Cuando lo digo, muchos no me creen, pero puedo prometer, jurar y perjurar que cuando me levanté el jueves y salí de casa hacia el CCCB tenía las pulsaciones más altas de lo normal. Es algo que no logra causarme ningún otro festival o evento musical a lo largo del año. Es algo que sólo Sónar consigue. Que la edición de este año fuera reducida a 1.000 asistentes, tres escenarios y un horario exclusivamente diurno no era un problema. Sónar siempre es Sónar. Y en su doble festival (AI and Music S+T+ARTS Festival más SónarCCCB) ha vuelto a coronarse.
AI and Music S+T+ARTS Festival
Todo empezó una noche de miércoles en L’Auditori, con la solemnidad que requería la ubicación, pero también con la inquietud y expectativa de ver qué sonaría sobre el escenario. Las genialidades de las que es capaz el pianista Marco Mezquida son de sobras conocidas, pero la novedad se situaba a su lado, sobre un atril. Allí estaba ella, la gran protagonista de la noche: la máquina.
Científicos de la UPC habían fabricado y desarrollado una inteligencia artificial (AI) que iba a reaccionar en tiempo real y, por lo tanto, interactuar con el artista humano, generando sonidos que se encadenarían en consonancia con aquellos generados por las cuerdas del piano, ya fuera por la acción del teclado o, directamente, por los pellizcos de Marco Mezquida sobre ellas. A las armonías del piano, la AI agregaba frecuencias rugosas, voces celestiales, percusiones ligeras, líneas de grave tímidas e incluso algunos beats en el tramo final.
Juntos, ambos cerebros mantuvieron en silencio sepulcral durante una hora a la Sala Oriol Martorell, quién sabe si siendo testigos de lo que nos depara el futuro.
De eso trataba precisamente esta primera cita de la semana de Sónar: el festival de nueva creación AI and Music S+T+ARTS, que, además de Sónar, contaba también con la organización de la UPC (Universitat Politècnica de Catalunya) y betevé (la televisión local de la ciudad de Barcelona).
Lo de L’Auditori fue un aperitivo. A partir del jueves, ya en el CCCB, la fusión de talento humano e inteligencia artificial se extendería por los tres escenarios, el auditorio y las distintas zonas expositivas, ya fuera en formato charla, conferencia, taller, concierto o demostración. Tratar de ranquear las mejores propuestas sería injusto para muchas de ellas, pero también lo sería para Holly Herndon no abrir este repaso comentando su ‘Holly+’. Tras una residencia de cinco días en Hangar con su fiel colaborador Mat Dryhurst y tres de las voces más innovadoras del panorama musical catalán -las de Maria Arnal y las Tarta Relena-, todos ellos se subieron al escenario del escenario Teatre (en el piso superior del CCCB) para demostrar, incluso con explicaciones entre cada interpretación, como la AI de Holly manipulaba las voces de las vocalistas e incluso las sustituía. Gracias a Holly+, pudimos ver cantar a Maria Arnal mientras escuchábamos cantar a Holly Herndon.
Vimos a la propia Holly cantando en catalán. Y vimos a Dryhurst hablar con el timbre de Holly… y forzando el acento americano para que no sonara tan poco familiar. Todo, entre las risas y el asombro de un público que abarrotó el escenario de tal forma que la organización tuvo que conectar el streaming en una pantalla gigante fuera de él. Muchos se habían quedado fuera.
Dudo que la decisión fuera del todo difícil. La pantalla gigante obligaba a detener antes de tiempo la ‘AI Rave’ que Dadabots y Hexorcismos habían preparado con los seis años de programación musical de dublab como base. Un ordenador con inteligencia artificial estuvo durante toda la jornada creando música completamente nueva en el Pati de les Dones, algo que no terminó de convencer a un público que, por mucho que muestre interés en los ordenadores, parece que, al menos de momento, necesita del componente humano sobre la tarima. Si os alegráis, sois de los míos.
