la afinidad anímica generacional en temas como “Flauta de Hamelín” (para lxs que no puedan trascender el uso de una palestina por Ayax o las alusiones al “R.A.P.”: mala suerte perderse la experiencia ) o “Manía persecutoria”, donde las voces de Ayax y Prok reflejan el desgarro de las vidas mientras la crisis, a una recepción basada en la observación de sujetos a los que “conocemos”en redes: más allá de su capacidad de conmover, ni “El circo” de Ayax ni la llorera de Tangana en la limo refieren ya las vidas de la mayoría. Pero igual nos interesan. ¿No?
Es la conciencia de lo que frustra de la biografía propia la que da consistencia a la trayectoria de Ayax y Prok. De canciones como “Ya sé qué hago aquí”, de Prok, composición en diálogo imaginado con una Monarquía que mira a su ocaso y manda a Letizia a la “guillotina, ¡por traidora!”, pasamos a “Me llevao el palo”, tema de desamor cuyo videoclip esconde en el segundo 12 el secreto en foto de un amor que fue de veras. “El palo” se emite “así de crudo” justo dando la vuelta a la técnica de dispersión de la época que sería exponerse para fardar: “tú estás perdido; me quedo con mi folio, le hago un niño, le pido matrimonio”. Por no ser esquivado el folio, resulta comprendido el truco: se trata de la capacidad de la escritura para componernos como sujetos en la era de la ansiedad epidémica.
Y de ahí vamos a Roxanne: “tengo fans y no sé, no sé, se me hace raro… y touché, touché, yo soy el mismo DTS”. La frustración ahora es la de ser imagen para otrxs. Pero Prok “está buscándose, por eso escribe”. Está claro que la escritura, sin búsqueda, no salva (el lambo como la escritura puede salvar, por trabajo artístico, si lo quemas o lo mueves de lugar). En “El Tesoro”, Ayax diría: “sólo dejo de mentirme cuando escribo”. Es una lección de época sobre cómo resistir a los líos subjetivos que nos causa la multicapa 4G.
Esto no implica que la escritura sea un proceso autocomplaciente. Igual que quemar lujo no es acumular lujo, escribir no es repetir slogans. Yung Beef y Kaydy crearon sus slogans: chapeau. ¿Cuáles son los tuyos? En un momento en el que todxs parecemos desconocer nuestros malestares, escribir es una resistencia al dolor de cabeza de época. Hacer de la escritura algo más que un sello de marketing: no nos lo dicen sólo Derrida y Umberto Eco, sino el mismo Prok. “Me dejo los codos pa que cuadre, dejo un cuadro, un caldo, le pongo hueso, no es de rata, pero casi, ¡así sí! los pongo a hacer la mili, a vivir mi peli, ¡Machiavelli!”.
Escuchar es leer, hacerlo fuerte y serio; es nuestra idea de la mili. Y puede que el principal problema de Ayax y Prok sea una recepción no siempre dispuesta a hacer el esfuerzo de lecto-escucha que requieren sus letras. Así parecen ellos querer recordar: “no escribo pa chavales que no entienden de metáforas, construyo catedrales y me trepan las gárgolas”. Statement de teórico literario seguido de performance literaria: las catedrales, la música que Ayax regala mientras los oyentes “no aprecian el detalle”.
La conceptualización de la música como un regalo viene muy a cuento en una conversación sobre hiperexposición social: de un regalo no hay que pedir cuentas.