Hubo una noche en la que todas las mujeres bailaron por amor, o el triunfo de Bad Gyal

El concierto que Bad Gyal ofreció el pasado viernes 13 de abril ante una Apolo abarrotada es la prueba definitiva de que estamos ante una artista cada vez más consolidada. Acompañada como es usual por Fake Guido, defendió su nueva mixtape, Worldwide Angel (Canada, 2018), haciendo gala de sus mejores armas: baile y carisma.

Hace tiempo que me aburro en los conciertos. Entras, das una vuelta, saludas a la gente de siempre mientras suenan las canciones de siempre, ¿salimos a fumar?, salimos, y de lo que estaba ocurriendo dentro nunca más se supo. Hace tiempo que me aburro en los conciertos, pero el pasado viernes, en el show que Bad Gyal ofreció a la Sala Apolo (así, como si de un regalo envuelto en autotune se tratara) empecé a pensar que quizás me aburro en los conciertos porque hasta ahora había estado yendo a los conciertos equivocados. Porque el viernes me lo pasé tan bien que ni me acordé de fumar, aunque los pitis corrieran por la sala con la misma libertad con la que todos los ahí presentes bailábamos. Sea como sea, aquí no hemos venido a hablar ni de mi tedio ni de mi adicción a la nicotina (y, si los he nombrado, es más bien porque, por encima de cualquier análisis sesudo, resumiría la noche en “concierto de Bad Gyal = diversión”) sino de una chavala que, en apenas dos años, ha conseguido que el mundo entero se rinda ante sus pies. Y el que aún se sorprenda y tuerza el morro ante noticias como FACT nombrando Jacaranda Mejor Canción de 2017 o los sold out que Alba Farelo va colgando por ahí y por allá que se acerque a su próximo bolo.

Tras un warm-up de RudeTeo no especialmente reseñable, aunque tampoco merecedor de los abucheos que se llevó por parte del público –presumo que, en realidad más cansado de esperar que descontento– las luces se apagan, y un frémito recorre una Apolo llena como nunca (cuenta la leyenda que la cola para entrar, pese al frio y al tiempo, llegaba hasta dos edificios más allá). Un público que no solo demostraba una vez más el alcance de Bad Gyal y su capacidad de unir bajo el mismo techo tanto camisas como chándales, sino su frescura. Yo misma, que tengo 22 años, no era ni por asomo la más joven, y hasta había algún que otro padre y alguna que otra madre que acompañando grupos de chicos y chicas que no llegaban a los 16. Una prueba de que, cuando algunos se llevaron las manos a la cabeza porque los menores no iban a los conciertos, era en realidad porque no iban a los suyos.

Con su característico estilo a lo Bratz primigenia, derrochando carisma a cada movimiento de coleta, se come el escenario y se mete al público en el bolsillo ya en el segundo cero. Y, a partir de ahí, todo fue sudor, quemar suelas y menear el culo.

El caso. Sin demasiada ceremonia entra a los platos Fake Guido, fiel compañero de Bad Gyal desde sus inicios (con esas pintas de chavalín tímido, pero que luego se saca de la cabeza unos temarrales que flipas). Suenan los primeros beats de Tu moto, tema de la última mixtape de la catalana, Worldwide Angel (Canada, 2018), arrancando algún que otro grito de júbilo entre el público. Centenares de móviles se levantan en hileras, y por un segundo parecen las escamas de un pez plateado y gigante. Nadie quiere perderse el instante (ahora tan digital como perdurable), porque ahí está Badgy, entrando al escenario subida a una moto que su conductor hace rugir para deleite de los asistentes. Que quede claro que es el Pussy K Mana. Con su característico estilo a lo Bratz primigenia, derrochando carisma a cada movimiento de coleta, se come el escenario y se mete al público en el bolsillo ya en el segundo cero. Y, a partir de ahí, todo fue sudor, quemar suelas y menear el culo.

Entre Fake Guido soltando temazo tras temazo cual metralleta desde los platos y Badgy y sus bailarinas (diosas absolutas) derrochando energía sobre el escenario (junto a otro señor que no alcancé a adivinar quién era, que hacía un poco como de animador de resort con escaso éxito), aquello no tardó en convertirse en una jarana de altas temperaturas. Así, por la Sala Apolo desfilaron temas como Blink, Internationally, la preciosa Yo sigo iual, Dinero, o ese temazo absoluto que es Mercadona. Y yo no soy una experta en música urbana, y en dancehall menos. Pero el cuerpo no miente, y no podía dejar de bailar.