Pero volvamos al Teatre Stage. Allí, la respetadísima Nabihah Iqbal unió fuerzas con la siempre misteriosa Libby Heaney para hechizar al público con una propuesta de ambient/drone ultrahipnótico, aunque, para unión de fuerzas, la del estudio Hamill Industries con la bailarina Kiani del Valle para que lumínica, puesta en escena, danza experimental y música compleja -producida por Sam Shepherd aka Floating Points, por cierto- fueran una sola cosa durante 40 minutos.
Cuando el Teatre descansaba, el Hall sonaba y viceversa. Y fue precisamente en el Hall donde pudimos ver lo mejor de este AI and Music. La ‘voladura de cabeza’ ya empezó a asomarse con el b2b de la catalana AWWZ y la AI diseñada nuevamente por otro equipo de científicos de la UPC. Esta AI analizaba la reacción del público a cada canción para ir definiendo los géneros y las propuestas para los próximos temas de la sesión. AWWZ, siempre con la última palabra en su poder, seleccionaba entre las propuestas que le daba la AI para ir tejiendo la historia. El resultado fueron 40 minutos en los que sonaron casi 40 temas. AWWZ demostró una sobriedad y una técnica exquisitas a la hora de mezclar propuestas reggaetón, trap y dance reconvertidas en bass music acelerada -desde Rosalía hasta Destination Calabria, pasando por C. Tangana-. No paramos de brincar.
Con Rob Clouth, en cambio, tuvimos los pies algo más parados y nos limitamos a agitar las cabezas. El artista británico afincado en Barcelona llegaba al AI and Music con Zero Point bajo el brazo. 38 minutos de IDM con Rob colocado a un lado del escenario enfrentado a una pantalla en la que viajábamos desde los niveles subatómicos hasta los espaciales, todo fruto de un sistema generativo 3D creado por el propio artista. Cualquiera que no conociese a este joven creador y estuviese en su concierto tiene ya, seguro, un nuevo nombre en su radar.
Quienes no necesitan presentaciones son los Mouse On Mars. Tras un cuarto de siglo experimentando con la música, han llegado también a la inteligencia artificial trabajando con los arquitectos Birds On Mars para crear un software a medida que es manipulado como un instrumento. Así, cuestionan conceptos como la autoría, dejando que la IA intervenga en el proceso creativo. El resultado fue una hora de música muy percutiva al inicio (me recordó por momentos a Nihiloxica) y que acabó desembocando en frecuencias ácidas ultraaceleradas al más puro estilo techno. Un concierto de cierre a este AI and Music S+T+ARTS Festival a la altura de las circunstancias. En el fondo, todos lo sabíamos: Mouse On Mars no iban a fallar. Nunca lo hacen.
SónarCCCB: varias de cal y varias de arena en su primer día
El CCCB había cambiado su look y se respiraba un ambiente distinto. El logotipo de SónarCCCB se dispersaba por todos los espacios del recinto. Y, en cuanto entramos en él, lo primero que vimos fue a un DJ mezclando vinilos en el SonarVillage. Sí, ese Village de cortinas rojas que tanto amamos y que, aunque en este caso fuese de dimensiones más coquetas, seguía erizándonos el bello. Curado por la plataforma dublab, ese escenario exterior, situado en el Pati de les Dones, acogería DJ sets de artistas locales consolidados como Gonzo, La Niña Jacarandá o D.N.S.
Pese a eso, me fui rápido al SonarHall, el escenario del piso inferior. Con apenas 19 años, Bikôkô tenía mucho que decirnos. Su propuesta neosoul bebe de influencias afrocubanas, house de corte jazzy e incluso electrónica abstracta. Pero más allá de todo eso, bebe de una voz con una belleza, dulzura y potencia difíciles de hallar en estos rincones del espectro musical. Le acompañaban dos percusionistas y un guitarrista, mientras ella se lucía al teclado. Ojalá la vasca Verde Prato, que le tomó el relevo a la catalana en ese escenario, esté pronto acompañada de una banda similar para ejecutar, aún mejor, su discurso neo-folk. La suya es también una voz a tener muy en cuenta.
