Supongo que si me queréis habréis notado mi ausencia en estos primeros días del verano, he estado ocupada aprendiendo un poco de SEO y maneras de escribir rentables y productivas basadas en palabras clave. Me han metido en un centro de reeducación de periodistas para la era digital y me han intentado enseñar en este confinamiento temporal cómo escribir para que la empresa Google te premie con lectores y un maná de dinero. Se me ha dado como el culo y no me he enterado de casi nada, que quede esto entre nosotros por favor.
El caso es que durante este presunto barbecho literario he seguido ocupada con la escucha de la crema que entra en mi buzón en forma de promo y este disco del que os voy a hablar ha sido uno de los que más me ha reconfortado mientras intentaba descifrar las preferencias del algoritmo.
Si leéis el nombre del artista, a lo mejor no os suena de nada, si es así, a lo mejor despejo algo la incógnita diciendo que este señor es la mitad del mítico dúo parisino AIR. Cuando era una teenager inmadura a finales del siglo pasado, su disco “Moon Safari” me pegó un hostión gigante en la cabeza del que aún me estoy recuperando.
Esa melancolía, esas melodías decadentes, esos bajos y baterías de Krautrock,esos sintes sedosos y esos vocales sugerentes… Todo esto sigue ahí en este disco que suena a AIR por todas partes. De producción impoluta, con la dosis suficiente de pop y tarareabilidad guarda en su interior varias
joyas sonoras que me van a acompañar hasta que el cambio de hora nos derive al otoño en Octubre.
Himnos preciosos como “Corporate Sunset” -por ejemplo- que es una especie de homenaje a Kraftwerk mezclado con Neu y los Beatles. O baladas cósmicas como “Space” que son bálsamo para los oídos, o vocoderismo
de lujo como el que aporta el inmenso “Zombie Park“.
Una maravilla de álbum éste, se mire por donde se mire, imprescindible en la colección de cualquier melómano con dos dedos de tímpano.
