Ojalá todos fuésemos más beliebers: crónica del paso de Justin Bieber por Barcelona

“Aquí vi yo a los Hombres G”, le decía una madre a su hija en la cola de la entrada mientras el personal de Seguridad pedía rapidez a la hora de enseñar las autorizaciones de los acompañantes de menores. ¿Quién no ha pasado por una etapa de fervor musical teenager? ¿Por qué se critica tanto la figura del/la belieber y no la de los seguidores de otros artistas mainstream? (Se me escapa ahora mismo, aunque reconozco haber pasado por una fase en que lo entendía). Esa misma madre le decía a su hija que tenían que haberse pintado un corazón en la cara como muchos otros adolescentes (aplauso para ella). Hay que ver lo que cuesta a los adultos empatizar con las nuevas generaciones; ahí estamos los mayores de 30 mirando con recelo lo que llega nuevo, imponiendo nuestros gustos (como en la época Backstreet Boys).

El arranque del concierto de Justin Bieber ayer en el Palau Sant Jordi nos pilló algo desprevenidos, minutos antes de lo previsto y con los puestos de merchandising rodeados de interminables colas. En los pasillos del Palau: carreras, griterío y una histeria entrañable que casi se contagiaba. Luces apagadas y de pronto Justin descendiendo en una jaula transparente. Ataviado con una camiseta de los Misfits (para los que se hayan echado las manos a la cabeza, la estética heavy metal rodea todo el Purpose Tour), en la primera parte del recital Bieber sacó a relucir los encantos del trabajo que le ha traído hasta aquí en esta ocasión, y con el cual también ha conseguido ampliar su tipo de público. Grandilocuencia, mucha coreografía y momentos de dubstepeo que invocaban implícitamente a las figuras de Skrillex y Diplo.

Al terminar la primera canción (Mark my words), y al contrario de lo que viene ocurriendo en otros conciertos, el canadiense pedía los gritos de la grada (“I can’t hear you”, decía). Desde el primer momento podíamos ver a un Bieber sobradísimo en el escenario y en un baile continuo que quizá fuese el motivo por el que utilizaba playback en parte del concierto (puede que las puestas en escena ligadas al rap hayan hecho que esto ya no sorprenda/asuste tanto). Tampoco es que el artista intentara hacernos creer que estaba cantando; micro alejado de la boca y movimiento de los labios -sin preocuparse mucho por la sincronía-, en algunos momentos miraba a los fans como si estuviera supervisando su interpretación con orgullo.

El segundo acto trajo consigo un Justin más emotivo, que se acercaba más al público y que hasta montó un turno de preguntas para los asistentes (suponemos que preparadas previamente) “¿Cómo te sientes esta noche?”, preguntaba uno de los asistentes; “¿cuál es tu relación con nosotros?”, conseguía decir una fan entre sollozos y previa declaración de amor. “Amazing crowd”, repetía Bieber (y en ese momento te da igual si es lo mismo que les dice a todas). Entre tanto movimiento, subidas y bajadas por la rampa, pirotecnia, humo artificial, visuales a ritmo frenético, saltos en una plataforma con forma de ring y cama elástica incluida, Bieber tuvo momentos más personales como su interpretación acústica de Love Yourself en un sofá, o su solo de batería.

Dejó temas como Baby, Let Me Love You y Sorry para el final, con unas vibes en el ambiente que ponían de manifiesto que entre Bieber y sus seguidores sigue fluyendo algo muy especial, aunque el artista se haya revelado en cierta medida contra el lado más histérico/irracional de estos. Un sentimiento que resulta casi palpable desde esa lejanía en la que nos encontrábamos ayer quienes no seguimos al artista desde los comienzos. En la música se necesita esa esencia belieber, entendiendo esta como el amor incondicional por un artista, lo que te lleva a acampar tres meses a las puertas de un estadio sólo por tenerlo cerca durante dos horas. Eso mismo que te hace llorar y gritar hasta quedarte sin voz, y que obviamente se va perdiendo con el tiempo. Dejando fuera del belieberismo los actos más absurdos que puedan haber protagonizado algunos de sus seguidores, el Justin Bieber de ayer -en notable fase de maduración, con cosas que mejorar pero con un show a la altura de su “renovación” a raíz de la publicación de Purpose- podría continuar su camino sin acabar de desprenderse del todo de la parte más romántica que envuelve a sus seguidores, a quienes muchos critican sólo porque sí. En realidad todos deberíamos conservar algo de ese espíritu o al menos no despreciarlo. Hay que ser más belieber en esta vida.