No se puede decir lo mismo de Rakky Ripper, segunda en subirse al SonarComplex (el rebautizado escenario del piso superior del CCCB). Veníamos de ver a Palica, pareja formada por Arjona y ETM que, acompañados por el trabajo visual del sudafricano Aryan Kaganof, nos hicieron sudar a ¿180? bpm tirando de influencias neo-trance y aires de rave noventera aka bakala aka eurodance. Una bendita locura.
Como decía, quizás por eso no terminamos de entrar en lo que nos proponía Rakky Ripper. Y no es porque no tuviésemos ganas de reventarnos los tímpanos a base de hyperpop, pero lo cierto es que las intervenciones de voz de la granadina nos sonaron algo estridentes -algo que, por otro lado, es común en el género- y en ningún caso afinadas. Eso sí: casaban perfectamente con la actitud emo-punk del “aquí estoy y hago lo mío y todo lo demás me da igual”. Tal vez fuera intencionado.
Las expectativas iban en aumento a medida que avanzaba la tarde. El SonarHall acogía los conciertos de Space Afrika y Tirzah. Ninguno enamoró. Josh Reidy y Joshua Inyang tuvieron momentos estelares, pero el dúo de Manchester no logró introducirnos en una narrativa que tuviese un orden lógico. Muchas idas y venidas, roturas de cadera y demás vaivenes les costaron la conexión con una parte del público. Es justo decir, sin embargo, que esos momentos estelares fueron muy, muy estelares, con frecuencias graves burbujeantes y hi-hats que nos perforaron. Nos íbamos acercando al final del día y apareció Tirzah en escena. Su voz profunda y cálida y sus producciones lo-fi generaron atmósferas de soul intimista probablemente más adaptables al formato concierto que al formato festival. Se bajaron las revoluciones. Algunos ojos se cerraron para dejarse llevar. Otros, optaron por cambiar de escenario.
De donde no se iba nadie era del SonarComplex. Llegaba el turno de una de las artistas más aclamadas del cartel. La japonesa Object Blue llegaba a SónarCCCB con su último EP junto a TVSI como carta de presentación, pero rompió esquemas desde el inicio apostando por un live inédito hasta la fecha. Según nos contó, todo lo que pudimos escuchar fue material nuevo que la productora techno-grime afincada en Berlín había preparado para navegar de la mano de las imágenes preparas por Natalia Podgorska. Una vez más, Object Blue destrozó los límites de la electrónica e hizo agradable lo violento.
Y llegó la hora del rey. Por eso no cabía un alma en el Complex. Un viejo amigo del festival como Leon Vynehall colocaba sus máquinas y se arrodillaba literalmente ante ellas. Sí, Vynehall actuó arrodillado durante una hora. De ese modo interpretó en directo su aclamadísimo Rare Forever, navegando como nadie es capaz entre el techno, el dubstep, los breaks, el jazz, el hip-hop, el ambient e incluso el garage. Si escuchar el disco, candidato a uno de los grandes álbumes del año, ya es de por sí un viaje astral, imaginen la que armó en SónarCCCB ante casi 400 personas y rodeado de nueve estrobos que nos pusieron a todos del revés. No hubo tutía. Aquello era una rave. Aquello parecía el Sónar by Night; la Fira Gran Via a las 7 de la mañana. Y cuánto lo necesitábamos.
Muchos creyeron que, tras aquello, el cierre con Cora Novoa & The Artifacts en el SonarHall iba a terminar de destrozarnos las suelas. Error. Como buena artista ecléctica que es, Cora siempre requiere de información previa para saber a lo que una o uno se expone. En esta ocasión, la gallega unía fuerzas con The Artifacts tras una residencia artística en el Taller de Músics para presentar un proyecto en el que experimentan y reinterpretan géneros urbanos como el trap, el reggaetón y el flamenco. Junto al trabajo visual de Tirador, presentaron el nacimiento de una idea poderosa y enérgica. Fue la última ovación de la jornada. Y la primera gran ovación para un Sónar que, ya en su primer día, lo había vuelto a hacer. Nos había enamorado. Otra vez.
