En los últimos minutos de “American Rapstar“, el crítico musical del New York Times Jon Caramanica conversa con Justin Staple, director del documental y nos avisa: “No hay un final esperanzador para esta historia. Hablamos de cosas complejas y conflictivas. No creo que debas dejar que los espectadores salgan del cine sintiéndose bien“.
Y cierto es que lo consigue. Uno sale bien noqueado y aturdido de la experiencia al terminar la proyección de esta impactante y en ocasiones desoladora película que versa sobre el llamado Soundcloud Rap al que también se denomina Mumble Rap o Emo Rap.
“American Rapstar” funciona a la perfección cómo un pequeño y marginal estudio sociológico para entender el oscuro presente de los Estados Unidos. Es un incisivo documento que nos pone tras la pista de la penúltima subcultura nacida en las redes sociales.
Una nueva generación de jóvenes (cuyas edades oscilan entre los 12 y los 25 años) que usando la plataforma Soundcloud como lanzadera para la música que producen desde sus casas ha conseguido llegar en un breve periodo de tiempo a un público de masas.
El ritmo vertiginoso impuesto por la era digital y las ansias feroces de monetización por parte de la nueva industria musical han llevado a la asimilación inmediata de alguno de estos recién llegados que han firmado indecentes contratos millonarios de 7 cifras.
Stample hace un retrato generacional fijando el foco en esta escena que se desarrolla principalmente en el sur del estado de Florida y que podría ser algo así cómo un trap de segunda generación.
Entre los artistas más destacados de la misma, nombres cómo Lil Xan, Lil Pump, Smokepurpp, Bhad Bhabie y Matt Ox (que con 12 años ya fichó por la todopoderosa Warner Music).
Todos ellos personifican el desencanto, el abandono. Son las costuras a la vista de un Imperio en decadencia. La voz deprimida de un país resquebrajado. Los estragos provocados por la crisis de los opioides.
Adolescentes condenados a la dependencia del Xanax, el fentanilo o el Percocet. Es el sonido de una generación a la que hemos condenado a la extinción. Un Nuevo Punk aletargado y somnoliento más cercano a los postulados del emocore que a los del propio punk. El ahuecado discurso colectivo de un presente cochambroso. El principio del fin.
Han crecido bajo el mandato del like, en la era de la post-verdad y de la saturación de contenidos. Los indecentes crímenes contra la humanidad perpetrados por la industria farmacéutica durante los últimos años los ha abocado a la dependencia química. Su acercamiento a las drogas no es recreativo. Es paliativo de un dolor crónico.
Es un movimiento de carácter disruptivo que se desvincula absolutamente de la cultura del hip-hop, usando el rap, no para desarrollar un discurso, sino como una herramienta efectiva para destacar sobre el resto. Un movimiento lo-fi de potentes bajos distorsionados que no pone interés a las letras y que busca la máxima simplificación en cuanto a producción, todo se hace desde casa.
La imagen proyectada en redes de uno mismo es el epicentro de todo. Este movimiento más anti que contra-cultural se afianza en la construcción de esa imagen estandarizada de chic@ malo que se sustenta con la proliferación de tatuajes en el rostro, la exhibición pública del consumo de nuevas sustancias y una actitud anti-todo que principalmente se desvincula pero no se enfrenta al pasado. Esa ruptura que no proviene de la confrontación con lo establecido se asemeja más un grito de socorro, a una llamada al auxilio que a una nueva forma de expresarse.
El documental no pasa tampoco por alto el recuerdo de los que seguramente han sido los artistas de mayor influencia hasta ahora dentro del género y principales (que no únicos) mártires del movimiento; XXXTentacion que murió tiroteado en 2018 y Lil Peep fallecido por sobredosis en 2017.
Todo un acierto dentro de la programación oficial del festival In-Edit de este año.