Como ocurrió cuando nos pusimos We Are Your Friends – la tan cacareada “primera gran película sobre la EDM” con Zac Efron como protagonista – al empezar I’ll Sleep When I’m Dead, el flamante nuevo documental de Steve Aoki que Netflix estrenó en todo el mundo el pasado viernes, teníamos ganas de rajar lo más grande del DJ. Y los primeros planos, muy videocliperos ellos, ya invitan a afilar los cuchillos. Pero pronto el filme muestra un lado que pocos esperábamos, en lugar de limitarse a explicar el ascenso a estrella planetaria de este nerd que sufrió acoso escolar, se centra más en qué hay detrás de esta determinación: su padre.
Rocky Aoki fue un luchador olímpico japonés que llegó en los 60 a Estados Unidos y que pronto montó un imperio multimillonario al crear la cadena de restaurantes nipones Benihana. En ellos incorporaba ese showmanship tan americano pero sin dejar al lado el sentido de disciplina y ética de trabajo tan intrínseca de su país. Por algún motivo, Steve se fijó en los talentos de su padre y vio en él una figura a respetar y seguir, pese a que por lo que se deja entrever en el documental como figura paternal dejaba mucho que desear por pasar bastante de sus hijos. Así, de ese veinteañero vegano e idealista que montaba conciertos underground en el apartamento que tenía al lado de la universidad donde cursaba estudios feministas se convirtió en un tipo que da vueltas por el mundo para pinchar ante miles de personas y tirarles pasteles a la cara.
El otro eje sobre el que gira I’ll Sleep When I’m Dead es el macroconcierto que quería montar en el Madison Square Garden (aunque finalmente se canceló) para celebrar el lanzamiento de sus discos Neon Future. Pero pronto queda claro que eso – como todo en su carrera profesional – lo hace para demostrar que puede mantener el legado de los Aoki y que no manchará su apellido. Los productores, responsables también de ese genial documental que es Jiro Dreams of Sushi, aprovechan bien el curioso hecho de que la muerte de su padre en 2008 coincida más o menos con el inicio del imparable ascenso del DJ.
Aunque se agradece que no sea exactamente el festival de ego que muchos suponíamos y que en algunos momentos hasta parece entrañable el protagonista, lo cierto es que el documental está bastante desaprovechado. Sobre todo teniendo en cuenta que hay detrás una potente aunque no excesivamente original historia y un enfoque hasta cierto punto curioso. Las aportaciones de las estrellas invitadas (Diplo, Pete Tong, Afrojack…) son insustanciales y no cumple el objetivo de explicar, como dicen en el trailer, que toda historia de éxito tiene su precio. El hecho de que dure 80 minutos y tenga un ritmo tan alto tiene sus inconvenientes: todo es demasiado superficial. Se hubiese agradecido que se profundizase más en el aparente descontento de su esposa por el poco tiempo que dedica a su vida privada (repitiendo así los errores de su padre), su obsesión por la salud que se menciona fugazmente (¿os acordáis de ese supuesto rider que se filtró hace unos años?), su trabajo (apenas le vemos tocar la mesa de mezclas y en muchos momentos nos preguntamos a qué coño se dedica realmente) o el odio que genera (las reflexiones no van más allá de decir cosas como: “esto es lo que hay”, “no puedes gustar a todo el mundo”, etcétera…).
Pero, lo dicho, pudiendo haber sido un absoluto desastre, como imaginamos que será XOXO, la película original que estrenará este viernes Netflix sobre unos chavales que quieren ir al festival EDM más grande del mundo, el documental resulta ameno y tremendamente vistoso. Y, aunque fracasa en muchos sentidos, también muestra una cara de Aoki que apenas conocíamos y que viéndola no nos saldrá urticaria.