Sábado de SónarCCCB: lo mejor aún estaba por llegar
No recuerdo muchas jornadas completas de Sónar tan enriquecedoras e inspiradoras como la de este sábado de SónarCCCB. Arrancamos nuestro recorrido en el Hall, bailando techno a bajas revoluciones con el cada vez más reclamado dúo local Iro Aka. No era ni la hora de comer, por cierto. Todo un lujo.
Se respiraba ambiente justo al lado, en el acceso al Auditori CCCB. No era alguien cualquiera el que estaba a punto de comparecer ahí. Monsieur Laurent Garnier iba a hablar durante hora y media con JA Bayona sobre su documental ‘Laurent Garnier: Off The Record’, que se preestrenaría al día siguiente en colaboración con el festival In-Edit. Hablaremos de esto después.
Pau Roca, un clásico de la Ciudad Condal, tiraba de su vasta colección de vinilos house para hacer bailar a los más madrugadores en el Village, mientras se acercaba la hora de abrir de nuevo las puertas del Complex, un escenario que, por tercer día consecutivo, no iba a defraudarnos ni una sola vez. Su recorrido musical arrancó en clave ambient y en tono experimental con la pareja de amigos Materia. Presentaron, a base de guitarras minimalistas y teclados densos, el álbum que parieron a distancia durante el confinamiento, Temor Cíclico. Su preciosismo sutil arrancó los primeros aplausos del público.
Las 18:15h era la hora que todos teníamos marcada en rojo. Posiblemente, estemos hablando del talento emergente con mayor proyección ahora mismo en la vanguardia nacional. Ella es Marina Herlop, que con su flamante fichaje por el sello de culto PAN ya apunta al estrellato. Una vez más, fusionó jazz, música clásica, ópera y electrónica avanzada sobre el escenario, con un discurso teatralizado que llamó a las puertas del público internacional más exquisito. Los rostros de extrema atención entre personalidades destacadas que se camuflaban entre el público lo decían todo. Posiblemente, en pocos años hablaremos de ella como una de las más grandes.
“Wait, ¿qué es eso que suena en el Village? ¡Se está liando!” Nos íbamos directos al Hall pero, por inmensa fortuna, para ello nos obligaban a pasar por el Village. En cabina estaba Baba Sy, del colectivo Jokkoo -cercano a entornos de la vanguardia dance africana como el festival Nyege Nyege-. Bendito él, armó un fiestón de 120 minutos que quedará marcado en las memorias de muchos. Gqom, singeli, durban house, dancehall y mucha, mucha contundencia. Fue, como suele decirse vulgarmente, una rebozada.
Venga, va, hagamos el esfuerzo y bajemos al Hall. No podíamos perdernos al veteranísimo trío Parrenin/Weinrich/Rollet, especialmente después de aquella colaboración prepandémica entre la dama del que Sónar llama “freak-folk” francés y el maestro sampleador alemán. Sin prisas, sin estridencias, con una clase, una precisión y una elegancia de auténticos maestros, estos tres personajes encantadores nos llevaron desde la mayor contemplación hasta los kicks más poderosos. No nos lo esperábamos; salimos todos con una sonrisa de oreja a oreja. Ovación. Una más.
No menos interesante fue la propuesta previa de Die Wilde Jagd, alias del berlinés Sebastian Lee Philipp. Tras su residencia en Sónar+D x Factory Berlín, aterrizaba en el festival con su último trabajo ya finalizado. En Haut, deconstruye las barreras entre la instrumentación analógica y la electrónica, siempre con un carácter pop bien acompañado por Lih Qun Wong al violoncelo y voces y Ran Levari a la percusión.
