Hace una semana se pasó por Madrid nada menos que Robert Henke, cocreador del Ableton Live y del -ya- mítico grupo Monolake. El productor alemán es uno de esos artistas capaces de dar forma y materializar algunas de las ideas que están dispersas y todavía informes en el ambiente musical. El conocimiento y la imaginación que es capaz de aplicar al hardware que utiliza, que generalmente no es de lo más innovador, resultan sorprendentes y nos demuestran que todavía hay otras formas de originalidad posible. En esta ocasión, Henke vino a traer un show que realiza desde hace algo más de diez años, “Dust”, en el que a través de la síntesis granular, la edición y la superposición de capas de field recordings en directo, crea una experiencia de lo más especial.
“Dust” es una actuación que se desarrolla prácticamente a oscuras y que para su edición en Madrid, se llevó a cabo de la mano de Los Veranos de la Villa en el claustro del pozo del Instituto San Isidro. Armado solamente con su ordenador y un par de pequeñas cajas, el único miembro actual de Monolake pasó noventa minutos (la duración estimada eran sesenta) fundiendo al público con el tórrido aire madrileño. Las capas, de entrada lenta, solemne, cargada, generaron paulatinamente un ambiente natural, repleto de texturas y colores sonoros, en el que las percusiones, cuando parecía que las había, sonaban extraordinariamente armónicas. El flujo sonoro, en unas ocasiones repleto de tensión hasta alcanzar momentos de sublimidad y catarsis y en otras lenitivo y sereno, se desarrollaba con una velocidad propia.
Pudiendo llegar a ser cargante, la realidad es que la experiencia propuesta por Henke está lejos de ser aburrida o mental. Su vasta y en ocasiones rotunda acumulación de estímulos, timbres y vibraciones resulta abrumadora para el cuerpo en sí mismo, que se ve atravesado por completo de dicha saturación; rendido tras el tiempo acumulado y la duración del concierto. Así, como una experiencia catártica y en ciertos sentidos psicodélica, “Dust” es un show que extiende y comprime el tiempo simultáneamente. Al eliminar los referentes (sin luces, sin demasiado hardware, repartiendo los altavoces por el espacio) produce una suerte de desorientación, que pone al organismo y sus receptores alerta; mientras los va espoleando progresiva y variablemente.
En la entrevista que pudimos hacerle antes del concierto (que publicaremos próximamente) Henke nos habló sobre esa suerte de sublimidad. El martes tuvimos la ocasión de experimentar ese sentirse a merced de un espacio enorme y desprovisto de límites, de estar en mitad de una tormenta o en el continuo propio de una sesión en el club. Esa experiencia, más estática, pero también más llena de incertidumbre que la del club, transmite la preocupación que el productor alemán tiene por el espacio. Durante la hora y media que duró “Dust”, las diferencias entre el disfrute y el sofoco quedaron parcialmente anuladas, al tiempo que el lugar se diluía con un marco estelar (pues el patio da al cielo abierto) y el tiempo se desplegaba por la petición de no hacer fotos ni vídeos; lo que impedía mirar la hora, ver qué estaba pasando realmente arriba en el escenario…
Henke también nos aseguró que le gusta especialmente escuchar música con los ojos cerrados, eliminar el resto de estímulos; beneficiar la concentración. Y este show en concreto fue una materialización de ese ejercicio de concentración. A veces tortuoso y sinuoso, otras enormemente sencillo e ingrávido, como si el sonido hubiese sido transformado en gravilla; el set no entendía otro lenguaje que el de su propio desenvolvimiento. Así, el movimiento final estuvo compuesto por unas notas de piano algo desorganizadas y desafinadas, como si se desentonase todo lo anterior, que había estado formado por una perspectiva de armonía general; panteista. Nuestros cuerpos no siempre pueden escuchar, pero cuando lo hacen, como bien sabía John Cage, la sinfonía está ahí.