DGTL Madrid, ¡y qué le vamos a hacer si los holandeses saben lo que hacen!

Nos dejamos caer por el estreno de un nuevo y prometedor festival en Madrid: el esperadísimo DGTL. Una propuesta más en esta nueva etapa de nuestra ciudad en la que abundan los eventos musicales masivos y en la que, oye, afortunadamente la calidad va subiendo prometedoramente como la espuma. Y lo que vimos fue esto.

 

Las cosas como son: el DGTL revolucionó el miércoles pasado el Madrid electrónico, festivalero y disfrutón. Solo el Mad Cool había conseguido generar una expectativa similar y un empuje tan incuestionable como el que acompañó al debut del festival holandés en la capi. Parte de culpa procede, sin duda, de la buena fama que se ha ido labrando la marca holandesa con cada una de las ediciones de Barcelona. Otra parte, a unos precios asequibles para todos los bolsillos. Y por otro lado, se nota que el gusanillo festivalero ya se ha ido instalando con comodidad, y para no moverse, en buena parte de los madrileños. Halaaa… Ya nos hemos acostumbrado a lo bueno. Siendo honestos, en realidad nos hemos acostumbrado a lo que es normal en una gran ciudad y capital europea, pero que tristemente nos estaba siendo vetado… ¡Disfrutar sin necesidad de viajar a otros lares de propuestas festivaleras decentes! Yujuuuu.

Pero no nos flipemos todavía. Se nos nota a la legua que en muchas cosas todavía somos principiantes en esto del festivaleo en nuestra propia ciudad. Porque, ¡ojo!, un festival no es una fiesta cualquiera, aunque solo se desarrolle en un día como el caso que nos ocupa. Aunque algunos cosas nos sacaron los colores, afortunadamente no fue la tónica general del público, que casi siempre estuvo a la altura del evento e hizo fácil el pasárselo bien. Muy pero que muy bien.

Si viajaramos en el tiempo y mirásemos al pasado, hacia este debut del DGTL en Madrid, probablemente recordaríamos que fue una edición correcta, con escasos errores de organización y producción pese a ser una primera vez (así, sí). Un evento sin pretensiones que trajo sangre nueva y refrescó el panorama musical de la ciudad con su buen hacer general. El sonido fue adecuado, quizás muchos agudos desde según qué localización desde el escenario principal, pero nada que desentonase de más. Por eso el sobresaliente casi general y bien merecido es para la organización y producción del evento. Se notaba que todos sabían lo que hacían. Se notaba la profesionalidad.

Otro punto positivo fue la llamativa implicación de buena parte del público en el entramado musical del festival. Hablaras con quien hablaras estaba preocupado por la música y por catar buenos DJs, algo no tan frecuente en eventos masivos. Hasta el que no sabía nada y solo iba por postureo a echar la noche quería catar calidad musical. Es lo bueno de presentar un cartel con artistas básicos (aunque, ¿eh?, a priori no por ello no elegantes o poco interesantes) y del gusto de muy distintos clanes electrónicos y fiesterillos. ¿Lo malo? Que desgraciadamente, a la gran mayoría de estos artistas les hemos podido catar en formato club por aquí. Y claro, las comparaciones son odiosas. Odiosas nivel que la valoración final de la calidad de los sets de la gran mayoría de ellos es negativa. Abundaron las sesiones comerciales y facilonas. Hay muchas formas de cubrir un espectro amplio de gustos y consideramos que, por desgracia, muchos de los DJs famosos tiraron por una salida mediocre. Se salvan los artistas locales y los lives de Versions y Damian Schwartz. De los internacionales, The Black Madonna lo partió de nuevo (como suele hacer siempre; a ella los festivales se le dan de miedo). Y, sobre todo, destacó el live de Âme y Mathew Jonson. Pero Charlotte de Witte, DJ Koze, Robert Hood —y, tristemente, incluso Len Faki— no estuvieron a la altura de su talento. Ni de cerca. Una lástima.

La sesión de The Black Madonna estuvo plagada de tracks poco conocidos, que ni siquiera le hemos oído repetir en otras sesiones, pasando del Chicago house al Detroit techno, con interesantes dosis de electro. Se notaba que puso mimo especial en esta sesión y, además, su interacción con el público fue constante. Había química. Ayudaba también que su cierre se desarrolló en el escenario Frecuency, a pie de pista y en orientación circular. Todos alrededor de ella. Girando en un viaje musical que tardaremos en olvidar.