Quien no convenció tanto fue BFlecha. Y eso que Ex Novo, su último trabajo publicado este mismo año, sí lo hace, combinando r&b futurista con electrónica atmosférica. Se echó en falta algo de energía en su actuación. Algo parecido a lo que pasó con el cierre en ese escenario a cargo del gran DJ Nigga Fox. Fans de sus DJ sets se agolpaban ante él para dejarse los gemelos saltando, pero el portugués presentó un directo en el que deconstruyó más que construyó, en el que interrumpió discursos y rompió esquemas más que encadenó historias. Fue un cierre dudoso, algo extraño, que dejó a la pista algo fría.
Pero, ya sabéis: siempre nos queda el Complex. Recordamos: veníamos del ambient preciosista e intimista de Materia y de la consolidación de Marina Herlop y su neoclasicismo contemporáneo y experimental como gran estandarte local. Era tiempo de soñar despierto. Iluminación rosada, viaje temporal a los 80 y regocijo synth-pop a cargo de Il Quadro di Troisi, proyecto alternativo de dos pesos pesados de la vanguardia italiana como Donato Dozzy y Eva Geist. Un concierto que demuestra que, con cajas de ritmos y sintetizadores analógicos, se tiene todo lo necesario para volar bien alto. Una maravilla.
Y sí, como en las grandes producciones: lo mejor, para el final. K O R E L E S S. Así, en mayúsculas y bien espaciado para que no queden dudas. Rey absoluto del festival, el productor galés llenó el Complex de humo y misterio, nos cegó con estrobos de posición indetectable y un juego de luces criminal y perforó nuestros sentidos, nuestro cerebro y nuestro esternón con sus atisbos trance pellizcados y sus disparos sonoros incisivos. Agor, su aclamado álbum debut, hizo temblar las paredes de la sala durante 50 minutos que hicieron del CCCB la coordenada más avanzada en materia de música electrónica en todo el mundo.
Una última vez: ovación. Ovación para Koreless y, cómo no, ovación para Sónar. El festival de nuestras vidas volvía a mandarnos a casa extasiados. Nunca se cansará de hacerlo.
Un último encuentro con Laurent Garnier
Antes hemos dejado a medias la historia del documental ‘Laurent Garnier: Off The Record’. También estuvimos allí. Domingo. Nueve y cuarto de la noche. Aun así, víspera de festivo. Multicines Aribau, lugar en el que se celebra cada año el festival de cine musical In-Edit. Suena música house en el salón y los más desmelenados bailan. Algunos venimos de descansar tras tres días de Sónar en el CCCB. Otros, vienen de resaca tras una o quién sabe si dos noches de OFFSónar (la del sábado con el propio Garnier, por cierto). Otros, o quizás los mismos, están ahí de previa antes de irse de fiesta al Moog (le preguntan al DJ francés si se anima a ir a pinchar allí).
En definitiva, mentes inquietas de toda índole se reunían para, con Laurent Garnier presente en la sala, visionar por primera vez en el mundo ‘Laurent Garnier: Off The Record’. El documental de Gabin Rivoire engancha durante 90 minutos por su buena narrativa y su agilidad, pero sobre todo porque no se centra en la figura del DJ galo. De hecho, él mismo explicó después que siempre quiso evitar eso.
‘Off The Record’ muestra cómo él fue descubriendo la música que le apasionaba en sus inicios y cómo supo combinar -no sin esfuerzos- los dos mundos entre los que vivía: ese onírico y casi extraterrenal que es la noche y los clubs y ese otro bajo el sol en el que uno debe encajar según los roles impuestos por la sociedad. “Siempre tuve la suerte de sentirme en ambos como en casa,” afirma en un punto de la película.
Su fuerte conexión con las escenas de Chicago y Detroit, su constante crecimiento en Francia y en Europa, sus recientes descubrimientos -como la escena de Tbilisi-, su impactantemente ordenada colección de discos… Viendo ‘Off The Record’, nos sumergimos en la vida más íntima de uno de los más grandes. Y con eso, pusimos el punto y final a una semana de Sónar que, para estar el mundo como está, no estuvo nada mal.
Querido Sónar, gracias por tanto.