Consideraciones en torno a los paralelismos entre la escena madrileña de los años ochenta y el urban contemporáneo.
C. Tangana reivindicando a Warhol y a Dalí en su última campaña promocional; Ms. Nina citando a Alaska y a La Movida como referentes en El Bloque; el trío Alizzz-Rosalía-El Guincho produciendo el nuevo single de Ana Torroja; películas neo-quinquis como “Criando Ratas” triunfando en YouTube… ¿Estamos ante un remember sociocultural de la década de los 80? ¿Es el reggaetón el nuevo pop? ¿Estamos ante una secuela de la sobrevalorada y cada vez más denostada Movida de los 80? ¿Veremos un futuro reality en el que Yung Beef y la Zowi paseen por la Castellana comprando en tiendas de lujo al más puro estilo Mario & Alaska? No parece muy descabellado si atendemos a los paralelismos entre ambas escenas y momentos.
Los 80 en España fueron años de explosión democrática, cultural y consumista; propiciada por una Transición cada vez más asentada y por la adhesión de España a la Comunidad Europea. El país abría sus fronteras, abrazaba la libertad y era, por primera vez en mucho tiempo, permeable a influencias culturales extranjeras. Esta apertura posibilitó también la irradiación del credo capitalista proveniente de Europa, que empezaba a deslizar en España sus soflamas a favor de la economía de libre mercado.
La primera vez que estos tres planos (político, cultural y económico) coincidieron en intereses y valores fue durante La Movida de los 80 en Madrid. La capital vivía unos años de agitación cultural consecuencia de la desaparición de la censura franquista. Fue en ese contexto en el que se asentó esta escena: un período de cambio de paradigma -dictadura a democracia-, de crisis de valores -lo nuevo frente a lo antiguo- y de exaltación de la libertad, entendida ésta como libertad A TRAVÉS del mercado. ¿Os recuerda a algo?
Hoy en día estamos inmersos en un proceso de cambio, consecuencia del colapso del capitalismo financiero y su forzada reformulación para asegurar su perpetuación. Como sociedad nos encontramos en un momento de incertidumbre, una crisis de valores aparejada a la implosión del Estado de Bienestar que prometía años de bonanza, despreocupación y paz. Esta crisis se acentúa en la juventud, que vive con el estigma de ser la primera generación en la historia de la democracia que vive en peores condiciones económicas que la de sus padres.
Vuelven a coincidir varias circunstancias que ya se dieron en los ochenta: momento de cambio (o transición) provocado por la crisis del capitalismo, un culto a la individualidad traducido en consumismo y una juventud que busca su espacio y su reafirmación generacional frente a lo antiguo o “lo carca”.
Víctor Lenore, en su libro “Espectros de La Movida: por qué odiar los años 80”, delimita una distinción conceptual entre transgresión y subversión que es básica para vislumbrar el discurso común a estas dos escenas. Un concepto que a su vez recoge de una entrevista a Evaristo Páramos, líder de La Polla Records. Según esta distinción, la gran mayoría de los artistas de La Movida eran transgresivos, en cuanto la ruptura con los cánones estéticos y de comportamiento establecidos anteriormente, con un claro desprecio a las generaciones anteriores y a “lo viejo”. Sin embargo, esta transgresión no trató de subvertir o desestabilizar el status quo imperante en la época ni puso su foco en la injusticia social. En lugar de eso, se fundió con el sistema, en los 80 con el político y en la actualidad con el privado, para convertirse en una suerte de cultura oficialista cool, que destilaba un olor a nuevo pero asentaba sus valores en un credo ya conocido e inocuo para el establishment.
Como ocurrió en La Movida, la mayoría de la escena urbana no se ha quedado atrás en este punto y ha abrazado los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal. Los problemas estructurales de la sociedad vuelven a quedar en un segundo plano de la producción artística, para centrarse en la reivindicación del individualismo a través del hiperconsumo. Distintas épocas pero con los mismos valores en el centro del discurso. Hoy en día se profesa un culto a las marcas de superlujo italianas mientras que en La Movida se cantaba a la variedad de gama del hipermercado o de la moda juvenil.
