
El techno, ese pulso sagrado nacido en las entrañas industriales de Detroit, ese mantra electrónico que nos conecta con lo más profundo de nuestra existencia, no merece ser mancillado.
El techno es un género que debería ser un refugio para los que buscan trascendencia en el ritmo, no un vertedero para experimentos fallidos o egos inflados. Sin embargo, incluso en este templo de beats implacables, hay discos que apestan a mediocridad, que traicionan su esencia y que, francamente, merecen ser olvidados. Aquí van cuatro.
Scooter – The Stadium Techno Experience (2003)

Empecemos por el elefante en la cacharrería: Scooter. Sí, ese grupo alemán que decidió que el techno podía ser un circo de payasos con sintetizadores baratos y grititos de animador sodomita de gimnasio. “The Stadium Techno Experience” es una aberración que convierte el género en una caricatura para adolescentes con exceso de Monster. Canciones como “Maria (I Like It Loud)” o “Weekend!” no son techno; son himnos de discoteca de pueblo que intentan disfrazarse de algo profundo con un bombo a 140 BPM. H.P. Baxxter berrea como si estuviera vendiendo pescado en un mercado, mientras los sintes chillones apuñalan cualquier rastro de dignidad. Esto no es techno, es una parodia que debería haber sido enterrada en un basurero de Hamburgo. Detroit llora cada vez que alguien pincha esta basura por error.
David Guetta – Nothing But the Beat (2011)

Hablar de David Guetta en una lista de techno es como invitar a un vendedor de pollofres a un funeral: no pertenece aquí, pero insiste en aparecer. “Nothing But the Beat” es el epítome de la comercialización del sonido electrónico, un disco que toma el bombo cuatro por cuatro y lo ahoga en colaboraciones pop empalagosas con Sia, Nicki Minaj y Usher. “Titanium” podría pasar como un guilty pleasure en una noche de borrachera, pero ¿techno? Por favor. Esto es EDM de supermercado, diseñado para sonar en centros comerciales y gimnasios low-cost, no en un club oscuro donde el sudor y el alma se funden. Guetta cogió la esencia del techno, la metió en una licuadora con azúcar y la sirvió como si fuera un cóctel de playa de esos que se venden en la playa de la Barceloneta de Barcelona. Imperdonable.
Benny Benassi – Hypnotica (2003)

Benny Benassi tuvo su momento con “Satisfaction”, un track que, admitámoslo, tiene su encanto gracias a ese riff machacón y su video para pajilleros. Pero el álbum completo, Hypnotica, es un desastre que diluye cualquier mérito en un mar de mediocridad. El resto del disco intenta replicar la fórmula del single con resultados que oscilan entre lo aburrido y lo irritante. Temas como “Love This Way” o “No Matter What You Do” son ejercicios de electro-house camuflados de techno, con vocales cursis y una producción tan plana que parece hecha reposando la polla y los huevos en un Casio de segunda mano. Benassi quiso surfear la ola del techno sexy, pero se ahogó en su propia superficialidad. Este disco es un recordatorio de que un hit no salva una obra mediocre.
Tiësto – Just Be (2004)

Tiësto, el rey del trance que decidió coquetear con el techno antes de rendirse del todo a la EDM, nos dejó “Just Be” como un monumento a la confusión estilística. Aquí hay intentos de beats más oscuros y texturas techno en temas como “Forever Today”, pero todo se desmorona bajo capas de melodías empalagosas. Es como si Tiësto hubiera querido rendir homenaje al techno de Berlín, pero se hubiera quedado atrapado en una rave de Ibiza con demasiadas luces de neón. El resultado es un híbrido que no satisface ni a los puristas del techno ni a los fanáticos del trance, un Frankenstein sonoro que vaga sin rumbo. Una pena, porque el talento estaba ahí, pero la visión se perdió en el camino.
Compilar esta lista ha sido un ejercicio de masoquismo. El techno no es solo música; es un estado mental, una rebelión contra lo banal, una conexión con lo visceral. Estos discos, cada uno a su manera, traicionan esa promesa. Scooter lo convierte en un chiste, Guetta en un producto masivo, Benassi en un espejismo superficial y Tiësto en un experimento fallido. No son solo malos discos; son afrentas a un género que debería ser intocable.