Este martes 22 el trío británico afincado en Berlín, Kerala Dust, pasó por Madrid para empezar a desgranar con su nueva gira el que será su próximo álbum, que saldrá en otoño. Comandados por Edmund Kenny y con una puntualidad exquisita, los integrantes del grupo comenzaron un recorrido -todavía- algo nostálgico, pero enormemente hedónico por su discografía reciente y su debut de 2020, “Light, West”. El show de Kerala Dust es un continuo sonoro que recoge lo mejor del frenesí de una sesión, pero incorporando riffs de guitarras sencillos, pegadizos y sensuales, que van sosteniendo una melodiosa coherencia sustentada en el beat. Y de hecho ese beat, que no lleva otro que Kenny, es hasta tal punto heredero del house y la música de baile, que pudimos ver cómo el líder lo mezclaba y alteraba con un plato; como si de una sesión se tratase.
Y es ese balanceo entre dos aguas lo que caracteriza la música de Kerala Dust, ambigüedad que se ve todavía más potenciada en directo. Resulta complicado reducir su set a una sucesión de canciones, puesto que en la mayoría se produjeron continuidades, invasiones y contaminaciones sonoras que el público, bastante numeroso, recibió con gran regocijo. Harvey Grant (teclados) y Lawrence Howarth (guitarra) son conscientes de esto. No se trata exclusivamente de la continuidad generada por el ritmo, sino de cómo interactúan los elementos entre ellos: los teclados juegan con los graves y las cajas, los graves del ritmo y de los sintetizadores en ocasiones parecen convertirse en los de un bajo, como si se tratara de The Doors… Y es precisamente ese espíritu soul, propio de la música de masas, pero con un carácter dionisíaco, liberador, el que permea el estilo de Kerala Dust. Haciendo así un directo repleto de goce y de juego, pero con muy poco tiempo para extravagancias: siempre dentro de una pauta propia de un grupo que sabe combinarse de manera muy sofisticada.
Ese espíritu soul, paradójicamente terrenal, está también manifiesto en la guitarra de Howarth. Las pocas y limpias notas que salían de su instrumento, que podría estar hecho con un MIDI sin demasiada dificultad, eran al final las que traducían la experiencia del concierto de Kerala Dust a un idioma y un código más populares. Mientras Kenny a su lado parecía dispuesto a soltar un drop digno de un tráiler de Tomorrowland, con los hombros desencajados y el gesto extático, el guitarrista, sin desentonar, devolvía una y otra vez al grave sonido a un espacio más controlado; ni siquiera nostálgico, simplemente humanizado. Cuando entrevistamos al vocalista hace unas semanas, nos hablaba del miedo a que su nuevo sonido alejase a Kerala Dust de las pistas de baile para convertirles en carne de salas. Por el momento, el dificultoso equilibrio de su sonido, sigue intacto y el público del Independance dio buena cuenta de ello. ¿Se mantendrá esta moderada nivelación?