Vemos como estas dos supuestas voces generacionales coinciden en dar la espalda al conflicto. Ambas construyen su identidad en base al consumo y proponen un concepto de libertad basado en el hedonismo o la artificialidad; desterrando cualquier mensaje con contenido social, colectivo o contestatario. Pese a que en una primera lectura esto nos pueda parecer una posición cultural apolítica, estamos claramente ante una reafirmación de los valores neoliberales, circunstancia calcada en ambas escenas y que tiene mucho de político.
En La Movida, los grandes sellos y sus escuadrones de filiales invertían cantidades desmesuradas de dinero firmando cheques en blanco a artistas; pero lo que realmente atrajo la atención de las grandes discográficas fue la inyección de dinero público que había tras esta escena. El PSOE, con Felipe González o Tierno Galván a la cabeza, luchaba por construir un relato político de la Transición y para ello hacían falta referentes culturales. La Movida proponía una ruptura superficial con los códigos del pasado y colocaba en el centro el narcisismo y la libertad individual. Estos valores coincidían con los de los socialistas, que sacaron rédito propagandístico de este movimiento cultural mientras propuestas realmente contraculturales como fueron la Ruta del Bacalao o el rock vasco recibieron menos apoyo público. Una gran jugada de marketing político-cultural que ayudó a los socialistas a mejorar su imagen pública de partido moderno y progresista en los tiempos del GAL y la cal viva.
El mapa de la industria cultural hoy en día es totalmente diferente. El papel de las majors ha quedado relegado al de meros distribuidores digitales, dejando labores de desarrollo de talentos en un segundo plano. Esto ha supuesto que los artistas de la escena actual tengan más libertad creativa y más poder de negociación frente a las grandes corporaciones. Una victoria conseguida gracias a la democratización de los medios de producción y distribución musical. Sin embargo, esto es un arma de doble filo, ya que las majors apenas invierten en artistas no consolidados previamente en la red y solo gastan sus cartuchos en los que otorgan una rentabilidad instantánea.
A diferencia de lo que ocurrió en la década de los 80, la nueva escena urbana no dispone del circuito de conciertos de Ayuntamientos socialistas ni ha sido consagrada como cultura oficialista. Esto no significa que la voz y la imagen de la escena urbana no haya sido utilizada de manera aspiracional por otro actor clave: las grandes compañías privadas, que han capitalizado de buen agrado los valores de los artistas. Parece lógico que en un mundo como en el que vivimos, donde las grandes corporaciones tienen más poder que muchos gobiernos, sean las empresas privadas las que han han sacado rendimiento a la explotación comercial de esta escena. Algo que casa perfectamente con el momento del culto al yo y de desmovilización política en el que vivimos inmersos: buscar una historia o un lifestyle antes que algo real. Consumir estereotipos antes que contenido.
Como ya sucedió en La Movida, el sistema aplaude la aparición de estos nuevos ídolos que, pese a llevar tinte rosa de pelo en los 80 o chándals de Gucci y tatuajes en la actualidad, transmiten el mensaje consumista a las nuevas generaciones sin incomodar apenas a los sistemas de poder imperantes.
Por supuesto, existen excepciones y también podemos encontrar artistas con una visión social como puede ser Jarfaiter, El coleta o Dellafuente. O algunos que directamente tienen un marcado componente político o reivindicativo, como son los ejemplos de Kaixo o la desaparecida Gatta Cattana. Pero por el momento, no dejan de ser anécdotas.
¿Estaremos ante un nuevo mito cultural como fue La Movida? El reto actual se encuentra en ocupar posiciones de poder dentro de la industria, como ha hecho C. Tangana. Aunque también lo está en ganar poder en sus territorios limítrofes, como reivindica Yung Beef con su sello La Vendición. Pero, sin duda, el gran desafío es ser capaces de elaborar un discurso cultural propio que se desligue del sistema y opere al margen de él. Sólo así superaremos La Movida y todos los perjuicios que ha acarreado a al sistema cultural español durante estos más de 30 años.