Damian Schwartz, por su parte, nos demostró que además de ser uno de los selectores más ilustrados y auténticos de la capital, sabe lo que hace en producción. Su directo fue cautivador, con una ejecución correcta y una narración musical en la línea de la calidad que suele acompañar a su progenitor. Versions —el espectacular directo de techno afilado y metálico que pilotan Psyk y Tadeo— continúa su imparable ascenso hacia el olimpo de los directos nacionales. En todas las ocasiones que hemos podido verles han desarrollado un live coherente y cañero, pero con clase. Y el público respondió acudiendo a primera hora a bailar junto a los madrileños (era el escenario más lleno y en el que más se bailaba antes de medianoche). Un orgullo que un proyecto así salga del corazón techno de la capital.

Pero la gran joya musical del festival fue el estreno del live conjunto de Mathew Jonson y Frank Wiedemann (aka mitad de Âme). Los chicos del apoteósico live. Ellos. Los perros viejos del directo, que se marcaron hora y media de maravillosa música nueva, creada sobre la marcha por el buen hacer de ambos productores, y que se recordará sin duda como uno de los grandes lives del 2018 (y probablemente de los últimos años teniendo en cuenta su espontaneidad). Ni ellos mismos se creían el imponente desenlace del experimento, y cuando terminaron sólo acertaban a abrazarse y reírse todavía exhumando adrenalina, con una inequívoca expresión de sinvergüenzas orgullosos, con cara de «la que hemos líado, primo, así casi sin querer». Sus muchos años de carrera presentando lives se notaban y mucho, tanto en la imponente precisión de su ejecución, como en su fluidez y en esa palpable naturalidad del que sabe lo que hace. Buena base para lanzarse a la improvisación sonora, y a ver qué pasaba. Porque era la primera vez que este ambicioso dúo se veía las caras en un proyecto conjunto, y ni ellos mismos estaban muy seguros de lo que podía salir de esta unión, como de hecho reconocían días antes en sus respectivas redes sociales.

Y ni por asomo se esperaban que conseguirían una precisión y ensamblaje de esas características, atributos propios de un proyecto madurado. Vaya dos bestias rebosantes de talento. Estilísticamente hablando, el resultado fue una suerte de híbrido entre el imaginario musical de ambos, pero desarrollando un sonido distinto, técnicamente impecable, fresco, fluido, verosímil. Con alma. Lo molón era que no era fácil encontrar vestigios del sonido identificable generalmente con sus respectivos dueños. Quizás más palpable fue la esencia melódica de Âme. Porque el bueno de Jonson, por otro lado, nos tiene más acostumbrados a improvisaciones inesperadas y salidas fuera de la línea habitual. Consideramos acertada la elección de mantener un tempo a velocidad más acelerada y ravera, con un flow mucho más festivalero que el que suelen imprimir en sus actuaciones ambos productores en solitario. Kicks a ritmo de corcheas y percusiones ligeras teñidas de bases melódicas, todo muy Innervisions a ratos aunque también aderezado en otros momentos con bonitos bajos profundos y desgarradores marca de la casa de Mathew.

Probablemente la clave de su éxito descansó en la bien distribuida repartición de tareas y papeles de cada artista. Mathew Jonson era la fuerza, siempre pujando, creando estructuras improvisadas, mezclando, dando forma al conjunto sonoro final. Frank Wiedemann hacía lo suyo jugueteando con unos golosos modulares que toqueteaba sin miedo y con los que desarrollaba melodías nuevas y sugestivas. El público estaba entregado a más no poder. Ni los que esperaban atisbar fragmentos de trabajos conocidos de los productores ni los que pensaban que el show sería alguna especie de duelo de lives podían quejarse de lo que les sirvieron los alemanes. Música nueva, electrizante, galáctica. Un proyecto emocionante. Y van sobradísimos. Igual que el DGTL, que de seguro firmará el próximo año una edición aún mejor que esta primera toma de contacto. Ya estamos deseando que llegue.