Y tiene gracia porque, por un lado, lo que se te presenta sobre el escenario es espectáculo, hecho para ser visto. Pero, por otro, a la que te dejas llevar por la música (sonido de la Apolo permitiendo) se te olvida si el escenario está delante, detrás, en otro barrio u otra galaxia. Bailas de espaldas a él si hace falta, y no miras a nadie más que a tus amigas bailando, y te fundes con ellas en un “1007 el año del dancehall las niñas moviendo las nalgas” y sé que es una observación simplona, pero te sientes feliz. Y solo tienes que mirar a tu alrededor para ver a todas las chicas bailando, y están todas tan guapas y contentas, que te das cuenta de lo importante que es que haya mujeres como Bad Gyal en el panorama, mujeres que empoderan su cuerpo convirtiéndolo en pura expresión personal, que usan la pista de baile como espacio de comunicación. De mientras, la temperatura sigue subiendo, suenan Tra y Candela, la gente sigue bailando, y cuando suena Fiebre ya no hay quién contenga eso. Últimos coletazos de culo (yo hace ya rato que me he olvidado del escenario, si tengo que ser sincera), últimos alientos, y se encienden las luces.

La verdad es que te paras a pensarlo, y todo esto de Bad Gyal es alucinante. De un videoclip apañado rollo amateur en 2016 a una producción de CANADA en Jamaica en 2018. De una canción hecha junto a Fake Guido a través de Skype, a colaborar con Dubbel Dutch. Aún recuerdo ese artículo de David Saavedra sobre #QueremosEntrar –hay que reconocerle el talento de regalarnos ridículos memorables al estilo de “rabiosa sacudida neo punk”– en el que pronosticaba un futuro lúgubre y vacío para la música patria, condenada de por vida a estar por detrás de los dioses británicos, ya que, negando a los menores el acceso a los conciertos, también les estábamos negando “los lugares de socialización, culturización y crecimiento.” Solo espero que, en estos tres años, Saavedra haya podido descubrir Internet como aquel que descubre el fuego. Que haya podido darse cuenta de que el futuro de la música hecha aquí está más vivo que nunca, y que las redes sociales también son lugares de socialización, de difusión cultural, de creación artística. Que no sean lugares físicos no implica que no existan, y espero que esta sea la primera y última vez que tenga que decirlo en 2018.

Entiendo que todo lo defendido hasta ahora podría parecer una contradicción. Por un lado, con el ejemplo de artistas como Bad Gyal y Fake Guido o PedroLaDroga y $kyhood, que se contactan y hasta trabajan juntos a través de internet, queda claro que la vida online es igual de rica en socialización y creación que la offline. Por otro, conciertos como el de Yung Beef en Apolo allá por febrero, o este mismo de Bad Gyal, dejan la sensación que es la experiencia en directo la que termina de culminar el todo (también espero que sea la primera y última vez que tenga que decir en 2018 que ir con los temas pregrabados cuenta como espectáculo en directo). Que la experiencia de bailar y sudar junto a un montón de peña, la vivencia más puramente física de mover el cuerpo en un espacio en el que hay otro montón de cuerpos que se mueven, es necesaria para que la propuesta musical sea completa. Y es cierto. La literatura, por ejemplo, se realiza en el otro a través de la lectura y la inmovilidad (hay gente que consigue leer andando, dicen; yo no la he conocido). Pero la música, en cambio, se realiza plenamente en el otro solo a través de la escucha y del baile, del movimiento.

Pero lo que une ambos puntos –vida en internet de estos artistas y vida AFK (jubilemos de una vez el IRL, por favor) en la pista de baile– es que son solo distintas manifestaciones de lo mismo: libertad. Por encima de todo, si propuestas como la de Bad Gyal me parecen tan estimulante es por toda esta libertad que se respira. Libertad económica, lejos de las grandes multinacionales. Libertad creativa, ya que con Internet puedes llegar a descubrir casi cualquier sonido y contactar con casi cualquier persona. Y, por último, libertad en lo que creo que une de verdad a Bad Gyal con su público. Libertad en lo que ambos comparten más allá de cualquier hipotético discurso de identidad (como sí podría ser, en cambio, el caso de Yung Beef): la libertad del cuerpo, del baile, de “que la música llegue pa to’s”.