Resulta paradójico que para una extensa legión de depravados fans (entre los cuales, me incluyo) ansiosos por saborear el regreso de David Cronenberg, después de más de 20 años (los que distan entre “eXistenZ” y esta “Crímenes del futuro”), a los preceptos de la “Nueva Carne”, nos haya sabido a poco.
El retorno del canadiense a su Universo primigenio y a las maneras de abordar obsesivamente el “Body Horror” (el subgénero en el que se fue curtiendo como cineasta durante las décadas de los 80 y los 90) nos ha devuelto el inolvidable tacto de esa “Nueva Carne” que tanto añorábamos. El sabor metálico de la mutación genética, la perturbadora excitación de los cuerpos en transformación, ese fetichismo enfermizo y mecánico en el que el Individuo se funde con la Máquina, convirtiéndose en algo inédito, en otra cosa, en algo desconocido, tan sucio y envilecido que resulta irremediablemente atractivo.
“Crimes of the Future”, que comparte título sin tener nada más en común con una de las primeras obras de Cronenberg,nos sitúa en un inminente porvenir que funciona a modo de reflejo del presente desolador en el que nos hayamos. Un futuro en el que el ser humano y la tecnología avanzan a diferentes velocidades, el umbral del dolor ha desaparecido (algo que no resulta para nada improbable tras una epidemia de masiva de opiáceos) y las personas pueden experimentar con son su cuerpo de formas que antes no eran posibles. “La cirugía es el nuevo sexo” llegará a afirmar Timlim, el bipolar personaje interpretado por Kristen Stewart en determinado momento del film.
Viggo Mortensen (con el que Cronenberg parece haber establecido un vínculo inseparable tras cuatro trabajos en común) interpreta a Saul Tenser, un artista de la Performance que posee la capacidad de crear extraños órganos que crecen en su interior y que posteriormente son extirpados en público con la ayuda de Caprice (Léa Seydoux) y una modificada máquina creada para realizar autopsias, transformada ahora, en “lecho conyugal” o altar para rituales según convenga, y en la cual la línea entre el dolor y el placer queda difuminada.
En sus fascinantes y casi clandestinos espectáculos controlados por la supervisión de la incipiente Oficina del Registro Nacional de Órganos en la que trabaja como investigadora Timlim (Kristen Stewart), el público asiste ensimismado y en estado de excitación sexual al nuevo y placentero vicio que provoca el corte, la modificación o amputación de la carne.
A sus 79 años, Cronenberg vuelve a mostrar al completo su exhibición de atrocidades y retoma con garra las obsesiones que han inundado su obra desde el comienzo, en una film que no defrauda pero que tampoco noquea. Una película que plantea entre muchos otros temas la incapacidad de aceptación del ser humano ante el cambio que está por venir. El dilema que surge ante la extinción o la mutación, que a fin de cuentas supone lo mismo, la desaparición de la humanidad tal como la conocemos hoy en día.
Desgraciadamente “Crimes of the Future” no es “Crash”, película con la que en 1996 se hizo con el gran premio del Jurado de Cannes.
A “Crimes of the Future” le falta sentido poético, carece de esa turbia y vaporosa sutileza que convirtió la adaptación del texto de J.G. Ballard en una oscura Obra Maestra.
A pesar de tener todo lo necesario para no defraudar a sus aférrimos seguidores y de ese estupendo y ambiguo primer plano de desenlace que deja un final abierto a la interpretación de cada uno, “Crimes of the Future” peca de explicativa.
Es en las explicaciones donde esta película se desarma y lo que podía haber sido una gran despedida, definitiva, colectiva y atemporal a la Nueva Carne, se transforma en un film demasiado pendiente del instante en el que vivimos.
Su denuncia sobre el cambio climático se alza de manera un tanto infantil sobre la espesa amalgama de capas y lecturas que conforman la película y eso, no hace más que emborronar una trabajo complejo y anárquico al que debería ser más complicado buscarle las vueltas.
Aún así, que no cunda el pánico, Cronenberg sigue siendo Cronenberg, y la factura técnica del film es irreprochable y e indiscutiblemente disfrutable, pero pierde fuelle al intentar justificarse por si mismo, y es por ello, que no logra calmar las ansias devoradoras de los que esperábamos esa obra catártica y absoluta que marcara el comienzo de una Nueva Era.