Al finalizar anoche el concierto de Bonobo en Razzmatazz, en ese embudo que se forma entre los que simplemente quieren salir y los que antes de hacerlo tienen que pasar por el guardarropa, se escucharon las primeras quejas sobre lo que acabábamos de presenciar. “Yo quería un concierto, no una sesión de electrónica”, decían unos; “a mí esto nunca me había pasado”, decían otros. Zanjemos antes de nada la polémica. Pero vamos a ver: ¿qué esperabais? Aunque Simon Green no es Dj, digamos, de cantera, su experiencia en dicho campo es más que abundante y su tendencia natural en directo es la de reforzar el beat y arrimarse a las dinámicas propias del rollo clubber. Si a eso le sumamos que Migration, su último disco, no rehúye en absoluto el ambiente de pista en varios de sus cortes, no debería extrañarnos que, en ciertas fases de su actuación de anoche en Barcelona, ésta se pareciera más a una sesión de electrónica que no a la presentación de un disco de downtempo.
Migration, efectivamente, es un gran álbum. Probablemente uno de los mejores de una trayectoria, la del precoz Green, que va camino de los 20 años. Y aun así, sorprende –para bien– el sold out tan tempranero que Houston Party tuvo que colgar hace semanas. No obstante, no deja de ser cierto que la popularidad de Bonobo descansa más en el hecho extraordinario, en el toque étnico, orgánico, cantado y menos electrónico de su fórmula, plasmada en media docena de buenos discos, que no en su fama de buen agitador fiestero en vivo. En ese sentido, y recogiendo el guante de la citada fuente anónima, es verdad que faltó algo de ese encanto, de esa calma atmosférica y de esa sutileza (casi medio)ambiental: el Bonobo que, en su día, fue considerado como uno de los pioneros del nuevo downtempo. Que sí que lo hubo, pero no fue el mayoritario.
El Bonobo conductor de la noche no renunció en ningún momento a su faceta más puramente electrónica, sobre todo a medida que fue avanzando la noche. ¿Quizá demasiado? Si consideramos que fue en detrimento de una atmósfera más mágica, clara y serena, una más amable y cercana a su trabajo de estudio, entonces la respuesta es sí. Temas como Cirrus, Outlier, Flashlight–previsible que lo hiciese en las tres, por otra parte–, We Could Forever –sin perder ese toque a viejo acid-jazz–, e incluso Ontario –tras una comedida No Reason– y Kerala, por ejemplo, quedaron entregados a la parte de su público más susceptible a la efervescencia.
El pistoletazo de salida de aquella vena clubber, en cualquier caso, se había hecho esperar más bien poco. Sin perder sus detalles ambientales más sutiles y apreciados, Simon Green despachó primero una especie de intro de presentación de Migration compuesta por su canción homónima y también inaugural, una 7th Sevens a medio gas y Break Apart, ya con la cantante londinense Szjerdene sobre las tablas, para utilizar Kiara, poco después, como primer aviso de lo que se venía por delante. Pero el punto de no retorno lo marcó, hacia la mitad de la velada, una Bambro Koyo Ganda cuyo groove por poco hunde el suelo de Razzmatazz. Groove y roots, con ese aire norteafricano: tal vez el punto más álgido de la amalgama electrónico-étnica de Bonobo hasta la fecha.
A partir de ese momento, durante la segunda mitad del concierto, enlazar canciones como parte de minisesiones de una electrónica más fluida fue la norma que se impuso desde el púlpito. Entre las piezas citadas en primer lugar, por ejemplo, apenas hubo pausas. Puede que en determinados pasajes la fluidez se tornara espesura, como una especie de coagulación musical precisamente por la ausencia de detalles y puntos reconocibles propios de su obra de estudio, pero en general el público pareció responder entusiasta a la estimulante propuesta del productor británico.
No es justo ni constructivo criticar o rediseñar a posteriori el formato de un evento, y mucho menos si es de estas características tan masivas, pero, ¡qué lástima de sold out! Es evidente que Bonobo ha llegado a tanta gente que no puede permitirse aforos más limitados ni, por ejemplo, hacer dos conciertos en la misma ciudad en salas más acogedoras. Porque una cosa está clara: un gran porcentaje de los asistentes buscaba anoche esa sensación de confort que Razzmatazz no puede aportar y que tanto ha caracterizado siempre la música de Bonobo. Si por todos ellos fuera, el concierto de ayer debería haberse celebrado en un ambiente más íntimo, menos dado a la fiesta electrónica. En sus propias habitaciones, tal vez, o en el interior de un iglú en medio de la tundra. Porque Bonobo siempre ha sido eso: un interior cálido rodeado de frío.