El brazo madrileño de Brunch –In the Park vuelve a montar, por segundo año consecutivo, su cuartel general dominical en el Parque de Enrique Tierno Galván, espacio cada vez más afianzado en la escena musical de la ciudad. Igual que el Tomavistas, este ciclo electrónico importado desde Barcelona ha encontrado feliz acomodo en el recinto a pesar de que la personalidad que le da nombre, exalcalde de Madrid, dejó para la posteridad una frase poco beats friendly: “rockeros, el que no esté colocado, que se coloque. ¡Y al loro!”. Era 1984, plena Movida.
Más de tres décadas después, muchas de las nuevas rock stars actúan tras los platos. Sobre el papel, el pasado domingo no se vislumbraba ninguna a la altura de Jeff Mills o Erol Alkan (cabezas de cartel de otras jornadas), pero lo cierto es que el balance final fue impecable: los protagonistas, heterogéneos en lo musical aunque homogéneos en cuanto a relevancia, acabaron conformando una fiel panorámica de lo que puede encontrarse a día de hoy en el mapa clubber mundial. Un plan perfecto que solo se vio perturbado por un inesperado giro de guion en forma de tormentón estival que puso en peligro el plan de tardeo, ese odioso palabro que, como su homónimo mañaneo, gana adeptos sin que nadie tome medidas.
Hablando de expectativas insatisfechas: dj set. En eso se convirtió, “por indisposición de uno de los integrantes del grupo”, el live previsto por Moscoman, pero será difícil que alguien se acuerde del cambio de planes a toro pasado. A la postre, su sesión, que llegó tras el calentamiento de Javi Redondo, terminó siendo uno de los momentos álgidos de la tarde-noche. La más estimulante (había mucho que bailar, aunque también mucho que escuchar), la menos usual. También, posiblemente, la menos veraniega: su propuesta, oscura como los nubarrones que acechaban, tiene un pie en la electrónica germana y otro en el post-punk. Sus años curtiéndose en la escena berlinesa se le notan a leguas.
El contrapunto llegó pronto de la mano de Marvin & Guy, italianos bien orgullosos de serlo. Su selección fue puro sabor Mediterráneo, a ratos casi una versión remezclada y actualizada de la banda sonora de Saturday Night Fever. Siempre coquetearon con una explosión que nunca se llegó a producir, pero casi mejor: a la hora de la merienda se agradeció su contención y trazo fino. Tras ellos, era el turno de Jennifer Cardini, pero algunos problemas con su vuelo hicieron que intercambiara posiciones con un Danny Daze que se andó con menos contemplaciones. El suyo fue el primer set puramente techno del día y, por lo tanto, el que fue recibido con más brazos en alto. Aunque habrá quien diga que su juego de intensidades se hizo algo previsible al poco de arrancar, nadie podrá discutir su efectividad. Sus drops se ven venir desde kilómetros, pero es imposible resistirse a ellos con todo el cuerpo vibrando. Los minutos finales, completamente desbocados, supieron a cierre, de no ser porque Cardini todavía tenía que echar la persiana definitivamente. Lo hizo desmintiendo que unos BPMs disparados no pueden hacer buenas migas con una sesión elegante. Se decantó por subrayar su vena más cósmica, que no era precisamente la opción más fácil tras el martillo pilón de Daze, y salió vencedora.