Invitados por la sala granadina Industrial Copera con motivo de su treinta aniversario, Beatburguer nos bajamos al sur a disfrutar de la programación del sábado 14 de myo. La mayoría de los periodistas acreditados éramos, curiosamente, más jóvenes que el propio espacio, la mayoría de los DJs invitados que nos ofrecieron doce horas de música, en cambio, llevan ahí prácticamente desde el comienzo de esta historia. Angel Molina, Octave One, Laurent Garnier, Ylia… La lista fue larga, como la propuesta del club los sábados: dos espacios, y muchísima música de baile; una conversación entre el pasado de la cultura de club y la actualidad. Y esta es seguramente la conclusión principal que extrajimos de nuestra experiencia allí: que incluso en España la escena de baile tiene ya una historia, un recorrido, un proceso de formación y afianzamiento.
Lo que decimos parece obvio, ¿verdad? La conciencia de la cultura de club como algo más que la simple liberación y ocio nocturno, es un hecho consagrado para la gente que se dedica a esto: programadores, promotores, DJs, público asiduo o críticos. Pero es evidente que desde fuera hay una disyunción en esta interpretación, una que el pasado fin de semana en Granada nos interpelaba a la transmisión de esa conciencia: que esta ciudad ama y conoce la sala, que la sala es una parte del fundamento cultural de la ciudad y que de ello surge una relación de retroalimentación que es palpable en el aire. Una relación que es espacial y temporal.
La espacial es evidente: Industrial Copera está en Granada donde, a pesar de su cambio de ubicación, lleva treinta años. La gente que vive o ha vivido en la allí la conoce o ha ido alguna vez (conciertos, sesiones), los taxistas hablan de ella con nostalgia y aprecio, se impresionan como con la treintena de un sobrino… La relación temporal en cambio tiene más que ver con lo primero que hemos dicho: los treinta años demuestran la necesidad del establecimiento de este espacio y su pervivencia (COVID por medio) está fundamentada en el cariño de los agentes musicales; los mejores DJs del panorama han pasado por allí, el espacio no deja de abrirse a nuevos sonidos… Y esa es la cuestión.
Este cumpleaños expone la historicidad que le es propia a la cultura de club y la historicidad es y siempre ha sido uno de los fundamentos que han utilizado las instituciones para otorgar a distintas manifestaciones artísticas y expresivas el estatus de cultura. Treinta años son más que suficientes para que cualquiera que desee tomarse en serio un fenómeno artístico comience a considerarlo como algo no ya consolidado, sino necesario y fundamental, representativo de un momento histórico y de un contexto determinados.
Y en Granada, una ciudad llena de vida universitaria, una ciudad especialmente bonita y accesible, Industrial Copera ha realizado un proceso de modernización, por así llamarlo. Como un agente cultural más, la sala ha funcionado a modo de núcleo musical en torno al cual convergen distintas y nuevas propuestas musicales, que abren la ciudad a nuevos sonidos y medios de expresión, poniéndola en relación con el mundo y reformulando su vida interna. Y esa es la otra noción de tiempo que se palpaba este fin de semana en el club: muchas generaciones distintas bajo un mismo techo y en el jardín. El techno clásico y cortado fino de Garnier no sólo lo disfrutan las cabezas entradas en canas, el excéntrico electro de Ylia no es necesariamente una propuesta desconcertante como lo era cuando empezó. Hay una gran afluencia de público muy joven que disfruta de los DJs clásicos y que reconoce activamente la importancia del espacio y de habituales que trabajan allí, como Álvaro Sánchez y Junior. Gente con hijos ya adultos, gente a punto de tener hijos… O herederos, como nosotros, de quienes un día hace treinta años decidieron abrir un club de techno en una ciudad como Granada.
Y este reconocimiento de las generaciones jóvenes al trabajo y el esfuerzo de nuestros predecesores o de los precursores de esta forma de entender la música es lo que vimos el día 14. Un ambiente que podría calificarse de familiar, la sala y el jardín repletos, sesiones poco extravagantes, que hicieron un homenaje y una ofrenda a los sonidos y la expresión que le dio el estatus que hoy tiene a la sala. El directo de Octave One, sin ir más lejos, tuvo la misma cantidad de entusiasmo (los Burden siguen igual de jóvenes a nivel espiritual) que podría haber tenido el último pelotazo de techno del año pasado, o la capacidad de Angel Molina para mezclar ambient, breaks y sonidos profundos y ocho horas después entregarnos un techno inflexible, no puede resultar más admirable. Eso resulta ejemplar: al final quienes permanecen en el panorama y en la industria son, salvo excepciones, quienes con más cariño lo hacen, quienes ayudaron a levantar este panorama y ahora luchan para que conserve ese amor que le pusieron. Garnier es otro gran ejemplo de ello: la muestra perfecta de lo que es un selector, alguien que ama la música y sin necesidad de darle cien vueltas a las cosas se dedica a transmitir esa pasión.
Por todo esto, el treinta aniversario de Industrial Copera fue más eso, un aniversario que un cumpleaños. Un cumpleaños es, lo creamos o no, una celebración corriente: uno conmemora haber nacido, pero no conmemora en el sentido en el que lo hace cuando celebra un matrimonio, por ejemplo. Hay cosas en nuestra vida, en nuestra historia, que decidimos hacer, por amor o por compromiso y que nos convierten en personas diferentes o que transforman nuestra forma de entender el mundo. Conmemorar abrir una sala, treinta años de presencia e influencia de esa sala en la vida de Granada, no es papel mojado. Es celebrar lo que ha significado su presencia para la gente de allí y lo que a todas luces seguirá significando. Como a un ascendiente que nos ha influenciado durante años y al que vemos, con apego y orgullo, seguir durando en salud y responsabilidad, sólo nos queda decir: feliz aniversario.