En el infierno hay amor, y el perreo de la muerte regala vida. Crónica de una fiesta para los anales que se alargó hasta el backstage. Ahí nos colamos.
Un par de ciudades, un par de fechas, sold outs casi inmediatos. Y a pesar de que podría pagar el alquiler por un par de años con eso, Yung Beef no da giras. En realidad tampoco da conciertos. Da comuniones, convoca rituales. Quizá por eso prefiera hacerlo en las ciudades en las que tiene arraigo personal—Bcn, Mad, Granada. Uno entra al lugar donde se ha convocado la fiesta, y enseguida siente que ha entrado al templo improvisado de un culto establecido. En la zona de fumadores, poco antes de que empiece el tinglado, los niños están nerviosos. Aprietan sus cigarros con saña, repasan los outfits ajenos (todos bien curados, el hábito del fiel), asienten para aprobar los himnos-tunes de otros dioses del trap extranjeros que pone el DJ, y un grupito practica una coreo en una esquina. No es que estén callados, pero se siente un silencio de expectación. Son casi todos niños, y parece que la mayoría son menores.
Claro que el discurso del perreo de la muerte no aprobaría los ratings de aptitud para todos los públicos, pero viendo el ambiente aquí, uno entiende que el perreo es for the kids, y eso es buena señal. Para estos niños, el culto que Yung Beef y su gang ha levantado es el lugar donde se sienten identificados. Donde se suspenden las normas que conocen en otros ámbitos, donde se hace lo que seguramente moleste a tus padres, donde se es libre en fin. Las niñas perrean tan fuerte en estas fiestas como las señoras afroamericanas gritan gospel los domingos en la iglesia. No hace falta recordar que para tantos, lo que pasa en estas comuniones y lo que las inspira es aberrante, infernal. Eso también es bueno, en general. Que una expresión creativa, o un género entero de ellas, escandalice horrores, significa que, al menos, estás removiendo algo, y eso ya es mucho. De hecho es una medalla que el team infierno viste con orgullo.
El primero en salir fue Soto Asa. Él mismo explicó esto que veníamos diciendo cuando dijo, “¿cómo estamos? siempre positivos. Aunque estemos en el infierno, porque en el infierno se está agustito, verdad que sí”. Es un tipo misterioso el Soto, considerablemente genial. Oscuro pero amoroso—como su propio look: todo negro, pero adornado por corazones rojos. Sus canciones siempre están cubiertas de un halo como de tragedia árabe, pero no son melancólicas. De hecho últimamente está dándole duro al reggaetón, que cantó bien sonriente y puso contentísimas a las niñas. Interesante fue el guiño que le hizo al movimiento que veníamos a celebrar al cantar Million Euros Leggins, track que probablemente represente el punto de inflexión más importante de lo que le ha pasado a la música en este país de 2013 para acá [con acierto, el primer cometario que tiene ahora en youtube este corte dice: “sin esto jamás hubiera existido mala mujer”]. El Soto cantó casi todo lo que ha sacado en el último año y pico, y estaba tan regalado que hubiera seguido, de no ser, como dijo, que “me voy ya, que sino el seco me mata”.
En uno de los laterales estaba el Jamal con un tenderete de camisetas merch—todas icónicas: la del che-yungbeef, la de la portada de adromicfms4, la carátula de mala y bouge, etc. Qué mejor salesman, que no paraba de agitar los billetes que metía y sacaba en su riñonera MCM mientras posaba constantemente para fotos con fans. Con un buen puñao en la mano nos dijo “contrólame que voy muy mamao”, pero estaba en su salsa.
El dj que calentaba la entremesa hizo la típica bajada que adelanta la entrada triunfal del cantante, y solo con eso el público se vino arriba y empezó a corear el nombre de Fernando. En las filas traseras no estaban los Manel, como había anunciado ricosuave en insta poco antes del show, pero sí símiles suyos: treintaylargueros catalo-hipsters atraídos por la curiosidad, o quién sabe, quizá verdaderos fans—cuando se lo comenté más tarde, pensando yo que se había marcado un chiste muy agudo (apuntando también que los Manel una vez sacaron a la Pawn Gang en este mismo escenario) Fernando me dijo que ni sabía quienes eran los de la foto, que se enteró luego, así que el canon al que había apelado se había cumplido—. Pero la bajada se alargó como diez minutos, incluso dio tiempo de que el público volviera a corear su nombre para animarlo a salir.
Pero primero salió La Zowi, con un killer outfit de bunny de Playboi, y arrancó con Empezar De 0. Por supuesto el Apolo se fundió en adoración a su reina. A la izquierda del escenario había un objeto alto cubierto por una tela negra. Yo estaba muy intrigado por lo que debía ocultar, pero Aleesha lo tenía claro: “es una jaula, no? De estas que usa él.” Tenía razón. La tela cayó y ahí estaba Fernando, enjaulado en lo alto de una torreta, haciendo llover billetes encima de su mujer, que a su vez recogía y tiraba al público. Muchos billetes. Me dijo Zowi que fueron como mil euros, pero que suerte que convenció a Fernando de que fueran rojos y no naranjas, porque si fuera por Fernando hubieran sido tres o cuatro mil. El Jamal se subió también a asegurarse de que no quedara ninguno en el escenario y cayeran todos en manos del público, “porque sino parecería como que no los queríamos dar en verdad”. Ya sabemos que a Fernando lo del dinero no le importa mucho, lo hace por la cultura. Es cultura también que sus twerkers de la noche no fueran dos culonas al uso, sino dos Culonas XL. En el perreo también se ama a las plus size. De hecho la mafia del amor siempre ha reivindicado a ‘las feas’. Quizá por eso veas a niñas de todo tipo y formas just feeling themselves en estas fiestas, nadie como el equipo infierno las hace sentir tan sexys. Me dijo la Zowi que, contrario a normalmente, esta vez fue Fernando quién hizo el casting de las bailarinas, y que efectivamente, había ganado. Dónde has visto un culo así de grande?
El concierto de Yung Beef fue muy bueno. Le puso muchas ganas (aunque difícilmente más que Hakim, quizá el mejor hypeman de la historia), cantó todos los temas de la mixtape, incluída una bellísima performance de Articuno con la Albany, y un momento puramente artístico: para sexo en la playa, el set design consistió en poner a una de las enormes bailarinas encima de un saco de basura con arena en el medio del escenario. En el infierno a veces no es tan fácil irte de vacaciones a la costa, así que te lo tienes que inventar. Fue increíble comprobar que a pesar de haber salido hacía apenas una semana, el público se sabía ya de memoria al menos la mitad de las canciones.
Ya en el backstage después del show hubo otra fiesta, la de la familia extendida responsable de tamaño movimiento, y que en la intimidad demuestra quererse tanto como se ve en el escenario. Así que sí, en el infierno hay amor, y el perreo de la muerte regala vida.