Crónica desde Art&Techno en Kappa FuturFestival

El pulso lento del placer electrónico.

En algún momento, sin saber muy bien cuándo, uno empieza a mirar los festivales con otra actitud que no supone menos entusiasmo, pero sí un sentido distinto del tiempo, del cuerpo y de la forma de estar. No es que uno no quiera bailar, ni mucho menos; es que también quiere poder volver con dignidad a casa. Pesa la edad, claro, pero pesa también cierto refinamiento del gusto que evoluciona con los años.

El Kappa FuturFestival, celebrado en Turín del 5 al 7 de julio, ha alcanzado este año su duodécima edición con una mezcla impecable de potencia sonora, visión estética y excelencia logística. Concebido como un evento diurno —de 12 del mediodía a 12 de la noche—, se celebra en el Parco Dora, una antigua fábrica de Fiat reconvertida en parque urbano postindustrial. Allí, bajo estructuras de acero oxidado, techos abiertos y columnas que no sujetan nada, se alza cada verano un ecosistema vibrante de cuerpos, beats y luz natural. Un recinto impresionante, único en Europa, que convierte la arquitectura brutalista en parte del espectáculo.

El festival, cuya próxima edición acaba de ser confirmada para el 3, 4 y 5 de julio de 2026, ha vuelto a superar cifras: 120.000 asistentes de 150 países, seis escenarios, más de 100 artistas y una organización que, pese a algunas dificultades logísticas (como la huelga de controladores que obligó a cancelar el show de The Martinez Brothers), ha funcionado como un reloj. Pero lo realmente impresionante es que, sin dejar de ser un festival de masas, haya conseguido crear algo como Art&Techno: un programa paralelo y perfectamente imbricado que propone otra forma de vivir el techno, más selecta, desde la tranquilidad y hacia la belleza.

Seth Troxler

En lo estrictamente musical, el Kappa volvió a exhibir músculo, visión y variedad. Entre los momentos más celebrados, brillaron los directos de Soulwax, con su puesta en escena demoledora y sus tres baterías en modo apisonadora; Caribou, impecable en su diseño sonoro elegante y expansivo; y, sobre todo, Floating Points, que firmó la actuación más sobresaliente del festival: visuales hipnóticas, precisión milimétrica y un viaje sonoro que no se conforma con hacerte bailar, sino que te arrastra hacia una dimensión donde el cuerpo solo puede rendirse. Entre los DJs, destacaron los sets infalibles de Charlotte de WitteDixonPeggy Gou y un Carl Cox que fue tendencia mundial tras tener que interrumpir su sesión por la insólita aparición de un espontáneo que escaló una torre del recinto, obligando a detener el show hasta que fue evacuado con una grúa. Una de las grandes sorpresas de esta edición la dio Ogazón, que encarna la filosofía más visceral del festival: sin inhibiciones, entrega total y un sonido que fluye entre el house y el techno con vieja escuela y pasión moderna. Como novedad, se inauguró el escenario LAB, un espacio dedicado a la experimentación sonora y los proyectos más arriesgados del festival.

La experiencia Art&Techno no se limita a una pulsera distinta o a una zona VIP con moqueta. El programa ofrece una manera de entrar en el Kappa desde otro lugar: más cultural, más sensorial y más íntimo. Por algo, la experiencia VIP empieza antes del festival: con un cóctel de bienvenida en una antigua fábrica reconvertida en galería, donde se mostraba una exposición de Annibale Siconolfi y, luego, una sesión especial a cargo de Carl Craig y DJ Tennis. Quedaba entonces detonada la sensación de que el arte y la electrónica pueden no solo convivir, sino reforzarse mutuamente.

Durante cuatro días, Art&Techno ofrece una serie de experiencias cuidadas hasta el detalle: visitas a estudios de artistas locales y a colecciones privadas de arte contemporáneo, un paseo por la casa de Carlo Mollino, un taller olfativo con la casa de perfumes Xerjoff, una inmersión en la chocolatería Peyrano o un almuerzo bajo la luz amable de las colinas piamontesas. Todo ello acompañado de transporte personalizado, trato impecable y, lo más importante: tiempo para no correr. Tiempo para no dejarse arrastrar por la ansiedad del FOMO ni por el barro de lo épico.

Y luego sí: el techno y el house, pero desde otro cuerpo. Desde un cuerpo que ha comido bien, que ha visto algo hermoso esa mañana, que ha dormido más o menos y que sabe que, al terminar cada una de las tres jornadas del festival, hay un coche esperándole para llevarlo al hotel sin tener que esquivar colas, taxis ni empujones.

El precio —unos 4.000 euros por persona— convierte la experiencia en algo exclusivo, pero no necesariamente excluyente: hay versiones más asequibles e igualmente resplandecientes, como la VIP o la Gold. Lo que importa aquí es el concepto: que un festival electrónico se atreva a ofrecer una lectura estética, pausada y placentera del techno. Que entienda que madurar no significa desengancharse de la pista, sino buscar nuevas formas de acercarse a ella. Art&Techno no es una zona. Es un relato. Una idea de cómo bailar, mirar y habitar la ciudad al mismo tiempo.