El sábado estuvimos en el arrollador concierto que Arcade Fire ofrecieron en el Palau Sant Jordi de Barcelona y salimos con dos conclusiones. Uno, su nuevo disco crece en directo. Y, dos, el torbellino Régine Chassagne encarna la revolución feminista.
Puede sonar contradictorio pero a veces es un axioma que se cumple: en ocasiones, para destacar o ser un poco revolucionario en algo solo hace falta volver a lo clásico. Lo hemos visto recientemente en el cine (las sagas de John Wick y The Raid y su recuperación de las escenas de acción bien planificadas con sabor añejo), o en la televisión (el neo noir con ecos de Sidney Lumet de The Night Of o la ciencia ficción recreativa del nuevo Lost In Space). Ahora bien, para conseguirlo no basta solo con mirar al pasado; hay que apropiarse de él y regurgitarlo con chispa y alguna idea fresca. Arcade Fire encarnan en el indie-rock de masas ese back to basics que tiene poco de revolucionario pero que les convierte en una rara avis dentro de la categoría de grupos llena-estadios.
Su concierto en el Palau Sant Jordi, un recinto que el sábado no colgó el cartel de no hay entradas –su sobrexposición estos últimos años en los escenarios barceloneses puede ser una explicación-, fue una demostración práctica del axioma que abre esta crónica. Lo fue desde el minuto uno, con una sonrojante y a la vez encantadora –por guasona e inocente- intro en catalán que los presentaba como púgiles que subían a un ring (el escenario del Infinite Content Tour tiene la forma de un cuadrilátero). Pocos segundos después, un Win Butler como de gustera de bajón de pastillas pero con ganas de fiesta, atacaba el Everything Now con una sonrisa de oreja a oreja. El resto de la banda, con Régine Chassagne al frente, se unía a la gustera y al jolgorio de Butler con un candor y energía juveniles. Vamos, básicamente eran nueve personas, bastante excitadas todo el rato y, ojo, capaces de contagiar esa excitación, tocando canciones de pop-rock (la mayoría muy buenas y auténticos hits) en directo sin trampa ni cartón. En esencia, se revelaron, por primera vez en su carrera, como una nueva versión de la The E Street Band (en Barcelona tocaron más de dos horas, pero en diez años es probable que superen las tres. Tiempo al tiempo) formada por gente que parece salida de una convención estudiantes de física cuántica.
La apuesta por el clasicismo con nervio de Arcade Fire, los mensajes crípticos y oscuros presentes en sus canciones (la mayoría se pueden bailar y cantar con lololos pero en realidad son caramelos envenenados), o ese dominio perfecto de los subidones emocionales con sustancia (en Barcelona hubo varios momentos de lágrima pero el más sorprendente, por inesperado, fue un It’s Never Over (Oh Orpheus) a lo Pimpinela del indie rock con Chassagne recorriendo la pista y las gradas del Sant Jordi muy en modo drama queen), convierten a los norteamericanos en la última gran banda de pop y rock independiente pre-era milenial que aún demuestra tener sangre en las venas y vida inteligente en sus neuronas. Hecho corroborado, lo de pre-milenial, por un análisis sociológico exprés: era difícil encontrar a alguien menor de 30 años en las gradas y la pista.
El concierto de Arcade Fire en Barcelona sirvió también para corroborar un par de cosas; una de presente y otra de futuro. Primero: que Everything Now es un disco que crece en directo. Cayeron cinco canciones del mismo, y dejando de lado el espíritu Abba de las fantásticas Everything Now y Put Your Money on Me y la magia electropop de Electric Blue, sorprendió la contundencia y la pegada maquinal de Creature Comfort; sin duda, el sleeper de la noche. Segundo: la revolución será feminista o no será; el futuro de los canadienses está en Régine Chassagne. Pocas presencias y voces femeninas actuales tienen el carisma y la potencia de la quebequense, una auténtica robaescenas y la integrante de la banda que mejor sabe leer y transmitir sobre el escenario el pathos y la catarsis dramático-emocional que propone el setlist. Sus duetos con Win Butler (frontman gigantón a mitad de camino entre un predicador puritano y una versión enrollada del Malachai de Los chicos del maíz), o la bellísima y galáctica Sprawl II (Mountains Beyond Mountains) (otro de los instantes álgidos de la noche con momento Galaxia Régine incluido), evidenciaron que Chassagne necesita y pide a gritos más protagonismo en los próximos discos y giras del grupo.