La última acción de Burn nos lleva a El Alamín, un pueblo abandonado a unos 40 kilómetros de Madrid. Al llegar a este antiguo poblado, ocupado durante casi cinco décadas por trabajadores y jornaleros, y donde aún se aprecia la mano del hombre -continuas fiestas ilegales se han ido sucediendo entre sus muros inhabitados desde su abandono-, una extraña sensación nos recorre el cuerpo.
Casas derruidas, caminos que no llevan a ninguna parte, una escuela completamente arrasada o una iglesia con su altar (profanado) constituyen el paisaje ante nosotros. Son las ocho de la noche y lo único que podemos hacer es confiar y adentrarnos en lo desconocido. Mirar el móvil y leer algunas de las historias que han ocurrido por aquí tampoco ayuda: parece que el pueblo fantasma suele ser punto de reunión para amantes de lo paranormal y lo extraordinario. Confío en que Íker Jiménez aparezca por allí. Pero de momento, nada.
Recapitulo: estás a una hora de Madrid, en medio de la nada, con algo de miedo en el cuerpo, y esto no ha hecho más que empezar, ¡relájate! Entonces, la mano del hombre asoma de nuevo: la antigua capilla había sido intervenida por el artista Antonyo Marest. Éste se había dedicado a transformar por completo su interior, convirtiendo al fuego en un nuevo objeto de culto. Una llama invertida y flamencos a cada lado, símbolos en el Antiguo Egipto del dios Ra, son el nuevo emplazamiento donde se sucederán las actuaciones a lo largo de la escalofriante velada.
Presidiendo la instalación una mesa de mezclas y el primer DJ de la noche: Lollino, el flamante ganador de la edición 2016 de Burn Residency. House trotón y atmosférico, con un punto melancólico, que hace que lo que tenemos a nuestro alrededor estuviera cargado de un significado diferente. Mientras tanto, todo el mundo recorre el pueblo y los diferentes espacios de la iglesia a los que se podía acceder. Veo salir a gente de un lado y otro utilizando la linterna del móvil, intentando adivinar muchas de las historias que ocurrieron en aquel lugar. No hace tanto las raves que allí tenían lugar, a la luz del dia, ayudaban a darle un uso más lúdico y festivo.
La sorpresa llega tras el warm up del pinchadiscos italiano. A su lado aparece un encapuchado Paco Osuna. El era el anunciado DJ top que iba a hacernos danzar en aquella fantasmagórica aldea cercana al río Alberche y donde hace cuatro décadas el marqués de Comillas reinaba con mano de hierro. Una hora y media de tech house marca de la casa, con sus cortes de Plus8 y Quartz, hacen el resto. Todo el poblado vibra al ritmo del productor catalán, que durante los noventa recorrió la Ruta de Valencia y en más de un pueblo abandonado también pincho.
Cierra el otro residente de la bebida energética y que había sido premiado este año con la Burn Residency 2017, Furkan Kurt. La noche llega a su fin.