La eterna batalla de lo estéticamente incómodo

Dos siglos hace, ni más ni menos, que la fealdad lucha por ganarle espacio y adeptos a la belleza. Busca destronarla, quitarle su status y su monopolio. La lucha eterna entre lo bello y lo bestia, entre lo dionisíaco y lo apolíneo, entre lo bonito y lo feo. El Bosco pintaba un horror vacui de escenas grotescas en El Jardín de las Delicias, Francisco de Goya reproducía la fealdad y lo abominable del ser humano elevándolo a categoría de arte y en 2022 triunfan en Instagram, y fuera de él, unas tartas muy alejadas de lo concebido como apetecible.

Si repasamos la historia vemos que es el Cristianismo el que incorpora, de manera ya desacomplejada, lo tenebroso, horrible y desgarrador a su estética con intenciones castigadoras. Más tarde, en el siglo XII, se pasa de la concepción divina de la belleza a la reproducción de lo decrépito, lo marginal. El Bosco en 1504, con El Jardín de las Delicias, obra plagada de escenas horribles e inquietantes, Mary Shelley y su Prometeo Moderno y
monstruoso, Francisco de Goya y su Etapa Negra, el Impresionismo, el Modernismo, Picasso y la descomposición de la realidad, el Dadá, la Revolución Surrealista, el grunge y hasta la era de Internet. La Historia nos muestra la evidencia de una carrera incesante en la que la fealdad, y todo aquello posicionado en el lado opuesto de los cánones de la belleza clásica, intenta abrirse camino, remover conciencias, despertar suspicacias, curiosidad e interés.

Rosalía

Si pensábais que los “uggly shoes”, la vuelta de los 90’s y los 00’s o la nueva imagen de Rosalía eran ya lo último que os quedaba por ver en esto de ensalzar lo antiestético, dejadme decir que queda asunto para rato. Moda, arte, música, tendencias, no queda un ámbito en el que lo “feo” no quiera mover ficha y posicionarse. Y las cosas del comer no iban a ser menos. ¿Repostería horrible? Horrible y además cotizadísima. Vayamos por
partes.

No hay cielo sin infierno, no hay blanco sin negro y no hay dos sin tres, aunque creo que esto no iba aquí, y, si hay millones de cuentas de Instagram con fotos perfectas de tartas perfectas, con fondant perfecto y tonalidades en perfecta armonía hay, efectivamente, una corriente que pretende todo lo contrario y que además lo está petando.
Liderando esta corriente de tartas deliciosamente desastrosas tenemos a Alli Gelles, escultora y ceramista que además triunfa en Instagram con su cuenta Cakes4sport. Tartas esculturales, maximalistas, casi rococó. En ellas se combinan bizcochos, flores, rocas de caramelo, todo aquello imaginable.

Su inspiración a la hora de dotar a sus tartas de la imagen que tienen es el costumbrismo infantil de los años 90 y 00: los volantitos de encaje de los calcetines que usaba de niña, flores silvestres, gelatinas de colores y hasta la textura del Blandi Blub.

Pero Gelles no busca la excentricidad únicamente en lo estético: los ingredientes de sus tartas están minuciosamente elegidos. Tiendas de comestibles de barrio, mestizaje y una búsqueda incesante de combinaciones de sabores. Le gusta recorrer ultramarinos y tiendas
de conveniencia, mermelada de rosa mosqueta de un supermercado especializado en comida polaca o buttermilk de lima de un colmado oriental. Busca sorprender también desde el paladar, y la lista de espera para conseguir una de sus “obras” da buena fe de que
lo consigue. Cakes4sport es un éxito rotundo.

A finales de 2019, la diseñadora Sara Sarmiento decidía recopilar y enseñar, desde su cuenta de Instagram Hoe Cakes, aquellas tartas experimentales que veía por aquí y por allí en los mundos de internet. Hoe Cakes ha servido de punto de encuentro de esta tendencia “ugly”, puesto que en ella encontramos cientos y cientos de ejemplos, enlazados, de tartas
absolutamente caóticas y horripilantes.

Otras cuentas a tener en cuenta en este nicho de fealdad respostera son c4k3l1n, de Caitlin Palmer, cakeforhumans y las tartas abstractas e impresionistas de Cakes For No Occasion, entre muchos otras.

c4k3l1n
cakeforhumans
cakes for no occasion

La tendencia de las “tartas feas” ha venido para quedarse, o por lo menos para no pasar desapercibida. Hartos de comida “instagrameable” y perfecta decidimos emplear los mismos códigos y los mismos canales para desmontar la belleza clásica de los cafés con dibujos imposibles en la espuma, las capas de fondant de pasteles que invitan a ser admirados y
los muffins fotografiados con la luz adecuada. No hay instinto más básico e incontrolable que la curiosidad y, en un mundo donde priman los filtros y la perfección, aquello desproporcionado y deforme tiene todas las papeletas para captar nuestra atención e interés. Quizá estemos asistiendo finalmente al triunfo de lo antiestético, por hache o por be.